Capítulo 6: El primer encuentro.

2994 Words
La huida de Hunter y Devin a través del bosque, con el zumbido ominoso de la sombra misteriosa resonando en sus oídos y el frío pánico en sus corazones, fue una carrera desesperada contra lo desconocido. Cada paso que daban era un acto de fe, una súplica silenciosa para llegar a la seguridad del Instituto antes de que aquella entidad intangible los alcanzara. La oscuridad de la noche, que caía rápidamente sobre Redwood, se convirtió en una aliada y, a la vez, en un velo que ocultaba tanto a sus perseguidores como a la promesa de un refugio. Cuando finalmente la familiar luz del Instituto se abrió paso entre los árboles, una oleada de alivio inundó a Hunter y a Devin. Sus piernas ardían, sus pulmones clamaban por aire, pero el instinto de supervivencia los había impulsado hasta el límite. El zumbido se desvaneció, o quizás fue ahogado por el bullicio del Instituto, pero la sensación de haber estado al borde de algo aterrador persistió. La llegada de Hunter y Devin de regreso al Instituto de Redwood trajo consigo el inconfundible sabor de la victoria para el equipo amarillo. Apenas cruzaron la línea de meta improvisada, la celebración estalló entre sus compañeros de equipo. Gritos de júbilo y palmadas en la espalda recibieron a los dos jóvenes, especialmente después de que el disco dorado con las constelaciones fuera presentado al profesor Alaric Rousseau. El objeto, aún brillante en la mano de Hunter, parecía un faro de triunfo. El profesor, con una mezcla de seriedad y jovialidad, asintió con aprobación, sus ojos profundos escudriñando a los dos jóvenes. Un ligero brillo, casi un destello de algo inescrutable, apareció en su mirada cuando observó a Hunter. —¡Excelente trabajo, equipo amarillo! Una estrategia inteligente y una ejecución impecable. Hunter, Devin, sus habilidades combinadas fueron decisivas —Su mirada se detuvo un momento en Hunter, una chispa de curiosidad brillando en sus ojos, una intensidad que Hunter no supo descifrar—. Esa barrera de energía que creaste, Hunter, fue... inesperada y muy eficaz. Tendremos que discutirla en detalle. El corazón de Hunter dio un vuelco. ¿Inesperada? El profesor sabía lo que era, o al menos lo intuía. La sombra misteriosa del bosque se cernía sobre sus pensamientos, uniendo cabos sueltos que aún no terminaban de encajar. —Y la distracción musical, Devin —continuó el profesor, volviendo su atención al hijo de Apolo, quien sonreía radiante, sus ojos color ámbar resplandeciendo—, un toque de genio. Treinta puntos bien merecidos. El Grifo quedó… complacido. Las palabras del profesor provocaron una mezcla de emociones en el resto de los estudiantes. Miradas de admiración se mezclaban con las de disgusto y envidia de aquellos que habían sido derrotados o que simplemente no soportaban ver el éxito de otros. El hijo de Érebo seguía siendo un misterio; no había rastro de él en el Instituto, y nadie parecía preocuparse por su ausencia, lo que sólo alimentaba la creciente inquietud de Hunter. Hunter pudo sentir los ojos de Liam, el hijo de Zeus, fijos en él desde la distancia, con una expresión de clara desaprobación. Liam siempre había sido arrogante, convencido de su superioridad por ser descendiente del rey de los dioses. La victoria de Hunter sobre un Grifo, y la demostración de un poder que ni siquiera él entendía, no le sentaba bien. —Parece que a ese chico no le gusta perder —murmuró Devin al oído de Hunter, una sonrisa pícara en sus labios. Hunter sólo asintió, su mirada fija en Liam. La hostilidad del hijo de Zeus era casi tan palpable como la presencia que los había perseguido en el bosque. Dejaron los implementos de lucha—espadas de práctica, dagas y escudos—junto con los petos de cuero, en el área de almacenamiento designada, liberándose de su equipo de combate. La sensación de ligereza fue inmediata, como si se hubieran quitado un peso inmenso de encima. Antes de separarse para ir a sus respectivas alas y tomar una ducha, Devin le sonrió a Hunter, un brillo prometedor en sus ojos. —¡Nos vemos en el almuerzo, Hunter! Necesito reponer energías y contarte todos mis secretos musicales. Y tú, ¡tienes que explicarme con más detalles qué demonios fue esa barrera de luz! ¡Parecía sacada de una película! Hunter asintió, un calor inusual extendiéndose por su pecho. Todavía estaba sorprendido por