La despedida de Hunter a sus hermanas fue un desgarrador nudo de abrazos apretados y promesas tácitas, un instante suspendido en el tiempo donde el miedo al futuro se mezclaba con el amor incondicional del presente.
Las chicas sabían, en lo profundo de sus corazones, que no podían detener el implacable avance del destino, la sombra oscura que se extendía sobre su hermano menor.
Las promesas de volver pronto sonaron huecas incluso para ellas, palabras lanzadas al viento con la frágil esperanza de que pudieran aferrarse a la realidad.
Ahora, en el Aeropuerto Internacional de Burlington, el aire vibraba con la tensión de los motores a reacción y el murmullo incesante de las voces humanas.
Hunter, con el peso de la despedida aún fresco en su alma, encontraba su único asidero en la presencia constante de Devin. El rubio, con las inconfundibles marcas de una noche tan insomne como la suya dibujadas bajo sus ojos color ámbar, le ofrecía una sonrisa tranquilizadora, una calidez tenue en medio de la frialdad de la incertidumbre, y mantenía una mano firme y reconfortante sobre su hombro.
—¿Estás bien, Hunt? —preguntó Devin, su voz suave, casi inaudible entre el bullicio, pero cargada de una genuina preocupación.
Hunter asintió, su mirada perdida en la multitud de rostros desconocidos.
—Tan bien como se puede estar cuando te envían a una misión suicida para salvar a dioses inmortales de una muerte fatal.
El peculiar grupo se mantenía reunido cerca de la puerta de embarque, pero cada individuo estaba envuelto en su propia burbuja de tensión. Ninguno compartía lazos de cercanía o amistad lo suficientemente fuertes como para romper el pesado silencio.
Liam, con su aura de superioridad casi palpable, se mantenía apartado, contemplando el ir y venir de los mortales con una expresión de displicencia que rozaba el desprecio.
Los gemelos formaban una fortaleza impenetrable de quietud sombría, sus presencias oscuras desalentando cualquier intento de acercamiento, como dos estatuas de obsidiana.
El resto del equipo, conformado por Calypso, Marcus, Orion, Romina y Silas, observaba el entorno con una mezcla de curiosidad nerviosa y cautela distante, cada uno inmerso en sus propios pensamientos y miedos.
—Esto es ridículo —masculló Romina, la hija de Poseidón, cruzándose de brazos y pateando el suelo con impaciencia—. ¿Tenemos que esperar aquí como simples mortales? Mi padre podría habernos enviado un carro tirado por hipocampos. Habríamos llegado en la mitad de tiempo.
—Sí, y probablemente habríamos ahogado a la mitad de Vermont en el proceso —replicó Zachary, su voz seca y carente de emoción, sin siquiera mirarla—. Sin mencionar que tu padre está enfermo, ¿recuerdas? Un hipocampo descontrolado no es precisamente lo que necesitamos.
Romina bufó, pero no respondió, el sarcasmo del hijo de Hades la había silenciado temporalmente.
Y ese era el meollo del problema, ¿no?
Estaban a punto de surcar los cielos hacia una tierra extranjera, en busca de una respuesta escurridiza a una amenaza cósmica, con el mundo pendiendo de un hilo delgado. Lo mínimo que podrían haber hecho era intentar establecer algún tipo de camaradería, de unidad.
Pero el silencio permanecía espeso, cargado con el peso opresivo de la profecía y el miedo palpable a los peligros desconocidos que les aguardaban.
Los altavoces crepitaron, interrumpiendo la tensa calma con un anuncio robótico y impersonal.
La voz metálica rompió la burbuja de tensión, obligando a todos a incorporarse y dirigirse hacia la zona de abordaje. Para los ojos de los mortales que los rodeaban, podrían parecer un grupo de jóvenes privilegiados embarcándose en una exótica excursión estudiantil; para ellos, la verdad era infinitamente más grave, una peligrosa cruzada hacia lo desconocido, un viaje sin retorno conocido.
Se detuvieron en la puerta de embarque, frente a la pasarela que conducía directamente al vientre del pequeño avión, donde una agente de seguridad esperaba con una expresión rutinaria, escaneando sus pasaportes con una eficiencia mecánica.
El director Lawson, con su rostro surcado por la preocupación y sus ojos inyectados en cansancio, los acompañó personalmente hasta el umbral de la aeronave. Su mirada se detuvo en cada uno de sus rostros, memorizando cada rasgo, cada indicio de temor o determinación.
A algunos, como a los reservados gemelos Clare, al recién llegado Devin, a Calypso, Marcus, Orion, y a Silas, apenas los conocía, sus interacciones limitándose a lo estrictamente necesario.
Pero a otros, como a Liam, Romina y Hunter, los había visto crecer, los había recibido en Redwood con la promesa de un futuro mejor. Y ahora, una punzada helada de temor le atravesaba el corazón ante la posibilidad de que alguno, o todos, no regresaran de la oscuridad que los esperaba.
Sin embargo, su compostura no flaqueó. Su voz, aunque teñida de una profunda seriedad, resonó firme y clara, imbuyendo sus palabras de una autoridad paternal, una última instrucción, una última esperanza.
—Jóvenes. La carga que ahora portan es inmensa, lo sé. Pero también soy consciente de la fuerza que reside en cada uno de ustedes, del valor que late bajo su piel divina. Confíen en sus instintos, en la sabiduría ancestral que corre por sus venas, y confíen los unos en los otros. Manténganse unidos, como un escudo indivisible contra la tormenta que se avecina. Cuídense mutuamente, porque en la unión reside su mayor fortaleza. Que los dioses, en su agonía, guíen sus pasos vacilantes y les otorguen la fuerza necesaria para cumplir con el destino que les ha sido impuesto. Vuelvan a casa. Los estaremos esperando.
La despedida fue breve, un asentimiento solemne, un fugaz cruce de miradas cargadas de significado, unas pocas palabras de “gracias, director”, pronunciadas con una seriedad impropia de su juventud.
Los chicos se dirigieron a la mujer de la aerolínea, entregando sus pasaportes y tarjetas de embarque, meros formalismos en un vuelo fletado exclusivamente para ellos y su tripulación especial. La agente les devolvió los documentos con una sonrisa profesional, ajena al peso de la misión que llevaban sobre sus hombros.
Una vez dentro del avión, el interior de la cabina de primera clase se reveló lujoso y espacioso, diseñado para la comodidad, pero la atmósfera estaba cargada de una tensión que ahogaba cualquier sensación de opulencia. La mayoría se dispersó por la cabina, buscando la soledad.
Hunter y Devin se acomodaron juntos, Hunter junto a la ventanilla.
Jayden y Zachary se sentaron uno al lado del otro, su proximidad tenía un lenguaje silencioso que solo ellos entendían, una necesidad tácita de su vínculo inquebrantable, un silencio cómplice.
Liam se aisló en un asiento casi al final, su rostro reflejando una mezcla de fastidio y aprehensión, ajeno a los demás.
El resto del equipo se distribuyó por la cabina, el silencio entre ellos tan palpable como la presión del aire.
Una azafata, con una sonrisa ensayada y movimientos profesionales, entró para impartir rutinarias instrucciones de seguridad. Su voz monótona contrastaba con la tensión que llenaba el aire, como una melodía alegre en un funeral.
Luego de seguir las instrucciones, Hunter fijó su mirada en la pista mientras la aeronave comenzaba a moverse lentamente, el asfalto deslizándose bajo ellos como una cinta sin fin.
Una sacudida inicial marcó el despegue, una ligera turbulencia que hizo vibrar la cabina y provocó que Hunter apretara el reposabrazos de su asiento con los nudillos blancos. El silencio se mantuvo, roto únicamente por el suave rugido de los motores y el lejano sonido de la pantalla del teléfono de Orion, donde los efectos de sonido de su videojuego creaban una extraña banda sonora para la creciente ansiedad. Era una extraña disonancia, la banalidad del juego contra la magnitud de su misión.
