Capítulo 16: El corazón olvidado.

5000 Words
Cuatro días. Cuatro días de entrenamiento brutal en los campos de Asfódelos, donde el crepúsculo perpetuo era testigo mudo de sus músculos doloridos y sus mentes agotadas. El aire, pesado y denso, parecía amplificar cada jadeo, cada golpe fallido, cada caída. La tierra grisácea se había convertido en su lienzo de dolor, sus cuerpos, lienzos de moretones y raspaduras, testimonio de la implacable tutela de Jayden. Jayden podía afirmar que los semidioses, a pesar de su inexperiencia inicial y sus evidentes debilidades, aprendían rápido si se les daba el incentivo adecuado. Habían aprendido disciplina, pulido sus técnicas de combate hasta un punto tolerable, y lo más importante, habían comenzado a funcionar como una máquina bien engrasada, aunque todavía nueva y con piezas crujiendo. No hubo más acercamientos significativos entre Hunter y él desde aquella noche en el invernadero. ¿La situación era un factor?, sí, la urgencia de la misión consumía todo su tiempo y energía, eclipsando cualquier otra consideración. Pero, en realidad, la verdad era más compleja: ninguno de los dos sabía cómo abordar al otro de nuevo. El encuentro en el invernadero había sido una casualidad. Ahora, con la luz del día—o lo más parecido a ella en el Inframundo—la espontaneidad se había disipado, reemplazada por una incómoda incertidumbre sobre cómo actuar. La tensión flotaba entre ellos, una corriente silenciosa de preguntas sin formular y respuestas no dadas. En ese momento, se encontraban todos reunidos en la imponente biblioteca, un respiro necesario del extenuante entrenamiento. Los gemelos habían decidido que sería mucho más provechoso que todos colaboraran en la revisión de los innumerables tomos que allí se acumulaban. La sala era un vasto santuario de conocimiento, con estanterías de ébano que se alzaban hasta un techo abovedado repletas de pergaminos amarillentos, códices encuadernados en cueros extraños y libros tan antiguos que sus cubiertas parecían talladas en piedra. El aire olía a moho y a papel envejecido. La luz fantasmal de las antorchas de fuego azulado que colgaban de las paredes proyectaba sombras. —¡Demonios! —exclamó Romina, exasperada—. Llevamos horas en esto y lo único que he encontrado es un tratado sobre la mejor manera de pulir las pezuñas de un Centauro para el Baile de Invierno de los Inmortales. —Encontré un manual para hacer pociones de amor que garantizan que el destinatario se enamore perdidamente de una cabra —añadió Orión, con un destello de diversión en sus ojos, su tono juguetón, agitando un pequeño libro encuadernado en piel de sátiro—. ¿Alguien quiere un experimento? Podríamos probarlo con algún demonio menor para ver si funciona. Liam resopló. —Muy gracioso. Acabo de leer algo sobre una enfermedad llamada “Podredumbre de la Felicidad”, que hace que los dioses se vuelvan adictos a las burbujas de jabón. Dice que la contraen al pasar demasiado tiempo en compañía de ninfas risueñas. No creo que sea lo que estamos buscando, a menos que nuestros padres hayan estado demasiado tiempo en fiestas con burbujas. Calypso, con el ceño fruncido y los ojos clavados en un grueso tomo encuadernado en lo que parecía ser escamas de dragón, suspiró. —Los archivos son inmensos. Hemos revisado docenas de volúmenes sobre plagas, maldiciones, y enfermedades que afectan a inmortales y mortales por igual. Pero nada coincide exactamente con lo que le ocurre a nuestros padres. —Es como si afectara su esencia misma —añadió Silas, sus dedos trazando patrones en la cubierta de un libro antiguo, su voz pensativa—. Afecta a los dioses, a su mismo ser. No a su cuerpo físico de la misma manera que una enfermedad mortal. No son sólo sus cuerpos los que fallan. Zachary, que había estado hojeando un códice con una rapidez asombrosa, sus dedos casi un borrón sobre las páginas, lo cerró con un chasquido que resonó en el silencio momentáneo. Hunter, sentado en el suelo entre dos estanterías, con Crocus acurrucado en su regazo, durmiendo pacíficamente, había estado revisando un libro con ilustraciones de flores extrañas, algunas que nunca había visto en el mundo mortal. —He estado buscando algo que mencione la corrupción de una esencia primordial —preguntó de repente, recordando la advertencia de Jayden sobre la ira de Pitón, y el escalofrío que le produjo su voz al mencionarlo—. No como una enfermedad, sino como una mancha en el alma, una plaga que consume la divinidad desde dentro. Jayden, que se había acercado para observar el lomo de un volumen particularmente polvoriento, deslizando un dedo sobre la tapa, negó con la cabeza sin siquiera mirarlo. —Una corrupción así sería más insidiosa que cualquier veneno conocido. No busca matar, sino subyugar, corromper desde dentro. Eso es precisamente lo que sospechamos que está ocurriendo, pero encontrar una referencia directa a algo tan antiguo es casi imposible. Un silencio frustrante se instaló. Las horas pasaban, y la pila de libros revisados, inútiles en sumayoría, crecía exponencialmente, amontonándose en el suelo. De repente, Devin, que había estado susurrando para sí mismo mientras revisaba un libro tras otro, se aclaró la garganta. —Creo que he encontrado algo. O al menos eso creo. Todos se giraron hacia él, el cansancio y la frustración momentáneamente olvidados. Devin levantó el libro con sumo cuidado, como si sostuviera un artefacto explosivo. La cubierta era de cuero oscuro con grabados que parecían serpientes entrelazadas, sus ojos grabados con pequeñas gemas de ópalo. Leyó en voz alta cada palabra cargada de un nuevo significado. —Aquí habla de… “El Corazón de Cristal”. Una gema de poder inmenso, creada mucho antes de que los dioses tomaran el poder, capaz de purificar las esencias divinas más corrompidas. Se dice que puede restaurar el equilibrio donde la Oscuridad ha echado raíces, donde el caos ha sembrado su semilla. Una lágrima primordial de la creación misma, capaz de sanar lo que ha sido torcido. —¿Y dónde está? —preguntó Calypso—. ¿Hay alguna indicación de su origen? Devin pasó las páginas con lentitud, sus ojos escudriñando el texto con avidez, sus dedos temblorosos. —Se halla en lo profundo de una isla maldita… Creta Magna, una tierra olvidada en el Mar Egeo, más allá de la bruma mortal. Custodiada por… un Minotauro. No la criatura de Pasífae, sino su hermano, una bestia aún más antigua y salvaje. Un escalofrío recorrió la espalda de Romina, sus ojos abiertos de par en par. —Un Minotauro. Genial. Justo lo que necesitábamos. Devin continuó leyendo, su voz ahora más tensa. —La leyenda dice que Creta Magna fue el hogar de una antigua r**a de gigantes, ahora extintos. Zeus, en un ataque de celos y furia por una ofensa olvidada, la maldijo, haciendo que sus tierras se volvieran estériles y que una niebla perpetua la cubriera, impidiendo que los mortales la encontraran. Sólo los más desesperados, o los más necios, se aventuran a buscarla. La maldición también afectó a la bestia. Liam frunció el ceño, cruzándose de brazos y soltando un resoplido. —¿Así que tenemos que ir a una isla maldita, encontrar un corazón mágico, y enfrentarnos a un Minotauro inmortal? Esto suena… como una película de aventuras de bajo presupuesto que nadie vería. ¿Estamos seguros de que esto no es sólo una leyenda para asustar a los niños? —Es un obstáculo, no una película —espetó Jayden, su voz cortante, mientras se acercaba a Devin para ver el tomo, sus ojos recorriendo las palabras antiguas—. ¿Dice algo sobre cómo llegar allí? O cómo superar a la bestia? ¿Hay algún ritual para someterlo? Devin negó con la cabeza. —No hay instrucciones claras. Sólo vagas descripciones de la niebla que rodea la isla y el laberinto de túneles que conducen al Corazón de Cristal. —¿Y realmente puede curar a los dioses? —preguntó Hunter. Silas se acercó, sus ojos brillando con una luz inusual. —Si es tan antiguo y poderoso como describe, y si su naturaleza es purificadora… tiene sentido. Un objeto con tal poder podría ser la única solución. Es nuestra mejor apuesta. Calypso se cruzó de brazos, su mente ya procesando la logística. —Entonces, la pregunta es: ¿cómo llegamos a Creta Magna? Si está