Quédate esta noche

4415 Words
–¡¿Dónde está la fuga!? –gritó asustada cuando el hombre le aseguró que la puerta del departamento estaba abierta y que en efecto... podía entrar. Tenía en su mano derecha una herramienta de esas que, solo usan los plomeros con experiencia. Al poner el primer pie en la mullida alfombra se percató del hermoso camino de rosas que había a sus pies, alzó un poco más la mirada y observó la mesa para dos personas que estaba al final de esa vereda de pétalos de flores, sobre el mesal: dos copas y un vino enfriándose en un elegante cubo, platos, cucharas, tenedores, un mantel elegante. Percibió que, un aroma delicioso llegaba a su nariz, era una mescolanza entre: exquisita comida y un aroma a vainilla. En una del par de sillas... un atractivo rubio con el cabello alborotado y la camisa bastante atrevida bebía un sorbo de su copa de vino. Ella quedó petrificada ante esa escena. –¿Está en el baño? –exclamó bajito, mientras señalaba hacía dicho lugar. Marcus se puso de pie y sonrió, mientras caminaba hacia ella. –¿Quién? –manifestó él con una radiante sonrisa. Cath se tapó la boca, estaba sumamente avergonzada. –Lo siento –exclamó apenada y con un tono bajo de voz. –No sabía que estaba con alguien, es que vi el mensaje de la fuga y en el me pedía que pasara a ver qué ocurría, ya que, recuerdo que le platique sobre mi curso de plomería online y...- se quedó callada, estaba hablando de más, a pesar de ser su asistente, los diálogos con su jefe eran breves y meramente laborales. –Mejor me voy antes de que ella salga del baño, siento la interrupción.– dio media vuelta con todas las intenciones de irse y con la cara de idiota avergonzada, era obvio que él estaba con una mujer, era sábado en la noche y no había razones por las cuales él pasara a solas la velada. ¡Qué ingenua era! –¿A dónde vas? –cuestionó él mientras la jalaba de la herramienta que tenía en mano. –¿Eh? –interrogó sin entender, mientras lo miraba a los ojos y se ajustaba los anteojos, esa pregunta era evidente. –A casa. –y no es como si tuviera a otra parte a donde ir, Catherine era una mujer solitaria en toda la extensión de la palabra, había sido hija única, y sus padres murieron cuando era joven, así que, no tenía familiares cercanos con quien compartir vivencias. –Buenas noches, disculpe la interrupción. –estaba completamente segura de que Marcus Hoffman estaba en medio de una cita con alguna de sus hermosas conquistas, no era de a gratis que hubiera una cena romántica frente a ella. Definitivamente se sintió morir, cuando llegara a su hogar se daría un baño con agua fría para bajar el enrojecimiento de sus mejillas. –Tranquila Catherine. –la intentó apaciguar él, mientras la tomaba de la mano y le quitaba el artefacto. –Ven, pasa. –la guio Marcus. Ella no pudo evitar quedar petrificada ante él: "Catherine" quizás su insulso nombre se escuchaba maravilloso cuando salía de sus labios, porque él por lo regular se refería a ella como: "Señorita Bennet". –Pero... su cita. –se alteró ella. –No quiero interrumpir, fue un error venir sin avisar. –habló bajito, aunque estaba segura de que él, había sido quien le había dicho que acudiera a su encuentro. –No tienes que hablar así. –se mofó él. –¡No hay nadie más aquí! –gritó para hacerle ver que en efecto... estaban a solas. –¡Solo estamos... tú y yo! –le sonrió. –Siéntese hermosa señorita, por favor –solicitó él, mientras la sujetaba de los hombros y la guiaba hasta la mesa para ayudarla a sentarse. –Gracias...–aun no comprendía la situación de lo que estaba pasando, pero por alguna extraña razón no puso mucha resistencia ante la invitación de él. –¿Quieres una copa de vino? –le interrogó al oído mientras la sujetaba de los hombros parado atrás de ella. –Eh...–se quedó sin habla cuando sintió su aliento sobre su oreja, su cercanía era inminente, podía percibir con gran facilidad el aroma de su perfume, su piel se erizó instantáneamente. –Yo...