Todo parecía transcurrir con normalidad durante el vuelo... hasta que el cielo se desgarró.
En cuestión de segundos, nubes de tormenta de un negror profundo engulleron el cielo, un manto oscuro que se extendía con una velocidad sorprendente, como si la propia noche hubiera descendido prematuramente. Relámpagos cegadores iluminaron el exterior con destellos espectrales, pintando las nubes de blanco y violeta, seguidos por truenos que retumbaban con la furia de un dios ancestral, ecos del sufrimiento de Zeus.
El avión fue sacudido violentamente por turbulencias inesperadas, lanzándolo hacia arriba y hacia abajo con una fuerza brutal, provocando jadeos ahogados y exclamaciones de terror entre los jóvenes semidioses. Los cinturones de seguridad se aferraban a sus cuerpos como una débil promesa de seguridad ante la furia desatada.
La voz del piloto irrumpió por los altavoces, con la calma tensa de un profesional al borde del abismo, la tensión apenas disimulada.
—Joven Liam, lo necesitamos urgentemente. Los informes indican una actividad eléctrica inusual y peligrosa. Si no logramos estabilizar el clima, corremos el riesgo de ser alcanzados por un rayo. ¡Necesito que intente dispersar esta tormenta, ahora mismo! ¡Nuestros instrumentos están fallando!
Liam, con el rostro crispado por la tensión, asintió con gravedad ante la apremiante petición. A pesar de su arrogancia habitual, la inminente amenaza lo había despojado de su fachada de superioridad. Sabía que esta era su responsabilidad, su maldición, el descontrol de su propio padre.
Cerró los ojos con fuerza y se concentró, invocando la esencia divina que dormía en su interior, el legado de su padre, el trueno en sus venas.
De sus labios brotaron palabras en griego antiguo, un susurro que pronto se convirtió en un poderoso cántico, una plegaria a las fuerzas del cielo, una orden a la tormenta.
—Από το αίμα του πατέρα, την οργή του κεραυνού, η φλόγα μέσα μου ξυπνά (De la sangre del padre, de la ira del trueno, se despierta la llama dentro de mí) —murmuró Liam, su voz cargada de una extraña resonancia, como si el mismo aire vibrara con su poder. Su voz se elevó, un grito de mando que desafiaba al caos—. ¡Διαλύω το χάος, καθαρίζω τον δρόμο! (¡Rompo el caos, despejo el camino!).
A medida que pronunciaba las antiguas palabras, extrañas marcas doradas comenzaron a irradiar desde su pecho, ascendiendo por su cuello hasta alcanzar sus ojos. Al abrirlos, brillaron con una intensidad sobrenatural, una réplica del poder de Zeus, y la electricidad estática crepitó en el aire a su alrededor, como una corona de poder.
Afuera, la tormenta pareció intensificarse por un instante, las nubes arremolinándose con una furia aún mayor, como si el cielo mismo estuviera respondiendo a su desafío.
—¡¿Qué es eso?! —jadeó Silas, su voz quebrándose por el miedo, señalando con un dedo tembloroso hacia la ventanilla junto al asiento de Hunter. Sus ojos brillantes bajo la sombra de su capucha se dilataron con horror ante lo que veían.
El resto de los pasajeros se giró en la dirección señalada.
En medio del caos de la tormenta y los destellos de los relámpagos, figuras hechas de niebla y sombras retorcidas, oscuras y deformes, se abalanzaban sobre el avión. Se movían con una velocidad antinatural, rodeando la aeronave como espectros hambrientos, y lo más escalofriante de todo, algunas de ellas comenzaban a filtrarse a través del metal del fuselaje, materializándose en la cabina como pesadillas vivientes.
