—Llegamos—. La voz de Lucas me sacó de mis pensamientos. Apretó mi mano con suavidad, pero suficiente para que lo sintiera, y me miró preocupado. —¿Estás bien? —me preguntó, sus ojos fijos en los míos con una mezcla de duda y ternura. Le sonreí, intentando calmarlo un poco, pero también para tranquilizarme a mí misma. Sabía que si él veía que algo no estaba bien, se preocuparía aún más. —Claro, vamos —respondí, esforzándome por sonar firme y segura, aunque mi voz tembló un poco, como si las emociones me traicionaran en ese momento. Salimos del auto y me encontré con varios guardias del castillo, distribuidos estratégicamente por todo el lugar, vigilando cada rincón. La sensación de seguridad que me proporcionaban me resultaba irónica, dado que hacía tanto tiempo que había escapado de es