–balbuceó. –Casi no tomo mucho alcohol...–el rubio parecía no escucharla porque sin duda le sirvió la copa. –No mucho, por favor, no tengo mucha resistencia con el vino. –insistió ella al ver su falta de frenesí al servirle la bebida, estaba cansada y con el estómago vacío, sabía que se le subiría pronto si no escatimaba en sus impulsos. –Tranquila Catherine, nada malo te pasará por beber un poco. –aseguró él. Ella se rascó la nuca. –He tenido malas experiencias... –fue lo único que tímidamente dijo. –Pero esta noche... yo te cuidaré. –le sonrió de una manera que la dejó helada. –¿Ya cenaste? –preguntó, mientras se ponía de pie y se asomaba a la cocina. –No, apenas estaba llegando a casa cuando vi su mensaje. –explicó, mientras se tallaba los ojos por debajo de los anteojos, porque los fines de semana tenía un trabajo de medio tiempo que le ayudaba a seguir ahorrando, ya que, a pesar de ser el asistente personal de uno de los hombres más adinerados del país, era ligeramente tacaño con la paga. –¡Excelente, yo tampoco he cenado, comerás conmigo! –demandó Marcus sin dejarle opción alguna. –¿Está seguro? ¿No le causo molestias? –preguntó estresada, porque él estaba siendo extremadamente amable y porque además, ella solo podía pensar en lo mucho que extrañaba su cama, deseaba descansar desesperadamente. –¡No, no, no para nada! –sonrió él. –Siéntate, serviré la cena. –aseguró. –Puedo ayudarle si quiere...–añadió ella intentando ponerse de pie. –No, no, tú quédate aquí. –exclamó con insistencia. Ella estaba en ensimismada, no entendía nada, releyó entonces el mensaje que él le habían mandado, no estaba quedando loca, en efecto decía que, tenía una fuga de agua en el lavabo. Y cuando ella estuvo a punto de hacer conjeturas más profundas sobre la situación en la que estaba metida... justo en ese instante... –Bien, ya está la comida. –le robó los pensamientos razonables. Él siempre había tenido ese poder sobre ella, esa hábil facultad de robarle la más mínima pizca de raciocinio. Dejó de lado sus sospechas y optó inconscientemente a perderse en sus ojos azules, debía admitir que no podía apartar mucho la mirada de él. –Tienes una linda pecera...–exclamó, mientras bajaba la mirada, deseaba de alguna forma hacerle creer que lo que miraba no era exactamente sus ojos zafiro sino la pecera que estaba justo detrás de él. –Gracias, me gustan mucho los peces, me recuerdan a mi niñez.– le sonrió Marcus. –No es por presumir, pero yo mismo cociné la cena. – contó, mientras dulcemente ponía el plato frente a ella procurando que haya al menos siquiera un ligero contacto físico. –Huele muy rico. –musitó la muchacha mientras, suspiraba el delicioso olor de la comida y cerraba sus ojos para proceder a pasarse el cabello detrás de la oreja. –Bien... ¿Qué pasó? ¿No llegó? –interrogó curiosa. –¿Quién? –cuestionó Marcus mientras alzaba la ceja sin entender. –Ella; tu cita –dijo al fin. –¿Le dejó plantado? Eso no se hace...–exclamó negando con la cabeza. –¿Por qué piensas que tenía una cita con alguien? –se rió el rubio, mientras la miraba de frente y se limpiaba un poco la mancha de salsa que se había quedado en sus carnosos labios. > contestó Cath en su mente, pero no podía decirle algo como eso. –Por las flores, el vino, la comida...–afirmó. Él echó una hermosa carcajada. –Bueno, mi cita esta frente a mí –aseguró él, mientras la miraba fijamente a los ojos. La ilusa giró la mirada como si buscará a alguien tras de sí. Ladeó varias veces la cara y nada... él no le había mentido cuando le dijo que solo él y ella estaban en ese lugar. –Eres tú, Catherine. –se burló el rubio, Marcus no podía dejar de pensar que ella era de lo más ingenua. –¿Yo? –se señaló. –Eso no tiene sentido, ¿Estamos celebrando algo? –cuestionó intrigada. –¿Celebrar? –cuestionó él sin entenderla, comenzaba a pensar que era en verdad muy rara, pero sus bajos pensamientos también circulaban en su escote, él no lo sabía pero ella había cambiado su estilo de vestimenta soso por uno más sofisticado y acorde a sus atributos y edad gracias a Jade Brooks, sin embargo; ese cambio de atuendo jamás fue con la firme intención de seducirlo. –Sí, por eso estoy aquí. Porque está celebrando algo ¿no? –se rascó la nuca confundida, era su jefe y no había razones para que la situación fuera diferente. –No...