Sedúcela...

4012 Words
–¡Catherine! –exclamó, al entrar a la oficina Marcus Hoffman, ella alzó la mirada ante el llamado. –¡Le encantaron las rosas a... Nat...asha! –profirió con mucha dificultad. –Natalie, la señorita Natalie Sellers –añadió Catherine corrigiendo a su mujeriego jefe de su error, porque evidentemente no recordaba aún ese nombre. –¡Exacto, ella: Natalie! –chasqueó los dedos con entusiasmo –¡Le encantaron las rosas! –exclamó. –Tengo una cita esta noche con ella –le contó, quizás deseaba que fuera su completa cómplice y confidente, su secuaz romántica. –Gracias...–sonrió. –Por eso te amo –le guiñó el ojo y le dijo esto último como cualquier frase más en su vocabulario, sin embargo... ella quedó completamente embelesada. –Yo también te amo...–murmuró bajito después de que Marcus se había alejado, segundos después... se cacheteó por las tonterías que decía. –Estúpida, esa es una frase que dice con cualquiera...–masculló intentando dejar de pensar en él. Tanto tiempo con él... le había hecho olvidar que, ella tenía un sueño que cumplir. El amor que sentía, era el factor causante de ese fortuito desinterés en sí misma y no pasaba día o momento que no se reprochara por querer tanto a un mujeriego casanova, porque sabía de antemano que no existía la más minúscula de las oportunidades para que ese amor llegara a ser correspondido. Se había convertido prioridad, velar por él y estar al tanto de cada cosa que se suscitaba en la vida de Marcus Hoffman, más que su asistente personal, su madre. Por suerte... se había encontrado a Jade Brooks quien, sin duda le recordó que el único motivo por el que trabajaba como secretaria de Marcus Hoffman era... para cumplir su sueño de ser escritora. –¡Catherine, tu solo estas usando a Marcus! –le gritó su amiga castaña tratando de hacerla entrar en razón. Catherine solo suspiró. –Lo sé...–contestó cabizbaja. –Marcus no cambiará, es un maldito mujeriego y siendo un mujeriego morirá –le explicó tratando de hacerla entender. –Te lo advertí, te dije que no te enamoraras de él –le regañó. –Lo sé...–murmuró ella con melancolía. –Pero al corazón no se le manda, uno no decide a quien querer –profirió con tristeza. –Pero no le diré nada, y tienes razón, lo mejor será salir de su vida de una vez por todas. –afirmó con una sonrisa. –Ay querida...–la intentó consolar. –Mira, el evento de Marcus es el próximo sábado, muy seguramente irá Robert Anderson: El dueño de la casa editorial más importante de Inglaterra. ¡Tienes que acercarte a él e impresionarlo! ¡Tienes que hacer una cita con él para enseñarle lo que has escrito! ¡Eso tienes que hacer, Catherine! –exclamó explayada. –¡Sí Jade, tienes razón! –comentó. –Catherine, este es tu momento –le dijo. –Tienes que vestirte lo más preciosa que puedas. Tienes que dejar de lado ese horrible vestido n***o de mangas largas que parece sacado de un funeral de quinta, tienes que ponerte unos bonitos tacones, maquillarte y sacar tu mejor sonrisa –le explicó mientras que Catherine Bennet no pudo evitar estresarse. –¿Mis vestidos son horribles? –cuestionó impactada. –Son pésimos Cath. –se burló Jade. –¡Jamás me lo habías dicho! –exclamó. –Han sido una excelente herramienta para mantener al margen a Marcus. –se burló Jade. –Sí te viera bien vestida se iría sobre ti, ya que lo conoces a la perfección sé que eso no pasará. –afirmó. –Dudo que él intentara seducirme. –echó una carcajada. –¡Cómo sea! ¡Yo te ayudaré con este cambio de atuendo! –añadió viendo los grises ojos de Catherine estresarse. –Tienes que impresionar a ese hombre, él es la clave para comenzar tu carrera de escritora. Y olvídate del idiota de mi primo, él es un imbécil y su castigo será quedarse solo por jugar con tantas mujeres. –Exclamó levemente enojada. –El viernes vamos de compras y el sábado iremos a mí salón de belleza donde te dejaré hermosa –le sonrió mientras la tomaba de las manos. –Gracias Jade. –exclamó emocionada mientras intentaba reprimir sus lágrimas. Se convenció a sí misma de que era una estupidez continuar babeando por su jefe cuando este ni se inmutaba de su presencia, era mejor intentar comenzar su vida profesional, estaba segura de que con el tiempo se olvidaría de él. - - - El día mencionado llegó y con ello el grandioso evento, el cual... no era una simple fiesta, sino; un enorme y lujoso evento lleno de gente importante tanto a nivel nacional como internacional: empresarios, celebridades, cantantes, actores y demás. Había deliciosa comida en todas partes y enormes cantidades de bebidas exóticas circulaban en manos de los diferentes personajes ahí presentes. El rubio Marcus Hoffman saludaba a todo el mundo con su inigualable elegancia y su radiante sonrisa. Sonreía a las cámaras y se portaba amable con todos. Por ratos miraba su costoso Rolex: >se cuestionaba entre dientes porque en realidad, esa mujer se había hecho tan indispensable en su vida que, incluso la necesitaba para poder comenzar el evento donde lanzaría su último y más novedoso producto. De pronto... perdió el habla completamente y tan de prisa como pudo alzó la voz. –¡Mía Leclair! –exclamó, mientras se acercaba a la hermosa mujer de ojos color esmeralda y cabello castaño claro. –Hola Marcus –el rubio se acercó y la saludó con un beso de mejilla. –¡Te ves fantástica! –expresó emocionado, mientras veía a la hermosa mujer metida en un ajustado vestido rojo carmín que le favorecía mucho a sus atributos femeninos. –¡Debe ser por el compromiso! –comentó ella emocionada. La miraba mientras sonreía como idiota... Mia Leclair, la única mujer que se había resistido por años a sus encantos de casanova. La conocía desde hacía muchos años atrás, desde que eran unos chiquillos de diecisiete años, la conoció en un viaje a París, cuando ella apenas comenzaba su carrera como actriz, instantáneamente quedó prendido de su belleza y de sus hermosos ojos verdes. Él... en esos ayeres era demasiado inseguro, un poco retraído e ingenuo, nunca pudo conquistarla, nunca pudo siquiera robarle un beso o sentir un roce de sus hermosas y finas manos. Mia Leclair, era la única mujer que jamás había tocado y la única que Marcus Hoffman había amado en toda su vida. La única que aún amaba. –¿El qué? –cuestionó él, porque se había sumido tanto en sus pensamientos pasados que, creyó no haber escuchado bien lo que salía de sus hermosos labios. –¡¿No te había dicho?! ¡Dan, me pidió matrimonio! –expresó llena de felicidad, mientras extendía su mano izquierda para mostrarle el costoso anillo de diamantes. –Nos casamos en un par de meses ¿Irás a mi boda, cierto? –le cuestionó con la más radiante de las sonrisas. –¿Ehh...? –estaba completamente paralizado, pero, sin embargo; una parte de él estaba a punto de pegar un grito tan fuerte que sería escuchado muchos kilómetros a la redonda. Mia Leclair, ¡la única mujer que había amado en toda su maldita vida se iba a casar en dos meses! Y con el idiota de Dan Harris, el traidor que alguna vez fue su amigo, obviamente hace muchos años atrás. La única mujer por la que dejaría su estilo de vida, la única por la que cambiaría todo estaba a punto de casarse... –Marcus... ¿Estás bien? –cuestionó Mía estresada al ver el semblante que él tenía, después de darle la maravillosa noticia. Ella realmente esperaba que él la felicitará por dar un gran paso en su vida y en su relación con Dan Harris, el