oculta por una niebla mística, no podemos simplemente coger un barco y navegar hasta allí. La mayoría de las embarcaciones se perderían o chocarían contra las rocas. —La niebla mística suena a magia de ocultamiento —murmuró Zachary—. Y si es en el Mar Egeo, entonces es en el mundo mortal. Pero una parte aislada, inaccesible para los humanos. Tendríamos que navegar a través de esa niebla… lo cual es un problema sin un mapa o un guía, o algún tipo de brújula que funcione más allá de la realidad conocida. —Quizás el libro diga algo más —sugirió Romina, señalando el tomo con el dedo, sus cejas fruncidas en concentración—. ¿Hay alguna runa, algún símbolo, alguna pequeña pista oculta? No todo está siempre explícito en estas cosas. Devin volvió a pasar las páginas, su ceño fruncido en concentración, con una lupa de hueso que había encontrado. —No… no de forma explícita. Sólo una advertencia: “Aquel que busque el Corazón de Cristal, deberá poseer pureza de corazón y la fuerza del espíritu, pues la maldición se alimenta de la desesperación y la duda. El Minotauro es un reflejo de la oscuridad interna del que se atreve a enfrentarlo”. —Maravilloso —gruñó Marcus, rodando los ojos con exasperación—. Así que, además de un monstruo gigante e inmortal, ahora tenemos que pasar un examen psicológico. ¿Qué sigue? Jayden se alejó un poco del grupo, analizando la situación. La información era escasa, los peligros inmensos. Un Minotauro ancestral, una isla maldita oculta por la niebla, y la urgencia de sus padres agonizantes. —Hablaremos con mi madre. Si alguien puede darnos una pista sobre cómo llegar a Creta Magna sin un mapa o sobre cómo lidiar con un Minotauro inmortal, es ella —añadió—. El Minotauro es una bestia de la tierra. Mi madre, como diosa de la primavera, podría tener una conexión con la criatura o tener información que nos ayude a apaciguarlo o eludirlo. O al menos, información sobre cómo los gigantes pudieron existir allí sin que los dioses intervinieran antes. Jayden observó a Hunter un momento más antes de que este se dirigiera hacia la salida con Crocus. Había algo en la forma en que Hunter cuidaba al pequeño animal, en la ternura que mostraba, que conmovía algo profundo en Jayden. Un anhelo de algo más allá de la batalla. Hunter siguió a Zachary y Calypso por los vastos corredores del palacio. El aire era denso, impregnado de un aroma a incienso y a tierra mojada. —¿Creen que la Reina realmente sepa algo que no esté en la biblioteca? —preguntó, su voz resonando ligeramente en los pasillos. Calypso asintió, su expresión pensativa. —Ella tiene un conocimiento único de la tierra, de los ciclos de la vida y la muerte. Ha estado aquí por siglos. A menudo, las leyendas más antiguas no se escriben en tomos, sino que se transmiten de boca en boca, o se guardan en la memoria de los dioses. —Y no olvidemos su papel en el Tártaro —añadió Zachary, su voz calmada y reflexiva—. Ella tiene influencia, y a menudo negocia con entidades que ni siquiera nosotros podemos comprender. Llegaron a un conjunto de puertas dobles de bronce oscuro, adornadas con intrincados relieves de granadas y flores marchitas, símbolos de Perséfone. Dos espectros, armados con lanzas de sombra, custodiaban la entrada, sus ojos vacíos brillando con una tenue luz azul. Al ver a los gemelos, se inclinaron con reverencia y abrieron las puertas sin hacer ruido. Flores exóticas de colores vibrantes y extraños crecían en cascada por las paredes y en grandes macetas. El aire estaba saturado con el dulce y embriagador aroma de las flores, mezclado con la frescura de la tierra húmeda. Había pequeños estanques con agua cristalina y peces luminosos que nadaban en su interior. —Madre —saludó Jayden. Dio un paso adelante, mientras Zachary y Calypso se quedaban un poco detrás, y Hunter se aferraba a Crocus. Perséfone levantó la mirada. Una sonrisa suave y enigmática se dibujó en sus labios. —Mis amores. Y mis jóvenes huéspedes. ¿Qué los trae a mi humilde santuario? —Hemos encontrado algo —comenzó Jayden, y se apresuró a explicar lo que Devin había descubierto sobre la isla