—Lo siento —escuché a Karen, su voz entrecortada por los sollozos—. Es que si se sale de control, hay momentos en los que cedo completamente y pasan cosas realmente malas... —seguía llorando, y la abracé más fuerte, hundiendo mi rostro en el hueco de su cuello, aspirando su delicioso aroma. —No lo hará... —dije, convencido—. Solo deja que se libere, yo estaré ahí para evitar que eso pase. —Asintió, aunque no muy convencida. —Vamos al cuarto. Estar aquí hablando de esto no es conveniente —sugirí. Ella se separó de mí, secándose las mejillas. Ya tenía ese verde tan característico de Karen, pero con un toque de rojo profundo que brillaba de manera hermosa, como cuando le dije que la amaba. Reí un poco y besé la punta de su nariz. —Está muy feliz —comentó mientras retomábamos el camino al c

