Capítulo 18: La consecuencia del poder.

4905 Words
La barca del Anochecer se deslizó silenciosamente hasta tocar la costa rocosa de Creta Magna, tan ligera como una pluma, sin un sólo sonido que delatara su llegada. La niebla, espesa y pegajosa, los envolvía, reduciendo la visibilidad a unos pocos pasos y silenciando el mundo exterior hasta un murmullo irreal. El aire era denso, cargado con el olor a sal, humedad y un leve pero inquietante aroma a tierra revuelta y algo… antiguo, putrefacto, como el aliento de una bestia milenaria que había yacido dormida por siglos. Jayden saltó primero a tierra, su espada de metal Estigio desenvainada, el material oscuro absorbiendo la poca luz ambiente, su aura oscura expandiéndose ligeramente en un intento por disipar la bruma, aunque con poco éxito frente a la magia de la isla. Su rostro, habitualmente sereno, era una máscara de concentración absoluta. Zachary le siguió, su mirada inquebrantable, una daga de obsidiana brillando con un filo cruel en su mano, lista para el combate. Uno a uno, los semidioses desembarcaron, sus rostros tensos con una mezcla de aprensión y determinación, sus armas ya listas en sus manos. —El aire es… diferente aquí —murmuró Romina, envolviéndose los brazos con una expresión de incomodidad. Sentía una opresión en el pecho, una vibración extraña que no era sólo el frío del ambiente, sino una resonancia de la antigüedad y el malestar que impregnaba la isla—. ¿Es sólo la niebla, o hay algo más? Siento como si la isla me estuviera observando. —La maldición de Zeus —respondió Silas, su voz baja, casi reverente, mientras examinaba el entorno con sus ojos agudos. Llevaba en una mano un vial de líquido plateado, que brillaba débilmente con una luz propia, y en la otra, la estatuilla de obsidiana. Se acercó a la pequeña figura del toro, su rostro contraído en un gesto de profunda concentración. Murmuró un antiguo conjuro en una lengua gutural y ancestral, una invocación a las fuerzas primordiales que pocas veces se atrevía a usar. El líquido plateado brilló con una intensidad etérea, casi cegadora, cubriendo la obsidiana con runas fluorescentes que parecían moverse sobre la superficie de la roca, cobrando vida propia. El calor que irradiaba la estatuilla se intensificó. Luego, con un gesto ceremonioso, se la entregó a Hunter. —Este es un rastreador de afinidad, Hunter. La estatuilla del Minotauro es su foco, y ahora está imbuida con mi magia de rastreo. Las runas te guiarán. Cuanto más brillen y más caliente se sienta, más cerca estaremos de la bestia y, presumiblemente, del Corazón de Cristal. Eres sensible a las emociones, a las conexiones, por eso eres el más indicado para esto. Es un rastreador, pero también te alertará de su presencia o de cualquier cambio en su estado de ánimo. Te dará una advertencia que sólo tú podrás interpretar. Escucha bien. Hunter asintió, sintiendo el leve calor de la obsidiana en su palma. El calor se sentía como un eco de las emociones que había percibido antes: una furia ciega, pero también una tristeza profunda, una lamentación antigua. Guardó la estatuilla en el bolsillo interior de su chaqueta, sintiendo el suave peso contra su pecho, como un amuleto vital que latía al ritmo de su propio corazón. —Todos atentos —ordenó Jayden, su voz grave, cortando la tensión con su autoridad natural, sus ojos azules recorriendo a cada uno de sus compañeros—. Manténganse juntos, la niebla es densa y el terreno desconocido. Armas listas para atacar al primer signo de peligro. No sabemos qué nos espera más allá de esta bruma, pero no nos tomará por sorpresa. Caminaron en una formación cerrada, sus pasos amortiguados por la tierra húmeda y la espesa niebla. Orión, con su habilidad para el sigilo y su ligereza innata, abría el camino, sus sentidos agudizados por la adrenalina, sus ojos buscando cualquier señal en la penumbra, cualquier movimiento, cualquier sombra. Liam y Romina cubrían los flancos, sus manos tensas en las empuñaduras de sus armas, escudriñando la niebla a su derecha e izquierda, sus posturas de combate listas. Marcus y Silas cerraban la retaguardia, listos para cualquier sorpresa. Hunter caminaba en el centro, guiado por el leve temblor de la estatuilla en su bolsillo, sus ojos bicolores intentando penetrar la cortina gris que parecía no tener fin. La niebla era una cortina inquebrantable, y el miedo a perderse en ese paisaje fantasmal era casi tan grande como el de enfrentar al Minotauro mismo. —Esta niebla… es extraña —murmuró Orión, su voz apenas un susurro que se perdía en la bruma, mientras avanzaban por un sendero apenas visible, cubierto de musgo y rocas húmedas—. Se siente… viva. Como si quisiera ahogarnos, o confundirnos, llevarnos por caminos equivocados. Mis sentidos están… borrosos. —Es parte de la maldición —explicó Zachary, con la voz un poco más alta para que todos lo oyeran—. Madre dijo que la maldición se alimenta de la desesperación y el miedo. Intentará jugar con nuestras mentes, hacernos dudar. Mantengan la calma, confíen en sus compañeros y en sus propios instintos. No permitan que el miedo los ciegue. —¿Creen que haya más criaturas aquí? —preguntó Liam, un rayo de energía dorada crepitando nerviosamente en la punta de sus dedos—. La leyenda de Creta está llena de monstruos menores. —Es posible —respondió Silas, su mirada fija en el camino—. Pero el Minotauro es la clave de la maldición. Derrotarlo y obtener el Corazón de Cristal debería ser nuestra prioridad. Cualquier otra cosa es una distracción. El terreno comenzó a inclinarse suavemente, volviéndose más empinado a cada paso, y el olor a bestia, a sudor y a algo parecido a la sangre seca se hizo más fuerte, mezclándose con el aroma a sal y humedad, casi nauseabundo. La estatuilla en el bolsillo de Hunter empezó a calentarse más intensamente, las runas brillando con una intensidad creciente, un pulso rítmico que ahora era inconfundible, casi doloroso contra su piel. —Estamos cerca —murmuró Hunter, su voz tensa, un escalofrío recorriendo su espalda que no tenía nada que ver con el frío. El calor de la estatuilla era casi insoportable, quemando su piel a través de la tela de su chaqueta. La furia del Minotauro era palpable, una ola de ira que lo inundaba. En ese instante, otro bramido ensordecedor rompió el silencio opresivo de la niebla, haciendo vibrar la tierra bajo sus pies y sacudiendo los árboles retorcidos a su alrededor como si un vendaval invisible los golpeara. Era un sonido primordial, gutural, lleno de furia y agonía, que parecía surgir de las entrañas de la isla misma, resonando con el dolor de milenios de tormento. Un estruendo de pasos pesados, como el de una avalancha de rocas gigantes, comenzó a acercarse con una velocidad alarmante, cada paso resonando con la fuerza de un terremoto, haciendo que las pequeñas piedras rodaran por la pendiente. —¡A cubierto! —gritó Jayden, su voz autoritaria y urgente, mientras alzaba su espada y se preparaba para el impacto, una sombra de anticipación en su rostro. Un instante después, una masa imponente, una silueta colosal y oscura, emergió de la bruma, distorsionada por la niebla, pero innegablemente real. No era una criatura de leyenda para ellos; era una pesadilla hecha carne y huesos, más aterradora y monstruosa de lo que cualquier cuento había descrito. Su piel era una mezcla de piel de toro y escamas endurecidas por la maldición, de un tono gris verdoso y áspero como la roca volcánica, cubierta de cicatrices antiguas. Su tamaño era descomunal, con músculos tensos y venas palpitantes que parecían a punto de estallar, tan grandes como cuerdas. Los cuernos, de un n***o azabache, eran retorcidos y terminaban en puntas afiladas como cuchillos, listos para perforar cualquier cosa a su paso. Y en su cuello, colgando de una gruesa cadena hecha de lo que parecía ser hueso pulido y gemas incrustadas, brillaba con una luz etérea y azulada: El Corazón de Cristal. Su brillo era hipnótico, un faro de esperanza y peligro en la oscuridad, la fuente de la maldición. El Minotauro bramó de nuevo, un sonido gutural que les heló la sangre, y se lanzó contra ellos con una ferocidad inaudita, sus ojos, dos puntos rojos, fijos en el grupo. Su mirada no estaba vacía, sino llena de un tormento ancestral, un odio profundo y una desesperación que Hunter podía sentir a través de la estatuilla. —¡Sepárense! ¡Es demasiado grande para enfrentarlo de frente! —gritó Zachary, desenvainando su daga con un movimiento fluido, preparándose para esquivar. El primer golpe del Minotauro fue un barrido con su puño del tamaño de una roca, que rompió un árbol seco cercano con una facilidad aterradora, las astillas volando por el aire como proyectiles peligrosos. Liam invocó un rayo, que impactó en el hombro de la bestia con un chisporroteo de electricidad, pero el monstruo apenas se tambaleó, su piel escamosa actuando como una armadura natural, desviando la mayor parte de la energía. —¡Es inútil! —rugió Marcus, su cuerpo brillando con el calor forjado de Hefesto, sus ojos ardiendo con furia. Lanzó una ráfaga de fuego que envolvió la cabeza del Minotauro, distrayéndolo por un instante, el olor a pelo quemado llenando el aire. El Minotauro gruñó, agitó la cabeza, pero no mostró signos de dolor real. —¡A sus piernas! ¡Busquen los tendones! —gritó Jayden, su espada envuelta en sombras, volviéndose casi invisible en la niebla. Se lanzó hacia un flanco, intentando un corte bajo mientras Zachary lo imitaba por el otro lado, su daga buscando un punto débil en los tendones del monstruo. Las espadas de Hades, hechas de metal Estigio, eran efectivas incluso contra criaturas míticas, pero la piel del Minotauro era dura como la roca, casi impenetrable. El Minotauro, enloquecido, ignoró los ataques menores que lo irritaban como picaduras de mosquito. Un cuerno se lanzó hacia Marcus, quien apenas logró esquivarlo con un salto ágil, sintiendo la ráfaga de viento del impacto. —¡Romina, intenta una ola! ¡Desequilibra esa cosa! —gritó Calypso, mientras ella misma esquivaba un pisotón del Minotauro con una agilidad sorprendente, su mente ya calculando los patrones de ataque de la bestia, buscando una apertura, una debilidad que explotar. Romina alzó sus manos, el aire se volvió denso con la humedad, y una ola de agua salada, con la fuerza de un tsunami en miniatura, brotó de la tierra, golpeando al Minotauro en el pecho. La bestia retrocedió un paso, el agua siseando al contacto con su piel caliente, como si fuera lava. No fue suficiente para derribarlo, pero lo desorientó, su bramido se volvió un gruñido ahogado, sus ojos rojos parpadeando. —¡Lo lograste! —gritó Liam, aprovechando la oportunidad para lanzar otra serie de rayos contra la cabeza del Minotauro, intentando aturdirlo. Orión, invisible por un instante, se lanzó por detrás de la bestia, intentando atarle los tobillos con una cuerda mágica de su padre que esperaba que lo inmovilizara. Pero el Minotauro rugió, su enojo aumentando de fuerza, y pateó, una patada con la fuerza de un caballo desbocado, lanzándolo por los aires. Devin, con su arco en mano, disparó una flecha de luz que impactó directamente en el ojo de la bestia con un silbido. El Minotauro bramó de dolor, golpeando el aire con sus puños, su ojo herido sangrando un líquido espeso y oscuro, pero aún seguía en pie. —¡Es fuerte! ¡Demasiado fuerte! —jadeó Liam, lanzando otro rayo, que esta vez impactó en la pierna herida del Minotauro, provocando un gruñido de ira y un tambaleo. —¡Su corazón! —gritó Silas, esquivando un golpe de un cuerno por milímetros, su rostro pálido y sudoroso—. ¡El Corazón de Cristal! ¡Es su fuente de inmortalidad! ¡Hay que quitarle el collar! ¡Es nuestra única oportunidad! La maldición lo hace imparable mientras lo tenga. Los ataques directos no lo detendrán permanentemente. Hunter, observando la furia del Minotauro, la desesperación en su alma que la estatuilla le transmitía, vio su oportunidad. Era ahora o nunca. El Minotauro estaba cegado por la furia, enfocado en los ataques frontales. Hunter se lanzó hacia adelante, usando su agilidad para esquivar un barrido de su brazo que habría podido destrozarlo al instante. Saltó sobre la espalda del Minotauro, aferrándose a su cuello como un koala, sus dedos buscando un agarre firme en el pelaje áspero y las escamas. El Minotauro, sorprendido por el ataque inesperado y la audacia de la