la personalidad y la singularidad del hijo de Apolo. Devin era como un rayo de sol que había irrumpido en su mundo habitualmente sombrío. Pensó en ello mientras se dirigía a su habitación, la imagen de la cegadora luz dorada de Devin y el brillo iridiscente de su propio escudo de Amortentia bailando en su mente. Y la sombra. La sombra que se deslizaba entre los árboles, la cara sin rostro. El misterio se profundizaba. Cuando estuvo listo, con una nueva muda de ropa—unos jeans desgastados y una camiseta de manga larga de un color bermellón—, se preparó mentalmente para pasar una larga y tediosa hora en clase de Relaciones Sociales. La materia era impartida por la señorita Choi Mina, una hija de Hera, cuya presencia era tan impecable como su cabello oscuro recogido en un moño estricto. La mujer compartía algunas cualidades innegables de su madre divina; entre ellas, su poca tolerancia a las infidelidades y su férrea defensa de la seriedad y el compromiso en una relación. Su voz era melódica, pero cada palabra estaba cargada de un peso solemne. —Buenos días, jóvenes semidioses —comenzó la señorita Choi, su mirada recorriendo el aula con una intensidad que parecía ver más allá de la superficie, como si pudiera leer el historial amoroso de cada uno de ellos—. En esta clase, no sólo aprenderán sobre las complejidades de las relaciones mortales y divinas, sino también sobre la base de cualquier unión duradera: el respeto, la comunicación y la devoción. El matrimonio, en particular, es un pilar fundamental para la estructura de la familia, y una familia no puede subsistir sin equilibrio. Se detuvo, sus ojos fijos en un joven hijo de Hestia en la primera fila, que se removió incómodo bajo su escrutinio. —Dígame, Emery, ¿por qué cree usted que la devoción es crucial en el matrimonio? El chico, Emery, visiblemente nervioso, tartamudeó—: Bueno, señorita Choi, supongo que... uh... para que no se peleen mucho y estén siempre juntos, ¿no? Para… para que no se separen. La señorita Choi asintió lentamente, una pequeña sonrisa se formó en sus labios, aunque sus ojos no perdieron su seriedad. Hunter no pudo evitar notar la ironía de una hija de Hera hablando sobre la devoción en el matrimonio, considerando la reputación de su padre. —Una observación simple, pero no incorrecta, Emery. La devoción es la lealtad inquebrantable, la promesa de permanecer al lado del otro, incluso cuando las tentaciones de otros dioses o mortales se presenten. Porque, permítanme ser clara: si una parte está en desbalance, si la confianza se quiebra, es obvio que la relación está destinada a terminar en fracaso. Como un templo construido sobre cimientos débiles, inevitablemente colapsará. Su mirada se posó en una hija de Hécate, que estaba revisando sus uñas con un aire de aburrimiento. —Y usted, señorita Helena. Si la comunicación falla en una relación, ¿qué consecuencia cree que esto acarrea? Con un sobresalto, la chica levantó la vista, sus ojos se abrieron de par en par. —Uhm... supongo que la gente no sabría lo que el otro quiere, y se enojarían y se separarían. Habría… mucha confusión. —Precisamente —continuó la maestra, su voz un poco más fuerte, resonando con la autoridad de una matriarca—. La falta de comunicación engendra resentimiento, incomprensión y, en última instancia, la disolución de los lazos que una vez unieron. El silencio es un veneno lento, y la discordia, una enfermedad que pudre la esencia de la unión. Su voz se elevaba, llena de la sabiduría de eones de matrimonios divinos y mortales. —Recuerden esto, jóvenes: no importa cuán poderosos sean sus padres, o cuán fuerte sea su propia chispa divina. Sin estos pilares, sus relaciones, tanto personales como profesionales, carecerán de la estabilidad necesaria para resistir las pruebas del tiempo y las inevitables tormentas de la vida. Aquellos que ignoren estas verdades, lo harán bajo su propio riesgo. La hora se sintió eterna para Hunter, cada palabra de la señorita Choi resonando con una verdad innegable pero también con la pesadez de las expectativas divinas. Cuando por fin pudo escapar de la tortura de la clase, se dirigió a la cafetería, moría de hambre. Su estómago rugía en protesta después del intenso ejercicio, la tensión con la figura misteriosa, y la tortuosa clase de Relaciones Sociales. Cuando entró en el lugar, el bullicio habitual de voces y el aroma a comida lo inundaron. Le fue imposible no buscar a Devin con la mirada. Sus ojos bicolores recorrieron las mesas abarrotadas, esperando encontrar el cabello rubio y la sonrisa brillante. Al no encontrarlo de inmediato, se dirigió directamente a la mesa que compartía con sus hermanas. Emma le había pedido su cena y lo tenía en una segunda bandeja frente a ella, una pila tentadora de sándwiches y frutas. —¡Gracias, Emma, eres la mejor! —exclamó Hunter, dejándose caer en la silla con un suspiro de alivio. Abrió su sándwich con entusiasmo, devorándolo—. Deberían poner un break para un aperitivo después de las clases de defensa, sobre todo si hacen ejercicios de entrenamiento como el de hoy. ¡Casi me desmayo de hambre! Sus hermanas rieron con su habitual dulzura. Brooklyn negó con la cabeza, sus rizos rubios balanceándose. —Sabemos lo dramático que eres, Hunt. Pero tienes razón, hoy fue intenso. Para todos. Mackenzie se inclinó y le hizo mimos en el cabello, acariciando suavemente los mechones rosas. —Mi pobre hermanito. Necesitas energía para esos poderes misteriosos que invocaste. ¡Todos lo vieron! Por supuesto que la noticia les había llegado, aunque era algo que no les causó sorpresa. Ellas ya habían conocido el poder de la Amortentia. Hunter se preguntó cuánto tiempo pasaría antes de que el profesor Rousseau lo llamara para “discutir en detalle” el incidente de la barrera. La inquietud por la sombra regresó, un frío nudo en su estómago. No habían dicho nada al respecto. Poco tiempo después, las puertas de la cafetería se abrieron de nuevo, y Devin apareció, su cabello ligeramente húmedo de la ducha, pero su energía tan vibrante como siempre. Sus ojos color ámbar brillaban con la excitación de la victoria y la promesa de una buena comida. Se dirigió directamente a la mesa de Hunter apenas dio con él. —¡Aquí estoy! ¡Perdón por la demora, el agua de la ducha no quería ponerse a la temperatura correcta! ¡Un semidiós de Apolo no puede ir por la vida con el cabello a medio lavar! —Saludó a las hermanas de Hunter con una sonrisa radiante—. Hola a todas. Soy Devin, hijo de Apolo. Hunter ya les habrá hablado de mi infinita humildad y modestia. Las hermanas de Hunter, como era de esperar, cayeron bajo el encanto del chico rubio de inmediato. Brooklyn, Dianne y Emma lo saludaron con entusiasmo, mientras Mackenzie le dedicaba una sonrisa tímida, sonrojándose ligeramente. El puesto de Devin en la mesa ya estaba asegurado. Hunter sonrió, observando la facilidad con la que Devin se ganaba a la gente. Era un contraste tan marcado con su propia naturaleza reservada. En un momento dado, mientras Devin explicaba con exagerados gestos de manos y una vívida narración cómo habían superado la prueba de Rousseau—dándole a Hunter el crédito por el escudo “aurora boreal” y riéndose de la danza involuntaria de sus oponentes—las puertas de la cafetería se abrieron de repente, sobresaltando a todos los presentes, pero no por la llegada de otro estudiante más. Nada era extraño por la hora y la afluencia de semidioses; en realidad, fue el aura que emanaban las personas que acababan de cruzar las puertas y que se dirigían a una mesa en el fondo del lugar lo que tenía a los estudiantes de Redwood con los sentidos al máximo. Un silencio sutil, casi imperceptible, se había apoderado de la mayoría de las mesas. Las conversaciones bajaron de volumen, las cabezas giraron discretamente. Era como si una nube helada hubiera entrado en la sala. Brooklyn fue la primera en romper el silencio en su mesa, hablando sólo para las personas allí reunidas, su voz baja y cargada de un tono misterioso. —Este año hay varios estudiantes nuevos... lo cual no es de extrañar. Pero ellos... no son chicos o chicas de primer año, como se esperaría. Al igual que tú, Devin. Han llegado tarde. Pero el aura que emana de esos dos... —Dejó la frase en el aire, sus ojos fijos en las nuevas figuras, una expresión de cautela en su rostro. Dianne fue la siguiente, preguntando para sí misma, con una ligera preocupación en su voz. Todos en la mesa, y de hecho, gran parte de la cafetería, les daban una mirada de reojo al nuevo par, como si fueran una especie de curiosidad exótica o, quizás, un peligro inminente. —¿Quiénes son? Devin, que había dejado de gesticular, fue quien respondió. Su tono se volvió inusualmente serio, y todos en la mesa le prestaron atención, notando el cambio repentino en su habitual jovialidad. Su mirada se había oscurecido, su ojos fijos en las figuras distantes con una intensidad que Hunter no había visto antes. —Son Jayden y Zachary Clare —dijo, sus ojos fijos en las figuras distantes, que ahora tomaban asiento con una gracia casi fantasmal—. Los futuros heredero y segundo al mando del Inframundo... los hijos de Hades. Hunter y sus hermanas profirieron jadeos de asombro. Los hijos de Hades en Redwood. Era algo raro. Los descendientes de los Tres Grandes, Zeus, Poseidón y Hades, siempre eran escasos y, a menudo, portaban un aire de poder que los distinguía del resto, una especie de majestuosidad oscura o radiante que los hacía destacar. Y así como Zeus y Poseidón enviaron a sus hijos a Redwood para entrenar y prepararse desde temprana edad, Hades prefirió no hacerlo; dándole lecciones personales en el Inframundo. Así que este acontecimiento cada vez resultaba ser más extraño, una ruptura con la tradición, una señal de que algo inusual estaba en el aire. La tensión en la cafetería, antes un murmullo, ahora era un silencio casi reverencial, puntuado por los ocasionales ruidos de cubiertos y platos. Hunter desvió su mirada a los dos chicos, gemelos ni más ni menos, en la mesa del fondo. Ambos estaban vestidos completamente de n***o, su ropa fluía como sombras a su alrededor, casi mimetizándose con la penumbra de la cafetería. La única diferencia obvia entre ellos residía en el color de su cabello. Mientras el que se veía más accesible—con una expresión pétrea, aunque distante—tenía el cabello teñido de un blanco hueso, casi etéreo, como la escarcha en una noche de invierno, el otro, de apariencia más peligrosa e indiferente, poseía una melena oscura como la brea, que parecía absorber la poca luz que le llegaba, un agujero n***o en la silueta. La presencia de ambos era casi opresiva, un aura de frialdad y poder que emanaba de ellos. Y fue entonces. Justo cuando Hunter creyó haber asimilado la novedad de su presencia, un par de ojos cerúleos, de un azul tan profundo como el abismo marino, se enfrentaron a los suyos. Pertenecían a un hermoso rostro, con la mandíbula afilada y unos pómulos altos y cincelados que le daban un aire de escultura griega, y una cicatriz fina que surcaba su mejilla derecha, añadiendo una dureza intrigante a su ya fría belleza. Era el gemelo de cabello oscuro, Jayden. Un escalofrío helado recorrió la piel del chico de ojos bicolores, una sensación que no tenía nada que ver con el frío del otoño en Vermont. Fue imposible para Hunter apartar la mirada de la del hijo del Dios de la Muerte. Una conexión extraña y electrificante se forjó entre ellos, un reconocimiento silencioso que trascendía el simple contacto visual. La cafetería entera pareció desvanecerse, y sólo existieron ellos dos en un espacio suspendido en el tiempo. Era como si una corriente subterránea de energía fluyera entre sus miradas, uniendo dos mundos dispares. La frialdad de los ojos cerúleos contrastaba con una intensidad ardiente, y Hunter sintió que, por un breve instante, había vislumbrado un abismo de secretos en ellos. Jayden mantuvo la mirada por un segundo más, un segundo que se sintió como una eternidad. Su expresión permaneció impasible, seria, pero la intensidad de sus ojos no disminuyó. Luego, con una lentitud deliberada, sus ojos se desviaron hacia el disco dorado que aún Hunter sostenía sobre la mesa, casi escondido debajo de su brazo, el objeto que acababa de ganar en la prueba. No hubo sonrisa, sólo una fijeza en su mirada que envió otro escalofrío por la espalda de Hunter. Había algo en esa intensidad, algo que le decía que este encuentro no era una simple casualidad, que la llegada de los hijos de Hades no era una coincidencia, y que esa mirada, esa conexión, iba más allá de la mera curiosidad. El zumbido de la sombra en el bosque, el ataque del hijo de Érebo, y ahora esto. Todo empezaba a sentirse como parte de un patrón. Hunter sintió una oleada de preguntas inundar su mente, pero la más apremiante era: ¿qué sabía Jayden Clare, el enigmático hijo de Hades, sobre el disco, sobre él, y sobre la creciente oscuridad que parecía envolver a Redwood? La tranquilidad de la cena se había desvanecido, reemplazada por un presagio inquietante.
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