maldita y el Minotauro inmortal. No omitió ningún detalle. Perséfone escuchó con atención, sus ojos sin parpadear, el cervatillo fantasma a sus pies pareciendo también escuchar con atención. Cuando Jayden terminó, la diosa guardó silencio por un largo momento, su mirada fija en algún punto más allá de ellos. —El Corazón de Cristal… y Creta Magna. Hace mucho tiempo que no escuchaba ese nombre. A Zeus, no le gusta que se recuerden sus… arrebatos. —¿Conoce la leyenda, Reina Perséfone? —preguntó Calypso, sus ojos llenos de esperanza. —Conozco más que la leyenda —respondió Perséfone, su mirada posándose en Calypso—. Creta Magna fue una joya en el Egeo, un lugar de inmensa belleza y poder. Los gigantes que allí habitaban eran una r**a noble, no los monstruos que se les retrata. Pero Zeus se sintió ofendido por su independencia. Así que la maldijo. No sólo la isla, sino también a la criatura que allí residía. —¿El Minotauro? —preguntó Hunter, con voz suave. Perséfone asintió, sus ojos fijos en Hunter, una sonrisa compasiva en sus labios. —Sí, pequeño Hunter. El Minotauro fue concebido como el protector de un santuario sagrado, el Corazón de Cristal. Zeus, al maldecir la isla, no pudo destruir la gema, pues su poder es anterior al suyo. Pero sí pudo atar a la criatura a ella, y corromper su mente. —¿Y cómo llegamos a la isla? —preguntó Jayden. —La niebla que la rodea no es una niebla común —explicó Perséfone, su voz grave—. Ningún barco mortal puede atravesarla sin perderse, ni ningún mapa mundano te guiará. Necesitarán un barco del Inframundo, uno que sea parte de las sombras y que pueda navegar más allá de las velos. Y un guía que conozca los caminos secretos del Egeo, los senderos ocultos bajo la superficie. —¿Un barco del Inframundo? —preguntó Zachary—. ¿Y quién podría guiarnos? No creo que haya capitanes de barcos fantasma que hagan viajes turísticos. Perséfone sonrió. —Caronte. Él conoce cada rincón de este reino y de los reinos cercanos a él. Ha llevado almas y dioses a través de las brumas por milenios. Su embarcación puede atravesar cualquier velo. Pero Caronte… es un ser peculiar. Tendrán que presentarle su caso, y convencerlo de que la causa vale la pena. —¿Y el Minotauro? —preguntó Marcus, su expresión sombría—. El libro dice que se alimenta de la desesperación y es un reflejo de nuestra oscuridad. ¿Cómo se combate algo así? —No se combate con fuerza bruta, hijo de Hefesto —dijo Perséfone, sus ojos fijos en Marcus—. El Minotauro es la personificación de la ira y el tormento que Zeus infligió a la isla y a sí mismo. No es un enemigo que pueda ser simplemente apuñalado. Su inmortalidad está ligada al Corazón de Cristal. Si desean obtener la gema, deben enfrentarse no sólo a la bestia, sino a la oscuridad que reside en sus propios corazones. La bestia se alimenta del miedo, de la culpa, de la duda. Si se acercan a él con el corazón lleno de estas cosas, lo harán más fuerte. —Entonces… ¿meditación? —preguntó Silas, con una mueca—. No me veo en el laberinto, buscando mi yo interior mientras un Minotauro me pisa los talones. Perséfone rio suavemente, el sonido como el tintineo de campanillas. —No tan extremo. Pero sí. Deben enfrentar sus propias sombras. Deben ir con un propósito claro y puro, sin resentimiento, sin miedo. Recuerden: el Minotauro fue una vez un guardián noble. —¿Transformado? —preguntó Romina, con una chispa de interés en sus ojos—. Como purificarlo a él también. —Exactamente —confirmó Perséfone—. Al activar el Corazón de Cristal, su poder se desatará. No sólo purificará a los dioses, sino que deshará la maldición que ata al Minotauro a la isla y que corrompió su mente. Él volverá a ser el guardián que una vez fue, o encontrará la paz. Jayden escuchó atentamente, su mente procesando la nueva información. Era un plan arriesgado, pero plausible. Miró a Hunter, quien aún acariciaba a Crocus, su rostro pensativo. Había algo en la inocencia y la bondad de Hunter que resonaba con la idea de la "pureza de espíritu" que mencionaba su madre. —Madre —dijo Jayden, su voz un poco más suave de lo habitual, casi