Su fría mirada verde se torna burlona.
—¿Eso crees? Pobre de ti, mira que ser atada a mí siendo tan joven y hermosa. ¿Hace cuánto cumpliste 20 años?, hace apenas mes y medio, me parece. Pero no miento, este matrimonio no es más que una jugada a favor de todos. Mi madre quería recompensarte por tu gran acto de lealtad a la familia; además, casarme ahora servirá para que los ojos del mundo se posen en nosotros y no en el misterioso paradero de Emma. Por otro lado, mi padre cree que mi matrimonio vendrá perfecto y justo a tiempo; piensa que casarme contigo le mostrará a Pangea que tenemos más humildad de la que nos atribuyen últimamente.
Tengo que sujetarme a la puerta para no caer. Mi mente está sumida en una agitación superior a cualquiera que haya sentido antes. Todas esas conversaciones extrañas que tuvimos antes, ahora comienzan a tomar pies y cabeza.
Él continúa sin prestarme atención.
—Míralo como un acto de política; la gente está agitada y muchos furiosos, creen que desde el reinado de mi abuelo han habido cambios drásticos y no del todo agradables. Incluso se han filtrado chismes de mi propio carácter, dicen que no soy apto para ser el próximo Rey—suelta un bufido hostil—. Pero casándome con una humilde chica de baja posición como lo eres tú, que no posees ningún título o gran familia... En fin, eres perfecta. Verme enamorado de una joven campesina sin duda cambiará la imagen que muchos tienen de mí; sí casarme con alguien como tú no es visto como un acto de amor, humildad y bondad, entonces no sé qué es. Las clases bajas pensarán que serás su voz: una representación de las masas, alguien que influirá en mi carácter, que podrás hacer cambios en el gobierno del Rey a través de mí. Nuestro matrimonio representará la unión entre la aristocracia y las clases bajas, será una forma de decir que el reino estará eternamente comprometido con el pueblo.
Usarme, en todo su hipócrita discurso lo único que he entendido es el "usarme". Ahora estoy rabiosa.
—¿Usted está enamorado de mí? —pregunto sin miramientos. Sé que no, pero quiero escucharlo.
—No, para nada—responde de inmediato, en sus rasgos el desprecio que siente por mí es obvio.
—¿Y por qué quiere casarse conmigo?
Alza ambas cejas, sorprendido por mi franqueza.
—No quiero, lo que menos deseo es casarme, ni contigo ni con nadie—dice luego de meditarlo un rato frente a la ventana tras su escritorio. Finalmente se cruza de brazos y vuelve los verdes ojos a mí—. Pero aquí poco importa lo que yo quiera, y menos lo que tú. Además, prometí castigarte por todas esas estupideces que has hecho contra mí, tómalo como eso, que yo te tomaré como una simple diversión. Sin contar que como sabe todo mundo, debo casarme antes de cumplir los veintidós, por ley.
—No quiero, no lo haré—declaró con firmeza. En cuanto salga, haré mis maletas y me largare.
Una risa sombría llena la habitación, me estremezco.
—No eres quien para darme una negativa, no eres nada. Además, ya lo has prometido—me mira de forma significativa, recordándome a quienes quiero mantener conmigo.
Trago saliva, estoy temblando. ¿Yo, atrapada en medio de una confabulación por parte de la familia más importante y billonaria de Pangea, en un matrimonio planeado, prometida con un casi desconocido, y sin posibilidad de oponerme? Sí prácticas así eran comunes hace algunos siglos, ahora no se amoldan. Es ridículo, en pocos términos.
Y así se lo hago saber.
—Es absurdo, pueden valerse de mejores prácticas para sus finés, un matrimonio no es absolutamente necesario.
Yo sé que el atentado contra los hermanos Creel detonó asuntos graves, por ejemplo: la rabia reprimida de varias naciones e importantes casas contra el actual reinado, y que, a pesar de los esfuerzos de la Corona por reprimir los disturbios y pequeños levantamientos que han surgido en varios países tercermundistas, los problemas no dejan de crecer y crecer. Pero, ¿qué tengo que ver yo con todo eso? No creo que casarme con el próximo Rey solucione las cosas, es más, empeorará; varias importantes casas esperan que Gian Creel elija como esposa a alguna chica de entre las herederas más ricas e influyentes de Laured.
La sonrisa del Príncipe se acentúa, leyendo mis pensamientos en mi expresión anonadada.