pequeña figura en su espalda, se sacudió con una furia salvaje, bramando y lanzando patadas al aire, girando sobre sí mismo, intentando quitarse al semidios de encima con movimientos violentos. El sudor y la tierra se mezclaban con el pelaje áspero, un olor repugnante invadiendo el olfato de los semidioses. —¡Hunter! ¡Suéltate! ¡Es demasiado peligroso! —gritó Devin, su voz llena de preocupación, preparándose para lanzar otra flecha, pero dudando, sin querer golpear a Hunter. Hunter ignoró las advertencias. Con un movimiento desesperado, estiró una mano, sus dedos rozando el frío cristal azul del Corazón de Cristal. La estatuilla en su bolsillo ardía con un calor insoportable, amplificando la urgencia, sus runas destellando con cada latido de su propio corazón. Agarró la cadena de hueso con una mano y el Corazón de Cristal con la otra, tirando con todas sus fuerzas. El Minotauro, sintiendo el tirón, se lanzó de cabeza contra una pared de roca, intentando aplastar a Hunter contra ella, un acto de pura desesperación bestial para deshacerse de lo que percibía como una molestia. Justo antes del impacto, Hunter logró tirar con todas sus fuerzas, un grito de esfuerzo saliendo de sus labios, desprendiendo el collar del cuello de la bestia con un sonido seco y crujiente, como de huesos rompiéndose. Fue derribado por el impacto, cayendo al suelo con un golpe sordo, pero el Corazón de Cristal permanecía firmemente apretado en su mano, su luz azul ahora pulsando con más intensidad, como si cobrara vida propia. El Minotauro se giró, su mirada de furia ahora mezclada con confusión y una especie de aturdimiento. Su inmortalidad seguía intacta, pero la fuente de su poder, la gema que lo ataba a la maldición de Zeus, había sido removida. Bramó con una frustración palpable, un rugido que carecía del poder anterior, su ojo herido parpadeando, intentando enfocar al grupo. Jayden, al ver la oportunidad, se abalanzó, su espada chocando contra uno de los cuernos del Minotauro con un chirrido metálico, un sonido de metal contra hueso. Zachary lo siguió, intentando apuñalar al monstruo en el costado, buscando cualquier punto débil, pero el monstruo seguía siendo formidable, aunque ahora sus movimientos eran menos coordinados, más salvajes. La pelea continuó con una intensidad brutal, pero ahora con una ventaja para los semidioses. El Minotauro, aunque ya sin el Corazón, seguía siendo una fuerza de la naturaleza, pero ahora sus golpes eran menos precisos. Romina invocó una ráfaga de aire salado que lo empujó hacia atrás. Liam lanzaba rayos sin parar, sus ojos brillando con energía, sus ataques ahora más efectivos, provocando que la piel del Minotauro se quemara ligeramente. Orión, aprovechando la distracción, se deslizó entre las piernas de la bestia, intentando desequilibrarlo, buscando un punto de apoyo para un golpe decisivo que lo derribara. —¡Sigue atacando! ¡Está debilitándose! —gritó Calypso, su propia voz ronca por el esfuerzo, mientras se defendía del ataque del monstruo. Sin embargo, el Minotauro era incansable, su furia alimentada por milenios de tormento que no cesaba. Con un rugido atronador, embistió a Zachary, que había intentado flanquearlo y buscar una nueva apertura. El hijo de Hades intentó esquivar, su daga de obsidiana lista para el contraataque, pero el cuerno izquierdo de la bestia lo alcanzó con una velocidad sorprendente, ensartándose brutalmente en su costado, desgarrando su ropa y piel con un sonido horrible, un chorro de sangre manchando la niebla. Zachary se quedó quieto, los ojos muy abiertos por el shock y el dolor, un gemido escapándose de sus labios. La sangre manaba a borbotones de la herida, tiñiendo su túnica oscura de un rojo carmesí. Antes de que pudiera reaccionar, el Minotauro lo arrojó con fuerza hacia una formación rocosa, donde cayó sin moverse, inconsciente, un bulto inerte contra la piedra, su cuerpo retorcido en una posición antinatural. —¡ZACHARY! —el grito de Jayden rasgó la niebla, un sonido de pura agonía y furia que rara vez se permitía, un rugido de dolor. En ese instante, su espada de metal Estigio se cubrió de llamas