El claro de los árboles mecánicos era un desafío constante, un campo de tiro improvisado donde cada sombra, cada crujido, podía significar una nueva ráfaga de proyectiles.
Flechas de goma silbaban y zumbaban alrededor de Hunter como un enjambre de avispas furiosas, rebotando inofensivamente contra el escudo de Amortentia que mantenía con un esfuerzo supremo.
Las luces doradas y rosadas que formaban la barrera parpadeaban con un ritmo cada vez más errático, y cada latido del corazón de Hunter se sentía como un golpe seco que resonaba dolorosamente a través de sus sienes, anunciando el inminente colapso.
Los semidioses de los equipos rivales, que inicialmente habían intentado un acercamiento cauteloso, se mostraban ahora visiblemente recelosos ante la extraña y brillante defensa. Optaron por la prudencia, no arriesgándose a una confrontación directa contra algo que no comprendían, algo que desafiaba sus nociones de combate.
Se mantuvieron a distancia, sus armas tensas y listas, esperando el momento en que la barrera cediera.
El sudor corría a raudales por las sienes de Hunter, empapando los mechones de cabello que se le pegaban a la frente.
El escudo, que al principio había sido tan potente, comenzaba a volverse diáfano, sus colores vibrantes se desvanecían. Las luces se hacían más débiles, más espaciadas, y la vibración que emitía se sentía menos protectora y más agotadora.
Sus músculos temblaban con el esfuerzo, un agotamiento que no era físico, sino mágico, drenando su energía desde lo más profundo de su ser.
Cada respiro se convertía en un quejido silencioso, cada parpadeo, una súplica.
—¡Ya casi salimos, Hunter! ¡Sigue así! —exclamó Devin, corriendo a su lado. Su propia respiración era agitada, pero sus ojos ámbar, aunque llenos de una mezcla de aliento y preocupación, se mantenían fijos en Hunter. Se mantenía alerta, moviendo la cabeza para escanear los alrededores, consciente de que los peligros del bosque no se limitaban a las flechas que aún silbaban cerca—. Estás haciéndolo genial, pero ese escudo... parece que te está cobrando factura. ¿Estás bien?
Hunter sólo pudo asentir con la cabeza, una señal apenas perceptible de que había escuchado. Sus dientes estaban apretados, sus ojos cerrados en un intento desesperado por concentrar la menguante energía.
El aire a su alrededor vibraba con la tensión de su esfuerzo, un coro silencioso de músculos agotados y magia al límite.
Finalmente, con un último y agónico esfuerzo de Hunter, las luces doradas y rosadas del escudo de Amortentia se disiparon por completo, justo cuando sus pies tocaron el terreno más seguro al otro lado del claro.
El alivio fue inmediato, un torrente de aire fresco inundando sus pulmones, pero también lo fue el colapso.
Hunter se inclinó, apoyando las manos en sus rodillas, jadeando para recuperar el aliento. Sus pulmones ardían como si hubiera corrido un maratón, y sentía un vacío gélido en el centro de su pecho, como si una parte de él se hubiera desprendido.
La Amortentia consumía mucha más energía de lo que había imaginado. No era una mera visualización, una proyección etérea de su voluntad, sino una manifestación física de su poder, y el costo era considerable, una hipoteca sobre su propia fuerza vital.
Devin se arrodilló a su lado, su rostro lleno de genuina preocupación. Una de sus manos rozó brevemente la espalda de Hunter, un gesto silencioso de apoyo.
—Hunter, ¿seguro que estás bien? Te ves... agotado —Su mirada recorrió el cuerpo tembloroso de su amigo, luego miró a su alrededor, su expresión volviéndose seria por un instante—. Fue increíble lo que hiciste, pero te dejó completamente drenado. No podemos quedarnos mucho tiempo aquí. Esos otros equipos... no tardarán en encontrarnos.
Hunter levantó una mano, indicándole a Devin que estaba bien, que sólo necesitaba un respiro. Su voz era un hilo ronco, apenas audible.
—Estoy bien, Devin. Sólo... necesito unos segundos. La Amortentia consume más de lo que parece. Es poderosa, sí, pero agota —Enderezó la espalda lentamente, respirando hondo varias veces, sintiendo cómo el aire llenaba sus pulmones, aunque no disipaba la fatiga. Su mente, a pesar del cansancio, ya estaba regresando a la tarea en cuestión, la misión por delante.