famoso actor. –Señor Hoffman. –llamó una tibia voz. –Lo están buscando para comenzar. –exclamó mientras intentaba sacarlo de su rotunda parálisis. –¿Eh..? –cuestionó el rubio intentando regresar en sí. Giró su azul mirada y se encontró con un precioso ángel, parpadeó innumerables meses sin reconocer a esa chica de cabello n***o y ojos grises que aparentemente si lo conocía a él. –Lo están buscando para poder iniciar el evento –reiteró mientras lo tomaba del brazo y lo sacaba de ahí. –¿Me disculpa si me lo llevo señorita Leclair? Es que ya es un poco tarde –sonrió con dulzura y jaló al rubio hacía otro rumbo procurando alejarlo de esa situación en donde esa chica pudo notar con bastante facilidad que Marcus estaba metido en aprietos, lo conocía tan perfectamente que, sabía que estaba pasándola mal en ese instante. –¿Quién eres? –interrogó Marcus a la mujer que estaba prendida de su brazo, mientras lo guiaba al escenario. –Soy yo: Catherine, señor. –añadió mientras parpadeaba sin entender. ¿Realmente lucía tan diferente que era irreconocible? –¿Catherine? –balbuceó, mientras la miraba de pies a cabeza. –¿Segura? –cuestionó completamente asombrado por la belleza de la chica. Cath se rió ante esa interrogante tan falta de sentido. –Sí, estoy segura. –añadió. Marcus Hoffman se subió al estrado y... dio el peor discurso de toda su vida. La noticia de que Mía Leclair contraería matrimonio con el traidor que en un pasado fue su mejor amigo le producía arcadas. Sin embargo... a pesar de haber sido un nefasto discurso el público presente no pareció percatarse o... no pareció importarle del todo así que, aplaudieron como si hubiera sido el mejor de todos. –¡¿Qué te pasa?! ¡Ese discurso estuvo asqueroso! –regaño James, su actual mejor amigo y socio desde hacía varios años. –Necesito una copa... –argumentó mientras caminaba de prisa entre la gente para intentar llegar lo más pronto posible a la barra. –¡¿Vas a tomar tan temprano?! –le gritó exasperado mientras lo sujetaba con fuerza del brazo para llamar su atención. –¡Mía Leclair, va a casarse! –exclamó reprimiendo el tremendo grito que quería liberar de su garganta, jaló su brazo y se alejó de su amigo. Caminó a la barra y una vez ahí pidió al barman una botella de whisky. –¡Ahh, ya entiendo el porqué de esa cara tan larga! –exclamó con sorna James Bomer. –La bruja al fin se va a casar. ¿La felicitaste? por esa cara, creo que no. –se mofó. –¡No es divertido, James! –le regañó enojado y se llevó el cabello hacia atrás. –¡Claro que lo es! –exclamó James. –Ya olvídala, por favor. –le sugirió mientras intentaba quitarle la botella. –¡No puedo, maldición, no puedo! –gritó alterado y luego, sorbió la botella con todas las intenciones de quedar ebrio lo más pronto posible. –Marcus, pareces un niño, esa mujer te ha dejado en claro por años que entre ella y tú nada va a pasar. Eres un completo idiota si no logras entenderlo. –le regañó frustrado por la estupidez de su amigo. –Ya lo sé, ella ha sido muy clara todo este tiempo, pero jamás pude olvidarla... y siempre tuve la idiota esperanza de que algún día quizás llegaría a corresponderme. –Exclamó con un dejo de tristeza, mientras nuevamente empinaba la botella hacía él para beber de ella. –Señor Hoffman, el señor Henderson de industrias "Line Development" lo está buscando para tratar el asunto del contrato con ellos ¿Qué le digo? –cuestionó la hermosa chica. –¿Quién eres? –interrogó Marcus medianamente alcoholizado. –Catherine Bennet, señor, su asistente personal. –contestó con paciencia la muchacha. –No quiero hablar con nadie. –contestó secamente, no prestando mucha atención a lo último, entonces... procedió a continuar su necedad de beber directo de la boquilla de la botella. –Entendido, lo resolveré entonces. –manifestó y se dio la media vuelta para ir a cumplir su trabajo. –¡Ey, ey, ey! ¡¿Esa belleza es tu secretaría?! ¿La chica sin gracia que me atiende cuando voy a tu oficina? ¿La "nada tentadora"?