–negó él, divertido por la candidez de ella. –¿Qué quieres celebrar tú? Podemos celebrar lo que tú quieras –sugirió él, mientras alzaba su copa y la incitaba a ella a alzar la suya. –Bueno... –murmuró tímidamente mientras tomaba un poco de confianza, pero algo le decía que debía salir de ahí. –¡Quiero brindar por... –calló un momento. –¡Porque lo que cocinó se ve delicioso! –el rubio reventó en risa. –¡Salud! –exclamó ella. –¡Salud! –le siguió él. El rubio probó su copa pero no le quitaba la mirada de encima a Cath... ella puso la orilla de la copa entre sus labios y bebió un poco nada más. –No seas tímida, bebe más. –le dio un pequeño empujoncito con esas palabras. La muchacha le hizo caso... cerró los ojos y sorbió su copa hasta vaciarla, le había gustado el sabor de ese exquisito vino. –Esto está muy rico, señor Hoffman. –aseguró ella mientras procedía a comer. –Dime Marcus, Catherine. –le aconsejó. –Dos años diciéndole: Señor Hoffman, es difícil perder la costumbre en un instante. –insistió ella. –Dime Marcus. –reiteró él. –Señor Hoffman. –exclamó ella. –Marcus...–insistió el rubio. –Señor Hoffman... –repitió neciamente ella provocando que él se riera. –¡No, no, no, dime Marcus! ¡Si vuelves a decirme: Señor Hoffman, te pondré un castigo! –se rió. –¿Qué clase de castigo? –alzó la ceja. –No lo sé... lo que se me ocurra de momento, un castigo del que yo salga beneficiado, claro está- intentaba seducirla con esas miradas que le ponía, ella tragó duro ante la picardía de ese semblante tan fulminante, creyó que se incendiaría. –Bueno, está bien.... Marcus. –exclamó la muchacha mientras le sonreía. –Bien, ¡Ya sabes cómo! –esbozó una sonrisa. Tan solo había tomado algunas copas y ya sentía se sentía mareada y aturdida, estaba muy agotada, se apretó los ojos intentando despabilar. –¿Te sirvo más? –interrogó él, mientras inclinaba la botella hacía su copa vacía. –No, no, no gracias, ya es tarde...–su voz se había tornado pastosa, miró su reloj de mano. –Debería irme... luego es difícil encontrar taxi y mi casa está a casi una hora de aquí. –se levantó y sintió que el suelo se le movió, se sujetó del respaldo de la silla, con eso corroboraba que no tenía mucha experiencia tomando vino, y también que, era un manojo de agotamiento. –¡¿Estás bien!? –se puso de pie rápidamente y aprovechó aquella situación para abrazarla y recorrer su cintura con sus manos. –Sí, estaré bien, debería irme a casa, debes estar cansado. –musitó despacio porque estaba aturdida, apoyó ambas manos en el pecho de él, entonces lo miró fijamente, de cerca era más atractivo, su presencia era imponente a sus emociones, sin poder sostenerle la mirada, la ladeo. –Buenas noches. –afirmó dando un paso lejos de él. –No puedes irte así, espera un momento a que se te baje tantito el vino de la sangre...–aconsejó Marcus. –No creo que esa sea una buena idea. –sus ojos estaban perdidos y sus mejillas coloreadas, quizás por el alcohol. –Ven aquí un instante...–la tomó de la mano y la guio hasta su habitación. Estaba tan mareada que, no pensaba con claridad, tomar no había sido buena idea. –Recuéstate un momento. –le sugirió, mientras le ayudaba a acostarse en la cama. El rubio sonrió: su deseo se le estaba cumpliendo; solo observó de pies a cabeza la silueta de la preciosa muchacha de falda corta que estaba en su cama, repasó rápidamente la manera más veloz en la que procedería a quitar cada pieza de su atuendo. –Están muy suaves tus sábanas. ¿De qué están hechas?