azules, el fuego del Inframundo crepitando a su alrededor, una manifestación de su enojo desatado y su conexión con el reino de los muertos. Su cuerpo se tensó, sus músculos vibraron con una energía oscura que parecía absorber la luz a su alrededor, volviendo la niebla aún más densa en su cercanía. Se abalanzó sobre el Minotauro con una velocidad cegadora, un torbellino de sombras y fuego. Los demás semidioses continuaron la lucha con una desesperación renovada. Luchaban con ferocidad, pero el Minotauro parecía imparable. Jayden, impulsado por una rabia incontrolable, logró crear varias heridas profundas en el Minotauro con su espada en llamas, logrando ralentizarlo, pero la bestia seguía avanzando, implacable, buscando una nueva víctima. El Minotauro, furioso por las heridas, le dio un golpe con su enorme mano a Jayden, un puñetazo que lo envió volando por el aire para chocar violentamente contra una enorme roca. El hijo de Hades intentó levantarse, pero el golpe lo había lastimado mucho. Cayó de nuevo, apenas consciente, un gemido de dolor escapándose de sus labios, la espada apagada a su lado, su aura oscura disipándose. Todos tenían heridas: Romina con un corte en el brazo, su labio sangrando por un golpe del Minotauro. Liam cojeando por un golpe en la pierna, su respiración agitada y su energía disminuyendo. Marcus con el hombro dislocado, su brazo colgando inerte a su lado, el dolor impidiéndole conjurar más fuego o utilizar su martillo. Orión magullado, con un feo corte en la frente que sangraba lentamente, su rostro pálido. Devin con su ropa rasgada y un rasguño profundo en la mejilla, su arco materializado tembloroso en sus manos, casi sin flechas de luz. Calypso con su escudo abollado y una expresión de pura determinación, pero el cansancio la estaba abrumando, sus movimientos ralentizados. El Minotauro, aunque herido, aún dominaba el campo de batalla, y los semidioses estaban al límite de sus fuerzas. Una ira, una furia como nunca antes la había sentido, nació en lo más profundo del interior de Hunter. No era la furia destructiva de Ares. Era una rabia nacida del dolor, de la impotencia de ver a sus amigos caer, de la injusticia que sentía. La estatuilla en su bolsillo vibraba con una locura silenciosa, amplificando su propia furia, el lamento del Minotauro que había percibido antes, se mezclaba con su propio torbellino de emociones. El Corazón de Cristal en su mano latía con una luz azul cegadora, como si reaccionara a su emoción, a su desesperación. Marcas y runas de un color rosado brillante y dorado pulsante comenzaron a crearse en su cuerpo, extendiéndose por sus brazos, sus hombros, su cuello, incluso sobre su rostro. Su piel adquirió un brillo etéreo, y sus ojos cambiaron de color: el derecho se tiñó de un rosa neón vibrante, el izquierdo de un dorado brillante, irradiando una energía que era a la vez hermosa y aterradora. Los demás, aun en la lucha desesperada, notaron la transformación. Silas, con una mezcla de asombro y aprensión, y un atisbo de miedo en sus ojos que rara vez mostraba, gritó: —¡Apártense! Segundos antes de que Hunter soltara un grito desgarrador, un sonido que era una mezcla de lamento y determinación. De su mano derecha, donde sostenía el Corazón de Cristal, un látigo etéreo, hecho de la misma esencia de la Amortentia se materializó con un chasquido que pareció resonar en todo el lugar. Pero este látigo no era de amor, sino de emociones intensificadas, de la conexión que sentía con sus amigos y el mundo que se estaba perdiendo, el dolor de la situación y la necesidad de proteger a los que amaba. El látigo brillaba con los mismos tonos rosados y dorados que sus marcas, crepitando con una energía palpable, un aura de poder que intimidaba incluso al Minotauro. Hunter agitó el látigo, el aire a su alrededor se distorsionó, la niebla se disipó momentáneamente en su proximidad, revelando su figura resplandeciente. Con una precisión mortal, lo lanzó. El látigo de Amortentia se envolvió alrededor del cuello del Minotauro, tensándolo con una fuerza sobrenatural que nadie habría creído posible. El monstruo se resistió, por