– exclamó impresionado. –No me fijé, pero... supongo que sí, da igual...–murmuró, sin prestar mucha atención de lo que James le decía. –¡Wow! ¡Qué belleza! ¡Qué ojos! ¡Qué labios! ¡Esta ardiente esa chica, Marcus! –codeó James. –Tiene una perfecta silueta...– exclamó mientras hacía un ademan. –Entonces... ¿Eso estaba escondido bajo esa horrenda ropa? –James Bomer no podía dejar de mirar a la muchacha. El rubio solo suspiraba dolido. –¡Anímate, hombre! ¡Olvida a Mía, tú puedes tener a cualquier mujer que quieras! –le palmeó la espalda. –Yo solo quiero a Mía Leclair, no a cualquier mujer. –masculló con su pastosa voz mientras bebía más de su alcohol. –Así mismo te conocí Marcus: en un bar mientras suspirabas por esa tal Mía Leclair, ella te hace perder la confianza en ti. ¡Puedes tener a cualquier mujer que quieras! ¡Hasta tu preciosa secretaria si quieres! ¿A ella jamás la has tocado, cierto? –le cuestionó con estruendo. –¿A Catherine? –negó con la cabeza. –Jamás se me ha cruzado por la cabeza seducirla...–suspiró, mientras continuaba bebiendo más y más de su botella. –Nunca ha sido lo suficientemente tentadora para mí...–agregó con cierto desdén. –¿Ya la viste hoy? –cuestionó James. –Tan solo de reojo, no hay mucho que ver en ella. –expresó con una voz hiriente. –¡Deja ya esa maldita botella! –gritó harto su amigo mientras le arrebataba el whisky. –¡Presta atención, idiota! –chilló fastidiado mientras le giraba la silla rotatoria y lo obligaba a ver a la preciosa muchacha. –Mírala un momento. –solicitó James, mientras lo sujetaba del rostro y lo obligaba a prestar su atención en ella. –¡¿Catherine?! –interrogó con asombro, mientras la veía platicar con el magnate Robert Anderson. La observó con ese precioso vestido n***o de tirantes que se ajustaba perfectamente a su figura, su pronunciada figura; la miró con sus altos y elegantes zapatos de tacón; con el precioso labial carmín que solo resaltaba la forma y carnosidad de sus labios; y observó el hermoso tono níveo de su piel; se percató por vez primera de ella, y de que, debajo de esos monstruosos lentes se hallaba un par de pupilas tono gris, lentes que, sustituyó por unos de contacto, al menos solo para esa noche. Le encantó el cómo su cabelló lacio y n***o caía sobre sus hombros. –¡Wow! –exclamó, cuando finalmente hubo escaneado semejante belleza. –Te gusta lo que ves ¿No es así? –le codeó con picardía James. –¿Siempre ha estado así de preciosa? –se interrogó para sí mismo Marcus. James tan solo se tallaba el mentón, mientras se deleitaba con la belleza de Catherine Bennet, quien sonreía con mucha seguridad y se mostraba entusiasta en su charla con Robert Anderson: el dueño de la editorial más importante de toda Inglaterra. –Recuerda Marcus... tú puedes tener a cualquier mujer, incluso a tu hermosa secretaria que jamás has tocado –le susurró al oído mientras el rubio estaba completamente paralizado observando a Catherine. –Eres rico, poderoso y casi tan guapo como yo...–se burló James. –Puedes tenerla si quieres...–exclamó tentándolo con esa idea que comenzaba a formularse estupenda. –Pero es mi secretaria...–añadió Marcus. –¡Marcus, por Dios! ¡Recupera la confianza! –le palmeó la espalda. –Hay dos mujeres en tu vida que no has tocado. –le recordó mientras las contabilizaba con los dedos. –A Mia Leclair y a Catherine... –se limitó a decir porque no recordaba el apellido de la secretaria, nunca creyó importante memorizarlo. –Mía está comprometida, pero Catherine... Esa mujer solo está esperando a que la seduzcas, ¡Vamos hombre, anímate!- incitó. Sabía que esa era la única forma en la que su amigo idiota recuperaba la poca confianza que Mía Leclair le arrebataba. –Sedúcela... no se va a resistir a ti. –lo animó James. –Seducir a Catherine...–balbuceó el idiota rubio. La idea... le había gustado. Él podía tener a cualquier mujer y con "cualquiera" se refería incluso a su secretaria que había trabajado con él por dos años, ella no podría resistirse a él porque digo, Marcus Hoffman es extremadamente atractivo, rico y poderoso. Sería absolutamente fácil hacerla suya, un juego de niños y ella sin duda... no iba resistirse a él. Le gustaba la maldita idea, la idea de tenerla por esa noche, de hacerla suya esa noche... - - - - Abrió la puerta del lujoso departamento con mucha dificultad, suspiraba a cada segundo mientras sentía su peso sobre su cuerpo. –No debió beber demasiado, señor Hoffman –exclamó Catherine mientras intentaba caminar con su jefe apoyado sobre su hombro hasta su habitación. Como era ya costumbre... ella lo llevaba ebrio a casa y ese día no sería la excepción, él necesitaba un secretario masculino y fornido, no a ella, una mujer carente de tanta fuerza bruta. –Eres un ángel, Catherine...–balbuceó él con una pastosa voz. –Sí, sí... lo sé. –rodó los ojos, era la misma frase que le recitaba cada vez que lo ayudaba. Después de haber caminado por toda la inmensa sala de ese lujoso lugar, abrió el cuarto, entró: lo conocía de pies a cabeza, hasta con la luz apagada; era la misma habitación de siempre, la habitación donde habían transitado decenas de mujeres preciosas. Ella solo conocía esa recámara porque siempre lo llevaba pasado de copas a casa. Suspiró aliviada cuando por fin llegó a la cama y lo recostó sobre ella. El rubio por su parte balbuceaba cosas inentendibles. –Listo, llegamos. –añadió ella tomando un respiro. > pensó. –Eres un ángel, Catherine... –repitió Marcus. Ella solo sonrió ante ese comentario. Encendió la lámpara que estaba en el buró de un costado, ahí depósito los artículos personales de Marcus Hoffman como: celular, llaves y billetera. Se acercó con suavidad a él y delicadamente le sacó los zapatos solo para que pudiera dormir mejor, le desabrochó la corbata, le abrió el saco, retrocedió y, optó por salir de ahí para conseguir un taxi que la llevaría a casa, ya había arropado a su niño para dormir, ya podía irse del lugar. –Catherine... –llamó su jefe cuando la vio intentar alejarse: la sujetó de su vestido n***o, cómo si de verdad se tratara de un infante. –¿Sí? –interrogó. ¿Le pediría un vaso de leche tibia? quería morirse de risa. –Está lindo tu vestido...–añadió el rubio. –Qué amable, gracias. –sonrió con dulzura. –Ahora... tiene que descansar, porque mañana tiene varias juntas con los ejecutivos. –esbozó una dulce sonrisa para intentar proceder a voltearse y salir de ahí para retornar a su solitario hogar. –Catherine...–volvió a llamarle, mientras sujetaba su vestido con más renuencia. –¿Sí? –volvió a cuestionar porque ella también estaba agotada y deseaba irse a dormir. –Te faltó...– susurró con un repentino cambio de voz. –Quitarme toda la ropa...–afirmó con su ronca voz. Fue en ese instante, cuando Catherine Bennet conoció al fin la habilidad de su atractivo y rico jefe: Marcus Hoffman. No sabía exactamente qué había sucedido... pero ella, estaba sobre la cama y él encima suyo, la había tomado en total sorpresa, tanta que aún estaba carburando la situación en la que estaba metida. Por un momento... se perdió en el cielo de su mirada, en ese tono añil de sus ojos que a ella tanto le encantaba, se veían tan cercanos y profundos que por un momento creyó caer en una completa hipnosis. Sintió entonces... un gélido jugueteo recorrer la piel desnuda de su cuello, se estremeció rotundamente con el fino contacto que ese roce le causó, que esos labios le provocaban. Quiso salir de esa prisión que hacía él con su cuerpo y la cama; pero inmóviles hayo sus muñecas cuando lo encontró a él sosteniéndolas con tanto empeño, mientras él continuaba marcando la piel de su cuello y clavículas. –Señor Hoffman...–murmuró entre suspiros, mientras intentaba hacerlo reaccionar y con esto lograr que él la soltara, pero su llamado era tan leve que él solo se limitó a sonreír. –¿Mmm..? –fue su única respuesta, mientras continuaba su labor de dejar un rastro de besos y caricias sobre la piel nívea de su cuello. –S...oy Ca...therine. –le recordó entre suspiros, porque pensaba que quizás la estaba confundiendo con una de sus ardientes conquistas. –Shhh.... –le pidió silencio mientras suavemente deslizaba su mano por su espalda hasta toparse con el cierre del vestido n***o que comenzaba a hacérsele estorboso en su labor. –Señor Hoffman, suélteme por favor –pidió alarmada, cuando sintió las ágiles manos de él recorrer su espalda y parar en la cremallera de su vestido. El rubio solo sonrió, se le hacía extremadamente divertido jugar con ella de esa manera... pensaba que tan solo quería hacerse tantito a la difícil por la manera tan tenue en la que le pedía que la liberara. Ella por su parte estaba paralizada, su mente parecía un carrusel con los pensamientos girando y girando sin hallar el camino indicado. No sabía que hacer... estaba en completo shock. –Señor Hoffman...–volvió a llamar con su habitual tono bajo de voz mientras suspiraba. –Esta noche... dime Marcus. –le pidió con cierta picardía en su tono y en su semblante. Tenía tanta experiencia que, en un parpadear de ojos él ya estaba completamente sin el saco y mucho menos la camisa, estaba sobre ella semidesnudo dejando ver su fornido abdomen. –Señor Hoffman, por favor, suélteme. –pidió un poco más desesperada mientras forcejeaba poco a poco sus muñecas retenidas por él. Sintió que su voz fue acallada completamente cuando él le había profanado la respiración de su boca, y con ello el sabor de sus labios. Tenía tanta experiencia que en esos momentos se notaba que ella era una completa novata. –¡Marcus! –gritó fuertemente. El rubio sorprendido se separó tantito de ella. Catherine aprovechó la situación, lo empujó tan rápido como pudo apartándolo de su camino y asustada salió corriendo de ahí dejándolo bastante alborotado. Corrió hasta la calle sintiendo el corazón latirle a una velocidad impresionante. Su respiración estaba más que agitada, la piel del cuello y los labios le palpitaban con extrema fuerza. Unos segundos más y se hubiera rendido a él por la manera tan hábil en la que le recorría la piel: con tanta delicadeza, con tanta sutileza. Pero sería una tonta si caía en sus redes porque... ella conocía muy bien a ese rubio casanova y sabía que así como la había tratado a ella hace unos segundos había tratado a muchas mujeres que habían transitado en su vida. Sus manos estaban heladas por los nervios que la embargaban con tanta astucia. No entendía nada...no entendía por qué la había tratado de esa manera, si jamás lo había hecho. Cuando llegó a su solitario y modesto departamento se miró al espejo... observó el corto vestido que traía puesto. Entendió a duras penas que él por esa noche la había visto cómo veía a esas otras mujeres con las que estaba acostumbrado a jugar.
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