– cuestionó débilmente con los ojos cerrados, un poco más y se quedaría dormida. –De lino. –contestó, mientras suavemente procuraba postrarse sobre ella para proceder a tomarla entre sus brazos como había planeado. –Sabía que no debí aceptar tu copa...–se lamentó ella aún con los ojos cerrados sin percatarse del lío que estaba metida. –Apenas y tomaste... ¿tres, cuatro?, quizás bebiste muy rápido. –murmuró Marcus mientras intentaba besarla para no dejarla ir por esa noche. -No, no, estoy muy agotada, ser tu asistente y este trabajo de medio tiempo me tienen muerta, además de que, es mi maldición...–añadió ella. –¿Maldición? –interrogó él sin entender nada, quizás lo mejor era besarla para que no hablara mucho, eso se estaba planteando... –No puedo beber mucho, porque quedo mal con tan poco. –contó con su pastosa voz. –Creo que me predispongo al alcohol, lo odio tanto... –murmuró suavemente. –¿Odias el alcohol? –se burló él quien aún estaba sobre la muchacha que balbuceaba cosas, pensaba que tan solo decía cosas raras por estar ebria, es por eso por lo que, casi no dialogaba con ella en la oficina, además de que contrario a ella, él amaba y veneraba el alcohol. –Sí, lo odio...–aseguró de nuevo. –Mi padre...–musitó levemente, mientras sus labios titubeaban –Era alcohólico, siempre llegaba borracho, malhumorado y sin dinero a casa, murió de cirrosis cuando yo era apenas una niña. Desde eso, juré nunca ceder a ese veneno que me lo había arrebatado y ser débil ante el alcohol, es mi castigo por detestarlo, o eso creo... –contó al fin con su voz cortada, arrastraba las palabras. El rubio, quedó impactado ante esa confesión tan abrupta, él no tenía ni la menor idea del pasado de ella. Era su secretaria y listo, había olvidado por completo que tenía sentimientos, y mucho menos entendía la dimensión de su situación fuera de lo laboral. –No sabía... –murmuró impresionado, mientras se alejaba de ella y mejor optaba por recostarse a su lado porque aquella brutal confesión le había conmocionado sus apasionadas intenciones. Ella abrió los ojos, justo en ese instante. –Hay muchas cosas que no sabes de mí... –se rió. Marcus pensó en lo divertido que era verla en ese estado, pero su ebriedad no le robaba ni una pizca de su belleza. –¿Ahh sí? –abrió más los ojos, mientras se giraba a mirarla de frente y suavemente le acariciaba la mejilla. –¿Y tú... sabes mucho de mí? –se burló, ante lo absurdo que había sonado su afirmación. –Sí, te conozco muy bien...–musitó ronca, mientras se reía burlonamente y afirmaba con la cabeza. > cuestionó para sí mismo, mientras le acariciaba dulcemente la mejilla. –Bien, compruébalo. –la retó. –Te preguntaré cosas de mí y si no me las contestas te pondré un castigo... –musitó sensualmente. –¿Bien y que me darás si te gano? –estaba ebria, pero era bastante astuta. –¿Qué quieres? –sonrió de lado, con esa coquetería que tanto lo caracterizaba. –El viernes. –añadió ella. –¿Una cita el viernes tú y y...? –Marcus, me tienes muerta, me la vivo en la oficina y cumpliendo tus demandas, solo desearía el viernes para poder ver algunos asuntos pendientes. –solicitó ella. –¿Mis demandas? –hizo una mueca de confusión. – Bueno, como sea, no quieres otra cosa, no sé... ¿un beso... unas caricias? –insistió. –El viernes libre, por favor. –se puso renuente. Marcus Hoffman estaba impactado. Sin duda otra mujer se hubiera arrojado a sus brazos sin pensar ni dudar. –¡Bien, bien, el viernes libre será! –terminó aceptando. –¡Comencemos! –ella asintió con la cabeza. –Fácil ¿Cuál es mi color favorito? –sonrió ladinamente. –¿Es enserio? ¡Cualquiera sabe algo tan básico! –se burló de él. –El Naranja, tienes muchas corbatas de ese color, tengo la teoría de que te hace sentir poderoso y dominante. –afirmó. –¡Una más difícil! –exclamó. –¿Cuándo cumplo años? – ¿por qué pensaba que no sabía algo tan simple como su fecha de cumpleaños? –¡Súper fácil! –se burló de él. –¡Diez de octubre! –exclamó llena de confianza. –¡Bien! –felicitó él. –¡Voy a ganarte! –se mofó de él. –¡Ya lo veremos! –masculló él. –¿Comida favorita...? –cuestionó Marcus. –¡¿Es enserio?! –se echó a reír. -¡Cualquiera sabe eso! –Responde... tienes: tres... dos... –¡Lasaña! –gritó estresada y luego se echó a reír. Marcus se puso serio –¿Cuál? Y... ¿Cuánto como? –la miró inquisidoramente. –¡Cualquiera! Pero tu favorito es el de ese restaurant "Portofino". Cuando tienes mucha hambre no te mides, comes todo cuanto puedas, pero normalmente solo un par de raciones y lo comerías siempre, siempre de no haber sido por esa promesa que le hiciste a tu madre donde le juraste comer más verduras...–sonrió y él quedó impactado ante esa respuesta tan elaborada. –Porque la lasaña... te recuerda a tus últimas vacaciones en Nápoles con tu familia. –añadió dejándolo en total anonadamiento. >se cuestionó en silencio. Pero quería saber más... quería saber que tanto sabía ella de él. –¿Cuál es el apellido de mi madre? –rió –Esa no la sabrá... –pensó sonriente. –Murray, Elizabeth Murray. –respondió Catherine y él solo parpadeo petrificado. –¿Cuántas novias he tenido? Esa no la sabrás. –le aseguró con burla. Ella sonrió. –Ninguna, no has tenido ninguna en toda tu vida. Solo conquistas. –aseguró sin vacilar. –¿Pasatiempo favorito? –cuestionó. –Armar barcos dentro de botellas, te gusta ir de pesca de vez en cuando, pero tu hobbie favorito definitivamente es, estar a la caza de hermosas mujeres... –afirmó. –Eres buena en esto...–felicitó alzando la ceja. –Pero esta, no la sabrás. –aseguró Marcus con una enorme sonrisa surcando sus labios. – ¡Es más! si la sabes... te daré toda la semana libre ¿sí? Y con paga. –le ofreció tentándola. –Bien. –sonrió ella emocionada. –Unas vacaciones. –se alegró. –Pero... si no la sabes...–murmuró, mientras se acercaba a ella. –Te quedarás esta noche, aquí... conmigo. –le acarició la mejilla, mientras le hacia esa fuerte declaración. Sus pupilas se dilataron cuando él le clavó sus hermosos ojos. –¿Aceptas? –le cuestionó al oído con la voz ronca, mientras posicionaba sus masculinas manos sobre su cintura. Cath se puso nerviosa, ahora comprendía totalmente las intenciones que Marcus tenía con ella... deseaba una noche de desenfrenada pasión. –Yo... –musitó, se veía severamente confundida, no anhelaba caer en la trampa de ese atractivo rubio, solo se hundiría por él... –Lo sabía, no me conoces tan bien como asegurab... –¡Acepto! –exclamó, porque confiaba en ella, en que podría contra él, alguien debía darle una lección a ese mujeriego. –Está bien Marcus, me quedaré esta noche si no puedo contestarte. –el rubio sonrió. Sabía que perdería... que esa pregunta no la sabría. Ya la tenía... Catherine Bennet estaba en su poder, la haría suya... carraspeó –¿Cuál...–musitó y ella puso mucha atención ante su cuestionamiento –...es mi día favorito del año? –ella se exalto, tragó duro, y se puso nerviosa. > pensó el rubio. Al fin tendría lo que tanto deseaba: Tenerla por esa noche, pero realmente se sentía decepcionado, no estaba seguro de si quería que ella le contestara correctamente o no. –Bien... creo que pasarás la noche aquí...–aseguró sonriente, pero con un dejo de tristeza en sus ojos al percatarse de la incertidumbre en sus ojos grises de Catherine. –¡28 de marzo! –gritó, mientras se ponía de pie y lo miraba fijamente a los ojos. –¡28 de marzo! –repitió nerviosa mientras tragaba saliva. > se cuestionó internamente, porque no recordaba cuando le había confesado algo de ese tipo. –Es el cumpleaños de ella...–se acercó lo suficiente a él y le acarició la mejilla como a un niño chiquito, mientras lo miraba a los ojos, sus profundos orbes azules. –De... Mía Lacleir –murmuró con miedo. –Te gusta ese día... porque puedes llamarle, porque puedes escuchar el timbre de su voz, porque puedes felicitarla, porque puedes hablar horas con ella, incluso invitarla a salir... con el pretexto de que es su cumpleaños... con ese pretexto... para que ella no note que...