Sus siluetas esqueléticas, sus ojos que brillaban con una luz maligna y sus garras afiladas como cuchillas heladas hicieron retroceder instintivamente a los jóvenes semidioses.
—¡Santo Hefesto! —exclamó Marcus, sus ojos oscuros muy abiertos por la sorpresa y el peligro, aferrando con fuerza el mango de su martillo de bronce celestial—. Definitivamente, esas no estaban incluidas en la presentación de Theron. ¡Son espantosas!
Zachary, con una expresión sombría en su rostro habitualmente impasible, dejó escapar una maldición baja en griego antiguo. Murmuró para sí mismo pero el resto pudo escucharlo.
—No deberían estar aquí, no en este plano. La barrera debe haber caído para que pudieran cruzar.
Hunter, con el corazón martilleándole en el pecho, urgencia pintada en sus ojos bicolores, susurró—: ¿Qué son? Parecen... oscuridad pura.
Jayden, con su rostro ahora esculpido en una máscara de fría determinación, respondió a Hunter sin apartar la vista de las sombras que se materializaban y agrupaban frente a ellos. Sus ojos cerúleos brillaban con una intensidad sombría.
—Son Noctem Gorgones, engendros de Gaia y la oscuridad primigenia. Criaturas nacidas de la putrefacción del río Estigia y los abismos más profundos del Tártaro. Hades los encerró allí después de la Titanomaquia, por su traición y su sed de caos. Son espías y guerreros de la sombra, maestros del terror. Son difíciles de combatir, se mueven como fantasmas, pero golpean con la fuerza de los demonios. Lo que sea que las liberó... está mostrando su mano.
Las criaturas, seis de ellas ya completamente materializadas en la cabina, permanecieron inmóviles por un instante, inclinando sus cabezas con cuernos retorcidos y colmillos afilados, recorriendo con sus pupilas verticales y brillantes a cada uno de los jóvenes semidioses.
Un siseo gutural escapó de sus bocas, un sonido que evocaba la frialdad de la tumba. Sus ojos se entrecerraron con una animosidad palpable al posarse en los hijos de Hades, reconociendo la sangre de su antiguo carcelero.
Pero su objetivo principal quedó claro cuando sus miradas reptilianas se fijaron en Hunter y, con igual intensidad, en el concentrado Liam. Sabían que si lograban detener al hijo de Zeus, el avión se desplomaría, y con él, la esperanza encarnada en el “guerrero de dos sangres” de la profecía.
La misión era clara: eliminarlos.
—¡Mierda! —exclamó Jayden, desenvainando su espada de obsidiana con un movimiento fluido y letal, antes de que el pandemonio se desatara.
Las criaturas se abalanzaron sobre ellos con una ferocidad inhumana, como si estuvieran poseídas por una voluntad maligna, con la única intención de sembrar la muerte.
Los hijos de Hades fueron los primeros en reaccionar, moviéndose como sombras entre las sombras, sus espadas cortando el aire con silbidos ominosos.
Los demás semidioses invocaron sus armas instintivamente. Romina blandió su tridente con furia marina, Marcus alzó su pesado martillo, Orion desató la velocidad de sus dagas, Calypso desenvainó sus cimitarras con gracia letal y Silas comenzó a tejer hechizos.
Se interpusieron entre las criaturas y sus objetivos principales, Hunter y Liam, creando una barrera improvisada.
La cabina del avión se transformó en un caótico torbellino de acero, magia y sombras. Hunter, sintiéndose vulnerable, invocó su escudo de Amortentia, la superficie rosa brillante temblando al contacto con la oscuridad de los Noctem Gorgones.
Aunque las criaturas carecían de una forma física sólida en el sentido tradicional, la barrera de amor y deseo parecía repelerlas, como si su esencia corrupta no pudiera soportar su pureza.
Hunter, con el escudo levantado, se mantuvo cerca de Devin, quien ya había invocado su arco y flechas de luz dorada, disparando con precisión a las criaturas que se acercaban demasiado.