Transcurridos dichos segundos, un breve momento nada más en el que el bosque pareció contener la respiración, ambos jóvenes continuaron avanzando. Los ojos de Devin escudriñaban el dosel de árboles, buscando cualquier señal, cualquier pista que pudiera haber pasado desapercibida.
—Entonces, ¿dónde crees que podría estar escondido ese disco? El profesor dijo que era dorado y estaba grabado con constelaciones, ¿verdad? Y que no estaba bajo tierra. Eso deja un montón de opciones —Devin rascó su barbilla, pensativo, mientras esquivaba una raíz expuesta.
Hunter frunció el ceño, concentrándose. Cerró los ojos un momento, repitiendo las palabras del profesor Rousseau en su mente, casi escuchando la resonancia de su voz grave.
Cada sílaba, cada pausa, era analizada en busca de un significado oculto.
—Sí, eso mismo dijo: un pequeño disco dorado grabado con las constelaciones... escondido, pero no bajo tierra. Eso significa que está a la vista, o al menos, no enterrado, no cubierto por la tierra misma —Abrió los ojos, su mirada perdiéndose entre los árboles, como si pudiera ver a través de la densa vegetación y vislumbrar el objeto—. Hay un par de lugares que se me ocurren. Podría estar en el Nido del Grifo, cerca de las viejas ruinas de la casa de guardabosques. Es un punto alto y la vista es excelente, ideal para observar las estrellas. O tal vez, en el Manantial de las Dríades, hay un claro con una cascada pequeña y varias cuevas. Las Dríades suelen ser guardianas de objetos antiguos. O incluso en el Bosque Susurrante, esa parte del bosque donde los árboles son tan densos que siempre hay sombras y el viento suena como voces, como si te hablaran. Es un lugar que nadie visita mucho, lo que lo haría un escondite perfecto.
—El Nido del Grifo suena prometedor —dijo Devin, con un brillo en sus ojos que reflejaba la emoción de la aventura—. Un punto alto sería lógico para algo relacionado con las constelaciones, ¿no crees? Podría ser una especie de observatorio natural. Vamos por ahí primero. Es el que tiene más sentido, por ahora.
Hunter asintió, y ambos tomaron camino en dirección noreste, hacia el Nido del Grifo.
El terreno se volvió más empinado a medida que avanzaban, los árboles más viejos y retorcidos, sus ramas nudosas entrelazándose para formar un dosel que impedía el paso de la luz solar.
El silencio del bosque, denso y opresivo, se veía interrumpido sólo por el crujido de las hojas secas bajo sus pies y el canto ocasional y solitario de algún pájaro, un eco distante en la vasta quietud.
De repente, una sombra se deslizó entre los árboles, tan rápida y silenciosa como un pensamiento. Luego otra, y otra más, hasta que el aire se cargó con una presencia sigilosa y amenazante. Devin y Hunter se detuvieron en seco, sus sentidos en alerta máxima, cada músculo tensado, listos para la acción. El murmullo del viento en las hojas pareció transformarse en susurros de advertencia.
Cinco figuras emergieron de la penumbra, sus siluetas definidas contra el tenue resplandor que se filtraba a través del follaje.
Un hijo de Hera, con una expresión de arrogante superioridad que parecía grabada en su rostro; un hijo de Érebo, con una sonrisa misteriosa y ojos tan oscuros como la noche sin estrellas; una hija de Hermes, ligera y astuta como una sombra, con movimientos imperceptibles; y dos cazadoras de Artemisa, con arcos enfundados en sus espaldas y dagas relucientes en sus cinturones, sus rostros impasibles.
Todos llevaban la pañoleta verde distintiva, un signo de su equipo, y en sus ojos se leía una determinación implacable.
Las miradas se cruzaron, una tensión palpable llenó el aire, tan espesa que se podía cortar con un cuchillo. Por un segundo, nadie se movió, el tiempo pareció detenerse, suspendido en la anticipación.
Luego, con un grito de lucha que rompió la quietud del bosque como un trueno, el hijo de Hera se abalanzó hacia ellos, seguido por sus compañeros, sus armas preparadas, sus intenciones claras.
Devin, reaccionando con la rapidez de un rayo, levantó su escudo para bloquear un golpe dirigido a su cabeza, un ataque brutal del hijo de Hera. Pero el adversario, con una fuerza inesperada y una astucia que no se le atribuía, logró conectar un puñetazo rápido y certero en su nariz.
