IV Priya de Macedonia

1277 Words
No ha pasado mucho tiempo desde la última vez que estuve en casa y hoy despierto bajo otro techo que no conozco, al cual no le puedo llamar hogar, al cual no puedo decir que sea mío. Mi corazón extraña aquellos días en que solía correr por esos pasillos llenos de una luz que alimentaba mis sueños y mis más grandes esperanzas; la luz de este lugar ni si quiera me alcanza para iluminar mi sonrisa. Todo este lugar me es tan extraño y frio, sin color, solo lleno de oscuridad y monotonía en mi día a día; lejos quedaron los días en donde solía columpiarme bajo aquel bello sauce llorón; los días en que corría con los pies descalzos hacia el pequeño arroyo justo atrás del gran jardín del pensamiento, cuando la lluvia solía caer sobre mí y realmente me mojaba. Ahora solo me parece que todos han soltado mi mano en este lugar. La casa que escogieron para mi readaptación como suele llamarlo Elizabeth, es una casa colonial con grandes ventanales para que ingrese la fresca brisa que proviene del mar de Kantras, es lo único que puedo apreciar de este lugar, contrasta bastante con el resto de las casas de esta región de humildes pescadores, marineros, transportistas y comerciantes. La fachada es de un blanco impecable, se tiene que mantener así por órdenes de Elizabeth y es por ello que todos los días el personal que trabaja aquí dedica dos horas de su día a mantenerla siempre blanca; que contrasta con la enorme puerta roja, tiene seis habitaciones en la primera planta, mientras que en la planta alta hay otras cuatro con enormes terrazas llenas de plantas de la región, dos salas de juegos, una amplia cocina, un enorme comedor que jamás uso, un jardín trasero bastante amplio pero sin árboles o flores que puedan darle un colorido a este lugar; la entrada principal tiene una estatua de mi padre cuando era más joven y un poco más cerca de la gran reja se encuentra la única fuente de agua que Elizabeth permitió en esta casa y que según combinaba con su nueva decoración estrafalaria de toda la casa. Mi calabozo estaba en la planta alta de lado izquierdo de las escaleras la segunda puerta, era amplio, fresco y lo único en esa casa decorado a mi gusto; una cama muy cómoda, un enorme escritorio, dos libreros con casi todos los libros que pude sacar de mi antigua habitación en casa, unas hermosas sabanas y cortinas de seda color morado, una pequeña lámpara sobre el escritorio, un enorme closet más grande que todo lo que yo poseía en ese entonces, un pequeño vitral en donde aún existía la imagen de mi madre y probablemente el único que aún quedaba en el reino después de que esa llegara. Priya tienes que calmarte fue justo por eso que acabaste en esta prisión de oro; la terraza tenía una pequeña mesa de metal color ámbar justo con dos sillas acojinadas con una hermosa vista hacia el mar y el único lugar en el cual me sentía cómoda para poder ingerir mis alimentos, también tenía un pequeño sillón columpio en el cual me sentaba a leer por horas, de las únicas actividades que podía realizar por aquella época, y muchas plantas de las cuales no me acuerdo muy bien. La casa tenía alrededor de una treintena de empleados entre los cuales se encontraban dos cocineros, un chofer, una ama de llaves, diez jardineros, un pescador, cinco soldados y cinco doncellas de la cuales una estaba específicamente para atenderme, como si yo no pudiese hacer nada por mí; tres veces por semana venia mi tutor uno para cada una de las áreas que según Elizabeth necesitaba reforzar. Así pues pasaba tres días a la semana con clases de etiqueta, refinamiento. Comportamiento, postura, danza, pintura, costura; es decir todas las actividades aburridas que a la actual consorte se le pudieran imaginar para hacerme la vida de cuadritos; los días restantes me la pasaba practicando mis lecciones, leyendo, escribiendo y de vez en cuando daba paseos por la playa siempre vigilada por los soldados y el perro fiel de mi madrastra ¿Acaso pensaban que me escaparía? En todo caso ¿por qué no me dejan hacerlo? Si al final solo causo problemas y soy tan igual a mi madre que mi padre se niega a verme. Los días me parecen años y mi poca juventud se escapa entre lo que ellos quieren que sea y lo que realmente podría ser, cada día que pasa me lleno más y más de desesperación y las ansias del no saber que depara el mañana me consume; para lidiar con esto escribo en un diario que me dio mi madre, de hecho su ultimo regalo, por lo cual lo cuido pues es lo único que aún me une a ella y lo único que no me hace pensar que solo fue un invento de mi memoria o una alucinación en el eco del tiempo. Otra vez camino por esta playa sin rumbo fijo, sin ganas de volver a donde se supone debo estar, mi corazón se apaga día a día cansado de los mismos cuadros, las mismas sillas, las mismas personas. Barba Azul ya viene con su látigo resonando al viento, los cuerpos azotados ya no le bastan, la sangre derramada por su mano le es igual; solo espera el temor de los ojos de sus víctimas es lo que le da placer. Corro pero no llego a ningún lugar y Barba Azul ya viene. Palabras que si mi Padre o Elizabeth leyeran probablemente me costarían la vida o peor aún mucho más tiempo del deseado en este lugar… —Señorita Priya ya es hora de volver a casa y además le ha llegado algo de palacio. Todos los días que salgo a caminar siempre me hacen entrar a la misma hora, como una cárcel. ¿Me ha llegado algo dices? ¿Qué es?, ¿Quién lo envía? —Está en la casa parece ser una especie de carta de su padre o de su madre la señora Elizabeth Al escuchar esas palabras mi sangre hierve y siento como mis orejas y mejillas se ponen rojas y ese calor sale de las entrañas y sube como quemándome la boca y lo digo así sin más: —Esa Bruja no es mi madre, mi madre la verdadera marajá murió por su culpa. Jannel parece sorprendida por mi reacción y la forma tan brusca como salen las palabras de mi boca, pero con una sonrisa burlona y sarcástica me contesta: —Señorita Priya no debería decir eso de su alteza Elizabeth quien ahora es su madre como lo ha expresado su padre le guste o no esa es la única verdad.  Mi sangre sigue hirviendo tanto que comienza a quemarme todo el cuerpo, aprieto la mandíbula, los puños  y mi cuerpo se tensa; mi aliento se siente caliente al igual que mi respiración, como si sirviera de algo Jannel da dos pasos hacia atrás cuando se percatar que pudiera golpearla y como si estuvieran esperando por salir las lágrimas comienzan a brotar de mis ojos, más de ira y rabia que de otra cosa, como dos enormes cascadas sin control; al ver la cara de la tonta de Jannel me volteo y corro lo más que puedo hacia la casa, doy un portazo al entrar en mi habitación y me tiro sobre la cama y entonces lloro de enojo, de ira, de impotencia y conforme las lágrimas siguen brotando hundo más mi cara en las almohadas como si con ese simple gesto pudiese eliminar todo.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD