PARTE 1

1223 Words
La Riviera comenzaba a vislumbrarse. El puerto, abarrotado de personas, comerciantes y aventureros, era tan estruendoso como siempre. Aron Blackhole miró más allá de la Riviera y del puerto, hacia las colinas de arena, allí donde su ciudad natal se alzaba sobre el imponente desierto. Ahmad era una ciudad pequeña, nada comparada con la gran Bazari. Hacía años que no tocaba aquellas arenas en las que nació. —Oye, bonito. Aron volteó a ver a Rolan. Aquel hombre, más bajo y escuálido, con quien tuvo el infortunio de compartir camarote durante el viaje. —Bajas aquí, ¿no? Aron, taciturno, solo asintió. Rolan lo miró con curiosidad; no había pronunciado palabra alguna desde que subió al buque mercante. Su presencia pesaba demasiado entre la tripulación. Mientras ellos estaban sucios y desnutridos, Aron se mostraba fornido y aseado. Llamaba la atención incluso de las aves; Rolan había visto más de una revolotear sobre él. La tripulación no sabía nada de Aron, salvo su nombre y que había pagado mucho oro por llegar al puerto de Ahmad. No parecía un hombre sin sombra. Tal vez era un noble disfrazado de aventurero. Con esa sospecha, ninguno se atrevió a preguntarle más; la pena por ofender a un noble podía costarles una extremidad. El buque arribó. El primero en descender fue Aron. No se disculpó ni agradeció, simplemente lanzó al capitán una pequeña bolsa con oro. El agobiante perfume del puerto lo recibió. Las ráfagas de aire fresco golpeaban sus mejillas haciéndolo parpadear con rapidez. Cada vez que soplaba el viento, agitaba las carpas de los puestos y hacía tambalear a más de un vendedor escuálido aferrado a sus productos. Su apariencia atraía de inmediato a los mercaderes. Más de uno se acercó insistiendo en ofrecerle lo mejor de sus artículos. Pero su personalidad taciturna era un muro contra esa insistencia. Hablar de más le resultaba molesto, y si podía evitar conversaciones largas, lo hacía sin titubear. El velero de arena ya estaba lleno de pasajeros. En las grandes ciudades había jets y aeronaves, pero en el pequeño y apartado Ahmad, lo más sofisticado era ese transporte. Aron entregó la moneda al conductor y subió. A medida que se acercaba a la fortaleza donde había crecido, su estómago se encogía. Todos en el velero voltearon a verlo cuando descendió. Aquella zona era privada, exclusiva, reservada solo para quienes tenían suficiente oro para vivir en el oasis. Avanzó despacio por los senderos de arena, flanqueados por árboles artificiales. La sombra siempre era un deleite. Frente a las cercas de hierro forjado, la cámara de seguridad giró hacia él. Aron, sin entusiasmo, alzó la mano. Segundos después, un pitido agudo anunció que los portones se elevaban con una suavidad desesperante para alguien como él, que odiaba la lentitud. Dentro de la fortaleza, todo lucía igual a como lo recordaba, salvo por un par de plantas nuevas. Ixel fue el primero en alcanzarlo. Se lanzó sobre Aron, que no tuvo más remedio que dejarse abrazar. Su mirada indiferente no pasó desapercibida para Ixel. —Aron, cambia esa cara. Hace años que no te veo. ¿No te alegra ver a tu hermano menor? Ixel, el más joven de los Black, era un beta delicado en comparación con Aron. Aun así, era alto y a menudo los confundían por su parecido. Solo al analizar más a fondo sus rasgos se distinguía uno del otro. Aron no le devolvió una respuesta positiva, pero Ixel estaba acostumbrado a su frialdad. Solo se encogió de hombros. —¡Estoy tan nervioso! —juntó las manos y las movió con ansiedad—. ¿Y si no le agrado al canciller? Aron comenzó a caminar, ignorando la pregunta. En su mente, sin embargo, pensó que su hermano tendría suerte si Loren lo ignoraba. Así podría vivir más tiempo. Suspiró con alivio apenas cruzó los muros de la fortaleza. El inclemente sol del desierto había quedado atrás y el frescor interior lo relajó. Se quitó el chándal de tela que llevaba encima. Ixel lo observó de arriba abajo. Ahora estaba mucho más crecido. Cuando partió de Ahmad solo era un adolescente; era imposible que volvieran a confundirlos. —¿Papá no está? —preguntó Aron solo después de calmarse. Ixel negó. —Sigue enojado porque iré con el canciller. El hombre que les dio la vida era considerado y deseaba para sus hijos una existencia tranquila, pero tanto Aron como Ixel tenían personalidades ásperas. Asford había discutido con el patriarca de Ahmad por enviar a Aron a Bazari cuando aún era un niño y, para colmo, ahora también a Ixel. Aron sabía que su padre había intentado retrasar esa partida, pero no podía oponerse eternamente. Esa decisión la tomaba el patriarca. Cada cierto tiempo, los patriarcados debían enviar a uno de los suyos como consorte a las grandes casas, asegurando así respaldo político. El propio Aron había sido enviado de esa manera. Tenía apenas diez años cuando lo arrancaron de Ahmad. Creció lejos, y con los años agradeció que el excanciller Connor lo eligiera como guardia en lugar de consorte para su sobrino. Ahora comprendía que ese puesto era un privilegio: poder político y contactos, todo en un solo camino. —¿Crees que le gustaré al canciller? —insistió Ixel, ansioso—. Escuché que siempre rechaza a los consortes que le envían. Aron se encogió de hombros. Loren era de esos hombres que metían su deseo en cualquier rincón. Cierto era que algunos consortes recibían más privilegios; se obsesionaba con facilidad y con esa misma rapidez se desenamoraba. Para Aron, lidiar con la desesperación de quienes no aceptaban el rechazo era un fastidio. Solo esperaba no tener que consolar, esta vez, a su propio hermano. —No te recomiendo amar a ese tipo —dijo al fin—. Es un excremento peor que el sábano. Ixel torció el gesto. El sábano eran excretas usadas como fertilizante. —No pienso amarlo. Solo necesito que me dé su favor, ¿no? —Si quieres ganarlo, haz de bufón. Loren es un buscador de lo extraordinario. Llamar su atención era fácil; mantenerla, casi imposible. —Ibas a llamarlo por su nombre… —Ixel arqueó una sonrisa coqueta. Aron no respondió—. ¿Pasó algo entre ustedes? El silencio de Aron solo animó más la curiosidad de su hermano. —No te cohíbas, no me molesta compartir —añadió con ligereza—. Después de todo, lo compartiré con muchos más. Recordaba que, de niños, Aron describía al canciller como un ser hermoso. —¿Te gustaba, no? Aron soltó un suspiro largo. —Nunca pasó algo así. —Decías que era hermoso. —Porque lo era. —¿Y todavía lo piensas? El rostro de Aron se endureció al recordar la personalidad de Loren. —Solo a veces, cuando no se comporta como un demente. Los ojos de Ixel se abrieron, sorprendidos. Si alguien como su hermano lo describía así, entonces el canciller debía ser aún peor de lo que se decía. De cualquier manera, Ixel se encogió de hombros. Su propósito era simple: concebir un hijo para el canciller. No le importaba la banalidad del carácter de ese hombre. Si era escogido, viviría una vida plena y lujosa. Que Loren tuviera a cien más o que se enamorara de otro, no lo preocupaba. CONTINUARÁ.
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