—Tienes razón—dice—, pero es un acto noble, algo que la política en sí jamás lograría. Todo el mundo creerá que casarte con el Príncipe te hará dichosa, creando la falsa imagen que la gente anhela: el cruce entre las distintas clases sociales, la influencia de la clase baja en el seno de la aristocracia. Kohana, para detener los levantamientos necesitamos la simpatía del pueblo, y eso sólo se logra congeniando con ellos. Un matrimonio entre el próximo Rey y una chica de entre los suyos es necesario, eso pondrá a muchas naciones tercermundistas de nuestro lado. Y con ello también borraré esas críticas que ahora se esparcen sobre mí; las acusaciones inhumanas contra mí madre; la arrogancia que se atribuye a mi padre; la estúpida opinión que tienen de mí los miembros de los Altos Poderes, quienes creen que no soy apto para reinar Pangea, y mucho menos la metrópolis Laured. Todo eso cambiará al casarme contigo; Kohana, es hora que dejes de creer que los matrimonios son consecuencia del amor. En realidad, todo es política y negocios; un matrimonio sirve para unificar, y en nuestro caso, servirá para unificar al reino con su gente. Callaremos a quienes piensan que la familia Creel se ha vuelto inestable, y sus decisiones, drásticas.
—¿Y no son así? —inquiero con todo el veneno que hay en mí.
Sereno se lleva los dedos a los labios.
— Sí, lo somos. Sin embargo, el cambio no está en la sangre de nadie, y tampoco en la nuestra. El cambio no existe, las personas solamente aprenden a cubrir su basura bajo una gruesa capa de pintura blanca; la ética y moral de aquellos que vivieron en la oscuridad, sus cambios para bien, son hipocresía al fin de cuentas.
Siento tanta rabia, tanta impotencia ante el futuro miserable que me espera, del cual seguramente nada podré hacer para impedir. Gian Creel tiene razón, él jamás cambiará, está perdido en su podrido mundo de oro, y aunque lo intentará, nunca dejaría de ser el tirano que es. Siento que me asfixio, tengo la sensación de que las paredes se contraen, queriendo atraparme para siempre junto a este malvado Príncipe.
—Quiero irme...
Con un rápido movimiento me lanza el juego de llaves, las tomo antes que caigan al suelo y apenas logró girar la llave correcta en la cerradura, me lanzo afuera. Corro sin pensar nada más que poner la mayor distancia entre los dos, corro hasta que termino en las habitaciones de Emma, deseando pedirle ayuda. Más al entrar me encuentro sola, y entonces recuerdo que ella no está en casa, sino que ahora vive aprisionada lejos de Laured, sin poder hablar conmigo y yo sin poder abogar por el castigo al que he sido condenada.
Después de una noche inquieta en su mayoría, conseguí algunas horas de sueño profundo, y eso me ha servido para enfriar mi cabeza y pensar con claridad. Cuando los rayos del sol cruzan la delgada cortina, me levanto de la cama y me pongo el uniforme que corresponde a los agentes.
Cierro la puerta de mi habitación, pensando que, si soy persuasiva, quizá logre comunicarme mejor con el Príncipe y hacerle desistir de tal tontería.
Ensayo mi meticuloso discurso frente al espejo del baño.
—Excelencia, usted más que nadie sabe cuánto nos desagradamos, un matrimonio sería un infierno para ambos. Mejor considere a una de las muchas jóvenes lindas y de buena familia que visitan el palacio—murmuro por lo bajo, practicando mi conversación con él, no quiero parecerle tan vulnerable como un cordero.
La casa de empleados se encuentra bastante retirada del palacio, casi a un kilómetro a pie; es una construcción de ladrillo rojo que forma un semicírculo de cinco pisos de altura, la cual es lo suficientemente grande para albergar hasta doscientos empleados. Estoy parada en la puerta mirando la enorme estructura que es el palacio De Silvanus, antiguo nombre de la familia real, perdido en la tercera guerra con la muerte del rey Éric, y tras la cual, su esposa Esis cambió el apellido real De Silvanus por el suyo, Creel. El palacio conserva el nombre antiguo, se dice que Esis detestaba a su marido, pero para no contrariar o más bien dicho, enfurecer al pueblo borrando el nombre de su esposo por completo, decidió dejarlo como nombre del palacio real. La Reina actual a levantando diversas opiniones dado su nombre Silvana, algunos dicen que Esis odió que su único nieto, el príncipe Zen, se haya casado con alguien con un nombre tan similar al que siempre detestó. Pero a nadie le extraña el nombre de la Reina, ella pertenece a la casa del viejo rey Éric; que Esis cambiará el apellido real De Silvanus por Creel, indignó y ofendió a la casa de la reina Silvana.
Estoy segura de que la familia de la Reina espera con ansias la cuarta guerra entre casas para arrebatar la corona a los Creel, pues cada cierto tiempo se desencadena una guerra mundial en la que todas las casas importantes pueden luchar para poder hacerse del trono de Pangea.
En la próxima guerra los De Silvanus pelearán la corona, y con ella el palacio real en la metrópolis Laured, la cual es la capital mundial, la residencia de las sociedades más poderosas de Pangea; Laured es una pequeña isla que se une al continente Godwana y Laurasia por dos magníficos puentes que se yerguen sobre el mar, y donde el acceso está restringido casi para todos. En la próxima guerra, De Silvanus podría ser asediado o protegido por los mares, todo dependerá de la alianza entre las casas que residen en Laured. Y pensar en mudarme a ese enorme edificio como esposa del actual Príncipe, me provoca un vértigo desagradable y tengo que sujetarme a la pared para no caer.
El palacio De Silvanus es tan antiguo como hermoso; cuando era niña jamás creí que trabajaría ahí, con personajes tan importantes e influyentes. Pero ahora… Ahora no quiero ni poner un pie en él.
—¿Kohana?
Jade se apresura a subir los escalones principales, me repongo tanto como puedo.
—¿Qué haces afuera tan pronto? —le pregunto, el sol acaba de asomarse, cuando tiene descanso Jade suele dormir hasta tarde.
Señala el palacio al llegar a donde estoy.
—El Rey mandó a llamarme, quiere que esté listo para partir mañana—pone los ojos en blanco—. Al parecer sí hará su viaje, ¿quién comprende los caprichos de los ricos? Pero, ¿qué hay de ti? Entras en servicio hasta tarde, es muy temprano para que estés deambulando.
Alza la cabeza y entrecierra los ojos, mirando el sol comenzando a asomarse tras el palacio. Niego y medio sonrío, si él supiera el terrible destino que me espera... El cual espero desbaratar antes de la puesta de sol.
—Tengo asuntos que arreglar con el Príncipe, y prefiero hacerlo fuera de turno—y si no funciona razonar con el hijo, aunque suene infantil, acudiré a su madre. La Reina debe ser más razonable que su caprichoso primogénito.
Jade hace un sonido parecido a una risa mal disfrazada.
—Uff, eso será complicado, alguien como el Príncipe es... difícil de tratar.
No necesito perder el poco valor que me resta, así que me despido y camino a paso rápido en dirección al palacio. Las manos me sudan a pesar de la fría mañana, y de mi boca comienza a salir vapor cuando acelero el paso hasta echar a correr; tal vez correr sirva para entrar en calor y también para serenarme antes de plantar cara al Príncipe.
Doy dos firmes toques a la puerta de su oficina, segundos después se abre y Julissa frunce la boca al ver que soy yo.
—Excelencia, la señorita Cianí—me anuncia viéndome como un insecto en sus lindos tacones.
Se hace un largo silencio hasta que nos llega la voz del Príncipe.
—Déjala entrar—hay un rastro de burla en su voz—. Pase, señorita Cianí. Y bien, dígame, ¿es que nuevamente quiere felicitarme por mi pronta unión?
La expresión desconcertada de su asistente me dice que ella no sabe nada, y yo oculto tanto como puedo la repugnancia que me provoca imaginar qué acaba de hacer para estar tan desaliñada. Julissa se hace un lado y entro. El Príncipe está recostado sobre un sillón blanco marfil, parece un modelo listo para una sesión de fotos; su traje oscuro destaca sobre el cuero, tiene la corbata plateada floja y la camisa a medio desabotonar. Hace un gesto con una mano enguantada y Julissa se marcha, cuando dejo de escuchar el sonido de sus tacones siento tantas ganas de ir tras ella, hacer mis maletas y... Es imposible, lo único que puedo hacer es negociar.
Entrelazo los dedos y recito mi muy ensayada conversación.
—Excelencia, ayer se habrá dado cuenta que me tomó por sorpresa, su tan inesperada declaración fue demasiado para mí. Hoy debo decir que estoy halagada y sin duda honrada, pero creo que será una unión insatisfactoria para ambos. Hemos tenido roces desagradables y yo nunca podría ser buena compañía para usted, mucho menos una esposa y Reina ejemplar.
No he mirado sus ojos, ahora que he terminado mantengo los ojos al frente, expectante. Al no obtener respuesta me permito albergar esperanza, sin embargo, esta se esfuma al mismo tiempo que el Príncipe estalla en carcajadas.
Aprieto los labios y espero a que pare.
—No eres tan aburrida como aparentas—dice con las mejillas rojas a causa de la risa—. Y das buenos discursos, eso me recuerda que debes hacer tus votos para la boda, quiero algo interesante—me señala con un largo dedo al tiempo que acomoda un cojín bajo su cabeza repleta de espesos rizos castaños—. Debo señalarte un error en tu magnífico discurso—toda diversión desaparece y vuelve la tensión—. Escucha bien, para que no te vuelvas a confundir: yo nunca, en ningún momento te he pedido matrimonio, ayer tuve la cortesía de informarte quien será la novia, pero jamás pedí tu mano, ¿está claro?
Me muerdo el interior de la mejilla mientras asiento; jamás sacaré nada de él, ahora me doy cuenta. Esboza una sonrisita.
—¿Me odias tanto?
—Cada célula de mí lo aborrece, Excelencia—digo con los dientes apretados, antes de hacer una rígida reverencia y salir de su oficina.