Un crujido sordo resonó en el aire, seguido de un jadeo de dolor de Devin. La sangre brotó al instante, un hilo escarlata que corrió por su labio superior, tiñendo su piel pálida.
—¡Ah, eso dolió! ¡Maldita sea! —exclamó Devin, su voz aturdida pero con una furia latente que comenzaba a bullir.
Limpió la sangre con la manga de su suéter, sus ojos fijos en su atacante con una intensidad renovada.
Hunter, mientras tanto, chocó su espada con la del hijo de Érebo. La hoja metálica resonó con un clink agudo, un sonido de guerra que se propagó por el bosque. El rostro del hijo de Érebo se curvó en una sonrisa burlona, sus ojos tan oscuros como la noche sin luna brillando con una malicia inherente.
Antes de que Hunter pudiera reaccionar, el chico se desvaneció en una nube de sombras, disipándose como si nunca hubiera estado allí, fundiéndose con la oscuridad antinatural que proporcionaban los árboles a su alrededor.
Un movimiento muy inteligente, Hunter lo reconoció al instante. La oscuridad era su aliada, su manto, su arma.
—¡Maldición! —Hunter masculló por lo bajo, un gruñido de frustración.
Saber que tu oponente puede desaparecer en las sombras lo hacía infinitamente más peligroso, una amenaza invisible que podía golpear desde cualquier dirección.
Agudizó su oído, intentando percibir cualquier indicio de la presencia del contrario, el más mínimo susurro, algo complicado con el ruido de gritos y la lucha que resonaban desde distintas áreas del bosque. Frenó un golpe de una de las cazadoras de Artemisa, la fuerza del impacto le hizo vibrar los brazos hasta los hombros.
Con un movimiento rápido y calculador, le soltó una patada en el estómago, enviándola al suelo con un golpe sordo, el aire escapando de sus pulmones en un quejido.
Devin, a pesar de su nariz sangrante y el dolor punzante, logró zafarse del hijo de Hera y de la hija de Hermes con una serie de movimientos rápidos y ágiles, un baile de evasión que los frustró.
Los dos oponentes, con el ceño fruncido y la respiración agitada, se reorganizaron, sus ojos buscando una nueva oportunidad. La otra cazadora de Artemisa, al ver a Hunter derribar a su compañera, se lanzó hacia él con una mueca de desdén en su rostro, sus ojos ardían con una furia vengativa.
En ese instante, una figura emergió de las sombras directamente detrás de Devin. Era el hijo de Érebo, su sonrisa burlona aún más pronunciada, una sombra maligna en la penumbra. En un instante, su espada de práctica estaba apoyada fríamente en el cuello de Devin, la punta sin filo, pero la presión fue lo suficientemente amenazante como para inmovilizarlo, para congelar cualquier intento de resistencia.
—Disfruta del espectáculo, hijo de Apolo —dijo el hijo de la oscuridad, su voz baja y cargada de burla, un susurro que se deslizó como una serpiente venenosa—. Porque seremos nosotros quienes ganemos esto. Y tú y tu amigo, serán espectadores de primera fila de nuestra victoria.
Hunter se encontró enfrascado en una lucha con la cazadora de Artemisa, que se movía con la velocidad y la precisión de una tigresa, cada golpe, cada finta, calculada para inmovilizarlo.
Sus espadas chocaban repetidamente en una danza mortal, un coro de acero resonando en el silencio tenso.
La cazadora era feroz, sus ataques implacables y dirigidos con una astucia aprendida de años de entrenamiento, de incontables batallas simuladas y reales. Hunter se defendía con su escudo, desviando los golpes, y buscando una apertura para su propia ofensiva, una oportunidad para revertir la situación.
Sus movimientos eran menos fluidos, más impulsados por la necesidad y la furia que por la habilidad pulida, pero cada bloque y cada esquiva llevaba la fuerza bruta de Ares, una determinación inquebrantable que no se rendía.
—¿Una cucaracha como tú nunca se rinde? —escupió la cazadora, su voz llena de asco, sus ojos destellando con desdén al ver los mechones rosas y la piel pálida de Hunter, un odio que parecía ir más allá de la competición.
Hunter no sabría decir si el odio era porque él era un chico o por su apariencia, o quizás por la combinación de ambos, pero la animosidad era innegable.