supuesto, bramando y tirando, sus músculos de toro tensos hasta el límite, intentando liberarse de la atadura que lo sofocaba. Pero Hunter, alimentado por una torrente de emociones reprimidas—el enojo por la impotencia, el odio por la situación en la que se encontraban, el cansancio acumulado, el dolor de sus amigos, todo dirigido a quien sea que estuviera detrás de la plaga divina, y al Minotauro que era su manifestación—, tiró del látigo con una fuerza que hizo que el Minotauro cayera de rodillas, su bramido ahogado en un quejido, su gran cuerpo luchando inútilmente. Sin dudar, Hunter corrió hacia la bestia. La niebla se arremolinó a su paso, como si quisiera despejar el camino para él. Saltó en el aire, y en su mano, una espada, también hecha de la misma Amortentia, se materializó con un brillo cegador. Era una hoja de pura energía rosada y dorada, brillante y mortal, tan afilada como cualquier metal Estigio, tan poderosa como cualquier arma divina. Con un golpe descendente, cargado con la fuerza de sus emociones y el peso de la responsabilidad, Hunter, con una determinación que nunca antes había poseído, decapitó al Minotauro. La cabeza de la bestia rodó por la tierra, y el cuerpo inmenso se desplomó al suelo con un estruendo que sacudió la isla, el eco del impacto resonando en la niebla como el fin de una era, un silencio sepulcral que siguió al caos. El aterrizaje de Hunter no fue limpio. Cayó de rodillas, el látigo y la espada de Amortentia se desvanecieron en el aire, disolviéndose en el brillo que los había creado. Poco a poco, las marcas y runas rosadas y doradas en su cuerpo comenzaron a desvanecerse, su resplandor muriendo, volviéndose opacas y luego desapareciendo en su piel, dejándolo exhausto. El Corazón de Cristal cayó de su mano, la luz azul que emanaba de él volviéndose tenue, casi apagándose. Hunter se quedó inmóvil, su cuerpo temblaba, sus ojos aún bicolores pero ahora vacíos de expresión, como si toda la energía lo hubiera abandonado por completo. Su piel se estaba volviendo de un gris enfermizo y sus labios se tornaron ligeramente azules. Era como si la liberación de su poder hubiera agotado cada pizca de su fuerza vital, dejándolo al borde de la nada. El resto de los semidioses corrió en ayuda de sus compañeros caídos, el alivio de la victoria empañado por la visión de sus amigos heridos y el estado crítico de Hunter. Devin, con su rostro pálido y sus manos temblorosas, se apresuró en atender a Zachary, que seguía inconsciente, tratando de detener la sangre que manaba de la herida abierta con su propia mano, aplicando presión y conjurando pequeñas llamas de luz curativa. Murmuraba oraciones a su padre Apolo, rezaba para poder sanarlo, para que los poderes de Apolo fueran suficientes para cerrar una herida tan brutal. Orión se arrodilló junto a Jayden, quien intentaba levantarse inestable sobre sus pies, no pudiendo dar un paso sin tambalearse, su cabeza dolorida por el impacto contra la roca, un hilillo de sangre brotando de su sien. —¿Estás bien? —preguntó Orión, su voz cargada de preocupación. —No… no muy bien —murmuró Jayden, su voz apenas un susurro—. Cabeza… me da vueltas. Calypso y Silas corrieron hacia Hunter, quien se encontraba inconsciente en el suelo, el Corazón de Cristal aún apretado en su mano, su brillo casi extinto. —Está… helado —dijo Calypso, con la voz entrecortada, intentando tomarle el pulso—. Apenas… apenas siento el latido. —Ha usado demasiado poder —murmuró Silas, su rostro grave—. Ha drenado su propia energía vital. —¡Tenemos que llevarlos a un lugar seguro! —gritó Devin, su voz llena de desesperación y urgencia, sus ojos fijos en Zachary—. ¡No podemos quedarnos aquí a esperar que aparezca otro monstruo! ¡Zachary necesita atención, ahora, o será demasiado tarde! Su pulso es débil, y la sangre no deja de brotar. Silas, a pesar de su propio agotamiento y la preocupación palpable en su rostro, se arrodilló y subió a Hunter a su espalda, el peso ligero del hijo de Afrodita siendo una bendición en ese momento, aunque su cuerpo frío preocupaba al hijo de Hécate. Marcus, con un gruñido de dolor por su hombro