indecisa—. Hunter encontró una referencia a un veneno que afectaba la esencia. ¿Podría ser parte de esta aflicción? Sabemos que Pitón es una entidad primordial. Perséfone frunció el ceño, el cervatillo a sus pies se agitó nerviosamente. —Una corrupción primordial… Eso sería algo mucho más antiguo y profundo que cualquier veneno. Si Pitón está liberando una esencia corrupta, una plaga que emana de su propia ira, entonces no hay antídoto conocido. Su poder es de la oscuridad más profunda, del caos mismo. Sin embargo, el Corazón de Cristal es la única esperanza contra una aflicción así. Su poder es de la creación, anterior a la misma Pitón. —Quizás el Corazón sea la única forma de purificar esa corrupción directamente —sugirió Silas—. Si es la ira de Pitón manifestándose, entonces necesitamos algo que contrarreste su esencia. —Podría ser —dijo Perséfone—. Pero ahora su prioridad es el Corazón de Cristal. Una vez que lo obtengan, muchas de estas preguntas encontrarán respuesta. —Gracias, madre —dijo Jayden, inclinando ligeramente la cabeza en señal de respeto. —Le dejo a Crocus entonces —dijo Hunter, acercando al conejito a Perséfone. Crocus, sorprendentemente, no se resistió y saltó suavemente al regazo de la diosa, que lo acarició con una sonrisa. El cervatillo fantasmal lo olfateó con curiosidad. —Lo cuidaré bien, pequeño Guerrero —dijo Perséfone, sus ojos brillando con afecto al mirar a Hunter—. Él estará a salvo aquí. Y recuerden lo que he dicho sobre la pureza de intención. Será su mayor arma. Jayden atravesó la salida, y el resto del grupo lo siguió. Pero Hunter se detuvo un momento en el pasillo. —Jayden —lo llamó Hunter, su voz apenas un susurro, pero lo suficientemente claro como para detener al hijo de Hades. Jayden se detuvo, dándose la vuelta lentamente, sus ojos encontrándose con los de Hunter. Había una mezcla de sorpresa y expectación en su mirada. —Necesitamos… —Hunter comenzó, y se detuvo, buscando las palabras. La presencia de Jayden, tan imponente y enigmática, lo intimidaba un poco—. ¿Necesitamos hablar? Sobre… lo del invernadero. Jayden asintió, su expresión endurecida levemente, como si se estuviera preparando para una confrontación. —Lo sé. Pero no es el momento ni el lugar. —Lo sé —Hunter interrumpió, dando un paso más cerca, la desesperación en su voz—. Pero no puedo… no podemos ignorarlo. Se siente como un elefante en la habitación. Es… es importante para mí. Los ojos de Jayden se suavizaron apenas, una emoción fugaz cruzando por ellos antes de que recuperara su habitual compostura. —Para mí también. Pero las prioridades son claras. Si fracasamos aquí, no habrá un futuro para nosotros. Ni para nadie. —Pero… ¿y si el Corazón de Cristal… y el Minotauro? —Hunter titubeó—. ¿Y si esto… esta falta de hablar… nos afecta? Jayden lo miró fijamente, sus labios se tensaron. Parecía estar sopesando las palabras de Hunter, la implicación de lo que estaba diciendo. La idea de que sus propias dudas internas pudieran poner en peligro la misión era un golpe. —¿Estás diciendo que nuestra… situación, podría afectar la misión? —preguntó Jayden, su voz baja y grave, casi un murmullo. Hunter asintió, sus ojos fijos en los de Jayden. —No lo sé. Pero… si lo que pasó significó algo… y si tenemos que ir con pureza de espíritu… no podemos tener esto sin resolver. Al menos, no así. Necesito entender. Necesito saber qué somos, si es que somos algo. Jayden dio un paso más cerca, su proximidad haciendo que Hunter contuviera la respiración. El aire entre ellos vibró con una tensión diferente, no de conflicto, sino de una intensidad emocional. Jayden levantó una mano, dudó un momento, y luego la posó suavemente en la mejilla de Hunter, su pulgar rozando la piel suave. Sus ojos azules, se fijaron en los de Hunter, buscando algo, una respuesta a sus propias dudas. Era un toque leve, pero que encendió una chispa en el interior de Hunter, una corriente eléctrica que recorrió su cuerpo. —Hunter —dijo Jayden, su voz apenas un susurro, pero cargada de una emoción que Hunter no había escuchado antes, una vulnerabilidad inesperada—. Lo que pasó en el invernadero… fue real. Y fue… importante para mí también. Más de lo que puedo expresar ahora. Pero no soy… no soy bueno con esto. Con las palabras. Con… los sentimientos. —Lo entiendo —dijo Hunter, su propia voz temblorosa, casi un aliento. La sinceridad en los ojos de Jayden era abrumadora, revelando una capa de su personalidad que rara vez mostraba—. Pero… ¿significa que podemos… intentarlo? Jayden se inclinó, su aliento cálido contra los labios de Hunter, y le dio un casto y suave beso, un toque fugaz pero lleno de significado. Luego se retiró apenas un centímetro, sus ojos aún fijos en Hunter. —Sí, Hunter. Significa que hay algo que intentar. Cuando esto termine. Si sobrevivimos. Te prometo que tendremos esa conversación. Tendremos tiempo para entender esto, para… explorar lo que sea que haya entre nosotros. Pero ahora necesitamos estar completamente enfocados. ¿Puedes confiar en mí? Hunter lo miró a los ojos, sintiendo el eco del beso en sus labios, el calor de la mano de Jayden aún persistiendo en su mejilla. Vio la determinación y la honestidad en su mirada, y también una pizca de esa vulnerabilidad que acababa de mostrar. —Confío en ti, Jayden —dijo Hunter, su voz firme, una nueva resolución naciendo en él—. Lo dejaré en pausa. Por ahora. Pero cuando volvamos… Jayden asintió, sus ojos brillando con una luz extraña en la penumbra del pasillo. Retiró su mano de la mejilla de Hunter, la conexión física rota, pero la invisible, fortalecida. —Cuando volvamos. Ahora, ve con Silas. Necesitamos encontrar ese punto de referencia para tu hechizo. Y tú… —dijo, dándose la vuelta para ir en busca de Zachary y Calypso—, necesitas concentrarte. Hunter vio a Jayden alejarse, su figura alta y sombría perdiéndose en la oscuridad del pasillo. Se sintió más ligero, más resuelto. La conversación, breve y cargada de tensión, había disipado las sombras de la incertidumbre. Mientras tanto, en las profundidades de la biblioteca, Devin y Liam volvieron a sumergirse en los polvorientos tomos. —Esto es como buscar un grano de arena en la playa de Tártaro —gruñó Liam, frotándose los ojos—. ¿“Navegación mística”? ¿“Barcos que atraviesen velos”? Suena a fantasía. ¿Por qué no sólo usamos los poderes de Jayden para teletransportarnos? —Porque Jayden ha dicho que sus poderes de teletransportación a larga distancia son imprecisos y peligrosos sin un punto de anclaje claro —respondió Devin—. Podríamos aparecer en la cima del monte Everest, o en el estómago de una criatura marina. La magia de desplazamiento es un arte delicado. Devin desenrolló un pergamino, revelando un texto antiguo con diagramas de barcos estilizados y símbolos celestiales. Sus ojos se abrieron con sorpresa. —¡Liam, mira esto! Esto podría serlo. Habla de “Las Barcas del Anochecer”, naves construidas por los antiguos Hijos de Nyx, capaces de navegar por las sombras y atravesar las barreras entre los reinos. Se dice que son invisibles a la vista mortal y a las ilusiones. Liam se inclinó, su escepticismo inicial se desvaneció al ver los intrincados diseños. —¿Hijos de Nyx? ¿Crees que Hades tenga algo así? Suena… como algo que estaría escondido. —Si existen, lo más probable es que sí —dijo Devin, su voz emocionada—. Aquí dice que “sólo aquellos con la sangre de la Noche, o aquellos bendecidos por la Oscuridad, pueden comandarlas.” Eso encaja con Jayden y Zachary. Pero… ¿dónde estarían? No están en el puerto del Inframundo. Continuaron buscando, la esperanza renovada impulsándolos a través de más páginas. Descubrieron referencias a antiguos puertos secretos dentro del Inframundo, ocultos incluso a la mayoría de los habitantes del reino. Uno de ellos, "El Puerto Olvidado", se mencionaba como el lugar de descanso final de las naves más poderosas y arcanas. —Esto suena prometedor. ¿Crees que Jayden lo conozca? —Probablemente lo ha olvidado, o lo considera demasiado peligroso para mencionarlo —dijo Devin, su mente ya trazando la ruta imaginaria—. Pero esto es un comienzo. Mientras tanto, Romina, Marcus, Hunter y Silas se aventuraron en las profundidades del palacio, un laberinto