El de ojos bicolores desvió otro golpe, el impacto hizo vibrar su escudo hasta el alma. Su mandíbula estaba tensa, pero sus ojos se clavaron en ella con una determinación inquebrantable, una chispa de desafío que ardía en su interior.
—Nunca —respondió, su voz era apenas un gruñido, una promesa silenciosa de que no cedería.
Aprovechando un momento de descuido de la cazadora, una fracción de segundo de vacilación, Hunter se lanzó.
En un movimiento rápido que combinaba la astucia de Afrodita con la agresión de Ares, logró deslizar su espada bajo la guardia de ella y, con un giro de muñeca, le quitó el arma de las manos, haciéndola volar por el aire. Antes de que pudiera recuperarse, Hunter le barrió las piernas con una patada precisa, haciéndola caer con un golpe sordo contra el suelo cubierto de hojas, su dignidad hecha añicos.
Sabiendo que su oponente caída, y probablemente herida en su orgullo, ya se dirigía de vuelta a la escuela, Hunter giró su atención hacia Devin. Enfrentó cara a cara al descendiente de Érebo, quien mantenía una sonrisa en el rostro como si estuviera complacido con todo, sus ojos oscuros brillando con una diversión sádica que helaba la sangre.
—Nunca había visto una determinación como la tuya —dijo el chico, su voz un susurro que apenas se distinguía de los sonidos del bosque, un eco fantasmal—. Pero créeme... Eso no te servirá en un futuro. Hay fuerzas más allá de tu comprensión que te doblegarán.
Tanto Hunter como Devin estaban confundidos por sus palabras. ¿Qué quería decir con “en un futuro”? ¿Era sólo un bravucón, intentando desmoralizarlos, o había algo más en sus palabras, una amenaza velada, una advertencia de algo que estaba por venir?
Pero decidieron no prestarle atención cuando el chico apretó aún más la espada contra el cuello de Devin. Un hilillo de sangre, un rojo brillante contra la piel pálida del hijo de Apolo, comenzó a brotar lentamente.
Una cruel demostración de poder.
—¡No! —gritó Hunter, lleno de pavor, su voz desgarrada por la angustia.
No podía acercarse para ayudar al rubio, temiendo que el demente frente a él siguiera lastimándolo. Se suponía que las espadas no tenían filo alguno, que eran inofensivas, pero aun así podían herir, podían dejar marcas, tanto físicas como emocionales.
El pánico se apoderó de él, un nudo frío y opresivo en el estómago, mientras observaba la escena impotente.
El hijo de Afrodita observó cómo el rubio cerraba los ojos por un momento, sus labios moviéndose muy rápido, sin emitir sonido alguno. Una oración silenciosa, una invocación, quizás, a la deidad que le había dado la vida.
Seguidamente, una fuerte luz dorada, similar al mismísimo sol naciente, brotó de Devin. Fue tan intensa, tan cegadora, que Hunter cerró los ojos con fuerza, sus manos levantándose instintivamente para proteger su rostro de la magnitud del brillo, del calor que emanaba.
Podía sentir el calor, la presión de la luz, incluso a través de sus párpados cerrados, como si el sol mismo estuviera irradiando desde el interior de Devin.
Era una fuerza pura y abrumadora.
El hijo de Érebo no tuvo tanta suerte. Un grito espeluznante de dolor, un sonido agudo y desgarrador que parecía provenir de las profundidades del inframundo, se elevó desde su garganta, tan agudo que perforó el aire, resonando en el bosque.
No fue hasta que la luz se atenuó hasta desaparecer por completo, dejando el bosque en una oscuridad aún más profunda por el contraste, que ambos jóvenes se atrevieron a abrir los ojos.
Su oponente estaba desmayado en el suelo, su cuerpo inerte y su respiración superficial, un hilo apenas perceptible en la quietud recién recuperada. Devin, aunque pálido y con la nariz aún sangrando, se veía sorprendido, sus ojos ambarinos fijos en el chico inconsciente, una mezcla de asombro y alivio en su expresión.
Ambos jóvenes se miraron entre ellos, el silencio ahora cargado con miles de preguntas en sus mentes, una maraña de dudas que parecían pesar más que el aire.
¿Qué había sido aquello? ¿Qué poder era ese que Devin había desatado, un poder tan vasto que había dejado a un hijo de la oscuridad inconsciente?
El bosque, que momentos antes había sido un campo de batalla ruidoso, ahora parecía contener la respiración, a la espera de una respuesta.