dislocado, cargó a Zachary al estilo princesa, sus brazos firmes sosteniendo el cuerpo inconsciente de su compañero, su rostro tenso por el esfuerzo y la preocupación. Devin, con el ceño fruncido por la concentración, mantenía una mano sobre la herida del hijo de Hades, una luz dorada brotando de la palma del hijo de Apolo, curando desde adentro la herida del chico de cabello blanco, pero sabía que era un proceso lento y agotador, y que el tiempo era crucial. Liam y Orión ayudaron a Jayden a caminar, sujetándolo por los brazos, lo más probable era que tuviera una conmoción producto del brutal golpe del Minotauro. Su visión estaba borrosa y cada paso era un esfuerzo inmenso, sus músculos temblaban. Romina, a pesar de su propio corte en el brazo, les abrió paso entre la niebla. Caminaron, casi corriendo, a través de la niebla, buscando desesperadamente un refugio. La niebla, que antes parecía un enemigo, ahora los protegía, ocultándolos de cualquier otra amenaza que pudiera haber en la isla. Finalmente, encontraron una cueva vacía, una oscura abertura en la roca que les ofrecía un respiro del mundo exterior, un refugio lúgubre pero seguro. En su interior, lejos de la amenaza de la niebla y las bestias, los tres semidioses heridos yacían inconscientes en el suelo de roca fría. Con la ayuda de Calypso, Romina y Marcus, Devin trabajó incansablemente en ellos, atendiendo sus heridas lo mejor posible. Usaba sus poderes de curación, canalizando la energía solar a través de sus manos para sellar las heridas y restaurar la vitalidad. Les daban sorbos de néctar y pedazos de ambrosía, esperando que el alimento de los dioses acelerara su recuperación, pero dos de tres estaban en un estado crítico. El néctar, que normalmente curaba casi al instante, parecía trabajar más lentamente en Hunter, como si su cuerpo estuviera demasiado agotado para asimilarlo por completo. Su piel permanecía grisácea, su respiración superficial. —El Corazón de Cristal… —murmuró Liam, arrodillándose cerca de Hunter, recogiendo la gema que había caído de su mano inerte. La luz azul que emitía fluctuaba, a veces brillante, a veces casi extinta, como si reflejara el estado del chico que la había recuperado. —No sé cuánto tiempo podemos quedarnos aquí —dijo Calypso, su mirada preocupada, montando guardia en la entrada de la cueva junto a Orión y Marcus—. La isla es peligrosa. La niebla esconde más de lo que vemos. —Tenemos que esperar a que Devin haga lo suyo —respondió Orión, su voz tensa, mientras observaba la niebla exterior—. No podemos moverlos en este estado. Silas, con el ceño fruncido, examinó el Corazón de Cristal. —Su luz es la esencia de la vida. Si Hunter pudo blandir un poder tan grande, tal vez esta gema pueda ayudarlo. Es pura energía divina. —Pero ¿cómo? —preguntó Romina, su voz cansada—. No somos dioses. No sabemos cómo activar o canalizar su poder de esa manera. Marcus se acercó, su hombro aún dolorido. —Hemos llegado hasta aquí. No podemos rendirnos ahora. Devin, ¿cuánto tiempo crees que tardarán en recuperarse? Devin suspiró, agotado. —Zachary es el más grave, pero su herida está sanando lentamente. Jayden sólo necesita descansar. Pero Hunter… Hunter es diferente. Ha usado una cantidad de poder que no entiendo. Su alma misma parece agotada. Necesita algo más que néctar y ambrosía. Silas tomó el Corazón de Cristal. Lo sostuvo sobre Hunter, intentando una conexión, pero la gema no reaccionó —No funciona así. Él fue quien la tomó, quien desató su poder. Quizás su conexión está en otro nivel. El silencio volvió a caer sobre la cueva, pesado y lleno de incertidumbre. La luz tenue del Corazón de Cristal era la única fuente de esperanza en la oscuridad. Habían logrado la victoria, pero a un costo inmenso. La isla maldita no había revelado todos sus secretos, y el precio de la esperanza podía ser más alto de lo que habían imaginado. La verdadera prueba, la de salvar a sus amigos y usar el Corazón de Cristal para purificar a sus padres, apenas comenzaba. La noche en Creta Magna prometía ser larga y llena de nuevos desafíos.
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