de pasillos y bóvedas. El aire se volvía más frío a medida que se adentraban en las cámaras más antiguas. —Esto es… inquietante —murmuró Romina, sus pasos resonando en el silencio—. ¿Estás seguro de que no nos perderemos, Silas? —Mis hechizos de rastreo deberían funcionar incluso aquí —respondió Silas—. Además, la magia de mi madre se fortalece en lugares con una fuerte concentración de energía antigua. Y este lugar… está saturado. Buscamos algo que pueda actuar como un "punto de anclaje" para el hechizo. Llegaron a una inmensa bóveda, custodiada por dos Golems de obsidiana que cobraron vida al sentir su presencia. Sus ojos rojos se encendieron, y sus puños, del tamaño de yunques, se alzaron amenazadoramente. —¡Alto! —gruñó un Golem, su voz como el crujir de rocas—. ¿Quién se atreve a profanar los almacenes del Rey? —Somos enviados por Jayden, el Príncipe del Inframundo —dijo Silas con voz firme, su mano sobre el pomo de su espada, pero sin desenvainarla—. Buscamos artefactos antiguos que nos ayuden a salvar a los dioses. Es una misión de vida o muerte. —Sólo aquellos autorizados por el Señor del Inframundo, pueden pasar. No tenemos tales órdenes. —Mira, compañero de roca —intervino Marcus, dando un paso adelante, su tono de voz intentando ser conciliador, pero con una subyacente impaciencia—. Entiendo que sigas órdenes. Pero no tenemos tiempo para burocracia divina. Los dioses se están muriendo, y si no encontramos lo que necesitamos, todo el Olimpo caerá. ¿De verdad quieres ser responsable de eso? El Golem dudó, su cabeza de piedra girando lentamente. La lógica de Marcus, inusual pero efectiva, pareció calarle. —Las órdenes… el deber… —Tu deber es proteger el reino —dijo Romina, con su voz resonando con una fuerza sorprendente—. Y el reino está en peligro si los dioses caen. Déjennos pasar. Es por el bien de todos. Los Golems, tras un momento de vacilación, bajaron lentamente sus puños. —Pasen. Pero no toquen nada que no sea estrictamente necesario. Y si intentan robar algo, las consecuencias serán… eternas. Los cuatro semidioses entraron en la vasta bóveda. —Increíble —susurró Romina, sus ojos deslumbrados por la opulencia—. Hay cosas aquí que harían que los museos mortales se volvieran locos. —Concéntrense —dijo Silas, ya moviéndose entre los objetos, su linterna proyectando sombras. Estuvieron buscando durante horas, sus dedos recorriendo reliquias polvorientas. Marcus encontró un cuerno de Minotauro, increíblemente pesado y afilado, pero Silas determinó que era una reliquia común, no el que necesitaban. Hunter, tocando el cuerno, sintió sólo un eco débil de bestialidad, nada de la profunda conexión que buscaban. Romina tropezó con un mapa antiguo de las Cícladas, pero Creta Magna no estaba marcada. Finalmente, Silas se detuvo ante un pedestal de piedra, donde reposaba un objeto envuelto en una tela oscura. Con cuidado, retiró la tela, revelando una pequeña estatuilla de un toro, tallada en obsidiana negra, con ojos de rubí. La estatuilla irradiaba una energía antigua, pesada y palpable. —Esto… —susurró Silas, sus ojos brillando con reconocimiento—. Esto es diferente. Siento una conexión. Podría ser un fragmento de la misma roca de Creta Magna. Hunter, ¿qué sientes? Hunter colocó una mano sobre la estatuilla, sus ojos cerrados. Pudo sentir la profunda pena, la rabia contenida, la soledad milenaria. Había una conexión innegable con la tierra, con algo que había sido grande y luego fue corrompido. —Siento… una profunda tristeza, y una furia inmensa. Es como si el dolor de la isla y de la criatura estuvieran encerrados aquí. —¿Crees que funcione como punto de referencia? —preguntó Marcus, observando la estatuilla con cautela. —Es lo más cercano que tenemos —dijo Silas—. Intentaré el hechizo de localización con esto. Si tiene una conexión lo suficientemente fuerte con la isla o la bestia, debería guiarnos. El grupo se preparó para regresar, la estatuilla de obsidiana cuidadosamente guardada. La esperanza, aunque frágil, crecía con cada pequeño paso que daban.
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