Liam, con los ojos cerrados, seguía concentrado en el clima, su cuerpo brillando con una luz dorada intermitente.
—¡Devin, cuidado! —gritó Hunter, empujando a su amigo justo a tiempo cuando un Noctem Gorgon se abalanzó sobre ellos. El escudo de Amortentia chocó con la criatura, haciéndola retroceder con un siseo.
—¡Gracias, Hunt! —Devin disparó una flecha de luz que atravesó el pecho de la criatura, disipándola en una nube de humo pútrido—. ¡Son más rápidos de lo que esperaba!
Pero el movimiento errático del avión, zarandeado por las persistentes turbulencias, complicaba cada movimiento, cada ataque, cada defensa. Sin mencionar que los jóvenes semidioses peleaban individualmente, sin la coordinación de un equipo, la inexperiencia palpable en cada uno de sus movimientos. La cohesión era una idea lejana.
Uno de los Noctem Gorgones se lanzó sobre Orion, el hijo de Hermes, sus garras se incrustaron en la tela de su sudadera, rasgándola con un sonido espantoso. El ser arrastró a Orion hacia él, la boca horripilante se abrió justo frente al rostro aterrorizado del semidiós.
Una rendija oscura, llena de colmillos retorcidos como agujas y una niebla pútrida que olía a azufre y descomposición, expulsó un gruñido gutural. El aliento helado y fétido del Tártaro quemó la piel de Orion.
Antes de que la criatura pudiera morder, una espada de obsidiana se clavó con saña en su cráneo, la hoja de Jayden atravesando la sombra como si fuera papel, disipando al monstruo en una nube de cenizas que dejaron una marca quemada en el techo.
Jayden le dirigió una mirada rápida a Orion, una advertencia tácita antes de volver a la refriega, sus movimientos precisos y mortales.
—¡Cuidado, cabeza hueca! —gruñó Jayden, sin detener su avance.
Orion, recuperándose del susto, asintió, su rostro pálido.
—¡Entendido! ¡Gracias, amigo!
En el otro extremo de la cabina, Romina blandía su tridente contra un Noctem Gorgon, pero la criatura era demasiado veloz, esquivando sus ataques y moviéndose con una agilidad fantasmal. La bestia se abalanzó sobre ella, sus garras intentando rasgar su brazo.
Marcus, con un rugido de furia, se interpuso, su martillo colisionando contra el cuerpo sombrío con un impacto metálico, haciendo retroceder a la criatura. Sin embargo, otro apareció por detrás de él, intentando un ataque sorpresa. Uno de los hechizos de Silas se estrelló contra la espalda del monstruo, haciéndolo chillar antes de que se desvaneciera en humo.
—¡No se dejen herir por ellos! —gritó Zachary, su voz aguda y clara por encima del estruendo, mientras clavaba su espada en otra criatura—. ¡Tienen un ácido que provoca heridas severas y un veneno que paraliza! ¡Si los toca, el veneno se esparcirá por su sistema y los dejará indefensos!
La advertencia de Zachary resonó, y los semidioses se esforzaron por evitar el contacto directo, confiando en sus armas para mantener a raya a los incansables enemigos. La cabina se llenó de los sonidos de la batalla: el choque de metal contra sombra, los siseos de las criaturas, los jadeos de esfuerzo de los semidioses.
Las criaturas parecían interminables; al acabar con una, otra aparecía, emergiendo de las sombras que envolvían el avión, como si el mismo abismo las engendrara. Los hijos de Hades se transportaban de un lado a otro como si fueran fantasmas, espíritus, mutilando y acabando con las criaturas, dejando a su paso una mancha similar al carbón en el piso de la aeronave donde un Noctem Gorgon había sido desintegrado.
Jayden se movía como una danza mortal, su espada oscura cortando las sombras con una eficiencia brutal, mientras Zachary lanzaba golpes precisos, sus ojos rastreando cada movimiento y cada amenaza, una máquina de matar silenciosa.
Romina usaba su tridente para empalar a los Noctem Gorgones, inmovilizándolos antes de que Marcus los aplastara con su martillo, el metal resonando con cada impacto. Orion se deslizaba entre ellos, sus dagas un borrón de plata, y Silas creaba escudos mágicos que frenaban su avance, ganando segundos preciosos para que sus compañeros pudieran contraatacar.
Hunter, mientras tanto, no se quedó atrás. Con su escudo de Amortentia, bloqueaba los ataques de los Noctem Gorgones que intentaban flanquear a Liam. Las criaturas siseaban y se retorcían al contacto con el escudo, como si el amor fuera una fuerza repulsiva para ellas.
Devin disparaba flechas de luz dorada, cada una de ellas buscando un punto débil en las sombras, y cuando una criatura lograba acercarse demasiado, Hunter la empujaba con la fuerza de su escudo, o Devin la golpeaba con la empuñadura de su arco.
—¡Son demasiadas! —jadeó Calypso, sus movimientos precisos y calculados, bloqueando y atacando con una eficiencia sorprendente—. No podemos seguir así. Necesitamos un plan.
—¡No hay tiempo para planes! —gritó Jayden, su voz ronca por el esfuerzo. —¡Sólo sigan atacando!
Pero la presión era implacable. Las criaturas seguían emergiendo del exterior del avión, una marea oscura que amenazaba con abrumarlos. De repente, un grito desgarrador de Liam resonó en la cabina, un aullido de esfuerzo sobrehumano que se mezcló con los rugidos de la tormenta, seguido de una explosión ensordecedora proveniente del exterior, acompañada de una sacudida tan violenta que lanzó a todos contra las paredes laterales y los asientos.
El avión se tambaleó peligrosamente, perdiendo altitud durante unos segundos aterradores, el estómago de todos contrayéndose con el terror, el corazón en la garganta. Al mismo tiempo, el chillido estridente de las sombras se elevó a un crescendo insoportable antes de que, de repente, se replegaran, disipándose tan súbitamente como habían aparecido, dejando tras de sí un silencio ominoso.
Al parecer, el clímax del esfuerzo de Liam por controlar la tormenta había tenido un efecto inesperado, ahuyentando a las criaturas nacidas de la oscuridad, o quizás el mismo impacto había sido demasiado para ellas.
Todos jadeaban con respiraciones entrecortadas, tensos y sin soltar sus armas, sus cuerpos magullados y exhaustos por la batalla repentina. La cabina era un caos de asientos rotos y escombros, y marcas de ceniza en el techo y las paredes.
Tras unos tensos segundos de silencio, al constatar que la amenaza se había retirado, bajaron lentamente sus armas, sus músculos aún agarrotados por la adrenalina.
Calypso fue la primera en correr hacia Liam, que se había desplomado sobre su asiento, su rostro pálido y sudoroso, las marcas doradas desvaneciéndose lentamente de su piel.
Todos se volvieron hacia el hijo de Zeus.
Thalia le tomó el pulso, suspirando aliviada al sentir el latido débil pero constante.
—Está bien —anunció Calypso, su voz aún temblorosa, pero con un suspiro de alivio—. Sólo está exhausto. Ha utilizado una cantidad increíble de energía.
Devin se acercó a Liam, arrodillándose a su lado.
—Déjame verlo. Quizás pueda hacer algo.
Devin colocó sus manos sobre la frente de Liam, y una suave luz dorada emanó de sus palmas, envolviendo al hijo de Zeus. Liam gimió, y su respiración se hizo un poco más regular.
—Está muy débil —murmuró Devin, retirando las manos—. Necesitará descansar. Y mucha ambrosía.
Jayden miró fijamente a Hunter, sus ojos cerúleos recorriendo su cuerpo con una intensidad fría y penetrante, buscando cualquier signo de herida, aunque Hunter no fuera consciente del porqué de su escrutinio.
Esta silenciosa inspección hizo que Hunter se removiera incómodo bajo su mirada gélida.
Tras completar su examen tácito, Jayden regresó a su asiento junto a Zachary, su rostro inexpresivo como una máscara, aunque una tensión sutil se percibía en la rigidez de su espalda.
Devin le lanzó una mirada interrogante a Hunter, arqueando una ceja en un gesto silencioso. Hunter se encogió de hombros, todavía desconcertado por la extraña atención de Jayden.
La voz del piloto resonó de nuevo por los altavoces, esta vez con un tono de alivio palpable.
—Atención, pasajeros. Habla su capitán. Hemos logrado estabilizar completamente la aeronave. Parece que las condiciones climáticas han mejorado notablemente, las tormentas se disipan con la misma rapidez con la que aparecieron. Lamentamos profundamente las severas turbulencias y los... incidentes que acabamos de experimentar. Estaremos llegando a Atenas en aproximadamente 6 horas. Gracias por su paciencia y cooperación durante esta situación inesperada. Y, eh... supongo que, en nombre de toda la tripulación, les deseamos un resto de vuelo más tranquilo y un feliz aterrizaje, a pesar de nuestros... visitantes inesperados.
La amenaza inmediata había pasado, pero la palpable sensación de peligro persistía en el aire enrarecido de la cabina. El primer encuentro con las fuerzas oscuras había sido brutal y repentino, una clara advertencia del terror que les esperaba en su incierta búsqueda.
Y su viaje apenas había comenzado.
Romina rompió el silencio con un aire quejumbroso, su voz cargada de una exasperación propia de una adolescente mimada.
—¡Ugh! Nada de esto habría pasado si hubiéramos viajado por mar. Esto es precisamente lo que les pasa por no escuchar. Se los dije, debimos ir por el agua, ¡mi padre nos habría protegido!
Les dio una mirada molesta a todos, como si la turbulencia y los monstruos fueran culpa de ellos por no haber elegido su método de transporte preferido.
Devin le respondió, su voz llena de un sarcasmo gélido.
—Sí, chica, porque morir ahogado por un oleaje incontrolable provocado por el descontrol de tu propio padre es mucho más apetecible que esto. Créeme, viajemos por donde viajemos, el peligro será el mismo. Sólo que en avión, al menos, llegamos más rápido a nuestro destino, si es que logramos llegar.
Hunter, habiendo caído en cuenta de las palabras de Jayden sobre la liberación de las criaturas, dijo en un murmullo, casi para sí mismo, pero lo suficientemente alto para que todos lo escucharan:
—Si esas cosas están libres... los Noctem Gorgones... significa que...
Dejó la frase colgando en el aire, la implicación aterradora.
Jayden lo miró fijamente, su ligeramente cubierto de sudor haciendo que mechones de su oscuro cabello se adhirieran a su frente.
—Significa que quien sea que esté causando tanto alboroto en el Olimpo, tiene el poder suficiente para liberar a las criaturas del Tártaro. Y muy posiblemente, los Noctem Gorgones no sean los únicos que escaparon.
Un silencio tenso y escalofriante se apoderó de la cabina. Todos intercambiaron miradas, la misma pregunta sin formular en sus ojos, pesando sobre ellos como una losa: ¿Qué otros obstáculos enfrentarían en su camino? ¿Qué otros monstruos escaparon de la fosa del Inframundo en busca de venganza?
Y, la más inquietante de todas, con la sangre aún helada por la reciente batalla, ¿realmente ellos, un grupo de semidioses, algunos apenas conocidos entre sí, podrían encontrar una cura a tiempo para salvar a los dioses y al mundo?
La respuesta, por ahora, se cernía como una sombra tan ominosa como las que acababan de combatir, mientras el avión, maltrecho pero en vuelo, seguía su rumbo hacia la antigua tierra de Grecia, hacia un destino incierto.