–Lo miró fijamente. –Qué aún sigues muy enamorado de ella...–calló un momento, mientras veía la expresión de sorpresa en Marcus. –Por eso esperas con ansías cada 28 de marzo...–sonrió melancólica, de pronto, se sintió mareada de nuevo, Marcus de prisa corrió a su rescate y la sostuvo entre sus brazos mientras, la recostaba en la cama. –¿Gane? –interrogó aturdida. Asintió con la cabeza, mientras acariciaba su frente. –Definitivamente ganaste. –le aseguró embelesado, mientras la miraba sonreír sutilmente, un gesto sincero. –Es la primera vez que gano algo...–aseguró sonriente. –Catherine. –la llamó tibiamente intentando sacarla de su ensimismamiento. –Debería irme, ¿cierto? –cuestionó, mientras abría los ojos con dificultad, en ese instante Marcus se dio cuenta de que la tonalidad de sus orbes eran de un tono gris. –Espera... yo también quiero saber. –afirmó. –¿Cuál es tú color favorito? –interrogó. –¿Ehhh? –balbuceó sin entender. –Contesta. –pidió dulcemente mientras acariciaba su cabello oscuro. –Nunca me he detenido a pensar en ello... –afirmó, él alzó la ceja como si no diera crédito a lo que decía. –Pero si tuviera que escoger un tinte, sería el azul. – murmuró suavemente. –Pero no cualquier azul, el tono cobalto de tus ojos, ese suave tono zafiro de tu mirada, ese me gusta mucho...–murmuró sin pensar. Marcus echó un respingo. –¿Cuándo es tú cumpleaños? –Un día frío sin importancia...– masculló débilmente, porque siempre la pasaba sola y prefería eludirlo. –27 de diciembre, no es cálido como el de Mía, es frío y sin sabor, siempre hay nieve y nadie lo recuerda jamás...–aseguró ella. Marcus la observó con melancolía. –¿Cuál es tú comida favorita? –Vivo sola y aunque sé cocinar, mi comida favorita es cualquiera que alguien se esmere en hacer para mí, no importa si no tiene buen sabor, pero si es para mí... sin duda me encantará. –sonrió, mientras abría un poco los ojos y le sonreía. –¿Cómo se apellidaba tu madre? –No lo sé... no la conocí, murió poco después de que nací y mi padre jamás me habló de ella, le guardaba resentimiento por habernos abandonado. –sus ojos grises se empañaron tantito. –¿Cuántos novios has tenido? –murmuró bajito. –Por mí apariencia física, ni uno solo... estoy sola en este mundo, solo me tengo a mi misma. –contestó. Él sintió una punzada en su pecho, sintió infinita pena por aquella frágil criatura. –¿Cuál es tú día favorito del año? –interrogó, mientras la miraba, ella tenía sus ojos cerrados por el cansancio. De pronto los abrió y se volteó hacía él... le clavó las pupilas grises sobre sus pupilas añiles. –Cualquiera...–tomó aliento –Mientras pueda verte, no importa si me pides un café, o si me solicitas que le escriba una linda nota a esas bellas mujeres con las que sales. –susurró, mientras acariciaba su mejilla. De pronto... perdió la conciencia. El rubio se alarmó y preocupado, se acercó a ella: se había quedado dormida y él también se sentía vencido por el cansancio, sin dudarlo, sin querer contenerse, se acercó dulcemente y besó sus labios, mientras ella dormía plácidamente entre las sábanas de él. La besó tan dulcemente que se sintió desfaceller, nunca había sentido una emoción de ese tipo. –Ese travieso sabor tuyo...–añadió ella, mientras balbuceaba cosas dormida, mientras delicadamente con sus somnolientas manos le acariciaba la mejilla que descendía por los labios de él, para luego terminar infinitamente dormida... Se mordió los labios. Luego, se acurrucó en la cama y se durmió alejada de él, Marcus; sin embargo... se acercó lo suficiente y la abrazó mientras la cubría del frío. –Buenas noches...–le susurró al oído tan suavemente que, solo él y apenitas ella lo escucharon...
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