Prólogo
La vida de un semidiós no era más que una farsa, una parodia cruel que se burlaba por igual de la mortalidad y la inmortalidad. Era una danza macabra entre lo divino y lo humano, un juego de sombras donde la línea entre héroe y villano se desdibujaba con cada nuevo amanecer.
En ese universo de matices, la existencia se revelaba como un laberinto de espejos distorsionados.
Hasta hacía poco, la mayor de las preocupaciones de Hunter se limitaba a superar las arduas pruebas de combate en Redwood. Esta academia, un bastión de entrenamiento, forjaba a los hijos de los dioses, enseñándoles a dominar sus poderes y a confrontar las amenazas que acechaban más allá del velo que separaba su mundo del reino de los monstruos.
Redwood era un crisol donde la rivalidad y la ambición se afilaban tanto como las espadas que blandían sus estudiantes.
Pero la aparente normalidad se hizo añicos un 5 de septiembre.
El oráculo, con su voz sibilante y enigmática, pronunció una profecía que heló la sangre en las venas de todos los presentes. Era el anuncio de la inminente destrucción del mundo, un apocalipsis que sólo ellos, un puñado de adolescentes con poderes sobrehumanos, podían evitar.
La carga de ese destino recayó sobre sus jóvenes hombros, transformando su existencia para siempre.
¿Y cuál era el papel de Hunter en todo aquello? Ser el elegido, el salvador. Un título que resonaba más a maldición que a honor. Porque ser un semidiós no implicaba únicamente poseer fuerza sobrehumana o la capacidad de controlar los elementos.
Significaba cargar con el peso de un destino impuesto, una responsabilidad que le aplastaba los hombros, amenazando con sofocarlo.
Hunter recordaba el día con vívida claridad, como si el tiempo no hubiera transcurrido. Las antorchas iluminaban el anfiteatro en una noche sin luna, tejiendo un halo de luz alrededor de la figura del oráculo. La mirada penetrante de esta se posó directamente en él, y un escalofrío le recorrió la espalda.
Era una sensación inquietante, como si la antigua figura pudiera leer sus pensamientos más profundos, desentrañar cada uno de sus miedos y sus dudas más íntimas.
En aquel preciso instante, Hunter comprendió que su vida jamás volvería a ser la misma. A partir de ese día, estaría inexorablemente atrapado en una espiral de peligros y desafíos que pondrían a prueba su valor, su lealtad y, sobre todo, su humanidad.
Y, aunque a veces anhelaba con desesperación regresar a aquellos días en los que sus únicas preocupaciones eran las pruebas y los exámenes, sabía, con una certeza abrumadora, que no podía escapar de su destino. El mundo se cernía al borde del abismo, y él, el semidiós reticente, era su único, y frágil, rayo de esperanza.