Franchesca salió de la redacción de la revista Vogue con una carpeta bajo el brazo y una sonrisa en los labios. Había terminado su último artículo sobre las tendencias de la moda primaveral y estaba satisfecha con el resultado. Se dirigió a su coche, un Mini Cooper rojo que le había regalado su padre por su cumpleaños, y se dispuso a conducir hasta su apartamento en el centro de Roma. Era una tarde soleada de abril y Franchesca se sentía feliz y tranquila.
Su vida era perfecta: tenía un trabajo que le encantaba, un piso acogedor y moderno, una familia que la quería y unos amigos que la apoyaban. No le faltaba nada, excepto quizás un novio. Pero Franchesca no se preocupaba por eso. Estaba convencida de que algún día encontraría al hombre de sus sueños, alguien que la hiciera reír, que la respetara, que la admirara y que la amara con locura. Mientras tanto, disfrutaba de su soltería y de su libertad.
Franchesca llegó a su apartamento y subió las escaleras hasta el tercer piso. Abrió la puerta con su llave y entró en el salón. Dejó la carpeta sobre la mesa y se quitó los zapatos. Se dirigió a la cocina y se sirvió un vaso de agua. Luego se sentó en el sofá y encendió la televisión. Buscó algún programa interesante, pero solo encontró noticias aburridas y anuncios repetitivos. Apagó la televisión y cogió su móvil. Miró si tenía algún mensaje o llamada perdida, pero no había nada. Suspiró y se recostó en el sofá. Se sentía un poco sola.
Franchesca pensó en llamar a su mejor amiga, Valeria, para charlar un rato y quedar para cenar. Valeria era una abogada exitosa que trabajaba en un importante bufete de Roma. Era divertida, inteligente y leal. Las dos se conocían desde la universidad y se habían hecho inseparables. Valeria era la única que sabía todo sobre Franchesca, sus sueños, sus miedos, sus secretos. Franchesca cogió el móvil y marcó el número de Valeria. Esperó a que contestara, pero solo escuchó el tono de llamada. Al cabo de unos segundos, saltó el buzón de voz.
- Hola, soy Valeria. No puedo atenderte ahora mismo, pero deja tu mensaje y te llamaré lo antes posible. Ciao.
Franchesca colgó y dejó el móvil sobre la mesa. Supuso que Valeria estaría ocupada con algún caso o con algún cliente. Decidió esperar a que la llamara más tarde. Se levantó del sofá y fue al baño. Se miró al espejo y se arregló el pelo. Se quitó el maquillaje y se lavó la cara. Se puso una crema hidratante y se cepilló los dientes. Luego se quitó la ropa y se metió en la ducha. Dejó que el agua caliente le relajara los músculos y le limpiara el cuerpo. Se enjabonó con su gel favorito, de vainilla y coco, y se ducho con cuidado. Se envolvió en una toalla y salió del baño. Se secó el pelo con el secador y se peinó con los dedos. Se puso un pijama cómodo y se echó en la cama. Cogió un libro de la mesita de noche y se dispuso a leer. Era una novela romántica ambientada en la Italia del siglo XVII, sobre dos amantes que se conocían por casualidad y que se juraban amor eterno. Franchesca se sumergió en la lectura y se dejó llevar por la fantasía.
Mientras tanto, en otra parte de la ciudad, Giovanni entraba en el restaurante La Pergola, uno de los más lujosos y exclusivos de Roma. Vestía un traje n***o de Armani, una camisa blanca de seda y una corbata roja de Versace. Llevaba unas gafas de sol de Prada y un reloj de Rolex. Su aspecto era impecable y elegante. Su porte era seguro y arrogante. Su mirada era intensa y penetrante. Su sonrisa era seductora y maliciosa. Su voz era grave y envolvente. Su aura era magnética y poderosa. Giovanni era el líder de la familia Moretti, una de las más influyentes y temidas de la mafia italiana. Su padre, Vittorio Moretti, había sido el capo di tutti capi, el jefe de todos los jefes, hasta que murió en un atentado hace dos años. Desde entonces, Giovanni había asumido el mando de la organización y había demostrado ser un digno sucesor. Era respetado, admirado y temido por todos. Nadie se atrevía a desafiarlo o a traicionarlo. Quien lo hacía, lo pagaba caro.
Giovanni entró en el restaurante y se dirigió a la mesa que había reservado. El maître lo reconoció al instante y lo saludó con una reverencia.
- Buenas tardes, señor Moretti. Bienvenido a La Pergola. Su mesa está lista. Por favor, sígame.
- Gracias, Giorgio. ¿Cómo está tu familia?
- Muy bien, señor Moretti. Gracias por preguntar.
- Me alegro. Espero que sigan así.
- Gracias, señor Moretti. Es muy amable.
Giorgio condujo a Giovanni hasta su mesa, situada en un rincón discreto y con una vista privilegiada de la ciudad. Le retiró la silla y le ofreció la carta.
- Aquí tiene la carta, señor Moretti. ¿Qué desea tomar?
- Un whisky con hielo, por favor.
- Enseguida, señor Moretti.
Giorgio se alejó y Giovanni abrió la carta. Miró los platos y los precios, pero no le prestó mucha atención. No tenía hambre ni sed. Solo tenía ganas de ver a la mujer que había invitado a cenar. Se trataba de Franchesca, la periodista de Vogue que le había robado el corazón.
Giovanni había visto a Franchesca por primera vez hace un mes, en una fiesta que había organizado su amigo y socio, Marco Rinaldi, el dueño de una cadena de hoteles de lujo. Marco había invitado a Giovanni a la inauguración de su nuevo hotel en Roma, y le había presentado a Franchesca, que había ido a cubrir el evento para la revista. Giovanni se había quedado prendado de ella desde el momento en que la había visto. Su belleza, su elegancia, su inteligencia, su carisma, su dulzura, su inocencia, todo en ella lo había cautivado. Se había acercado a ella y le había hablado con su habitual encanto y galantería. Le había preguntado su nombre, su edad, su profesión, sus gustos, sus sueños. Le había hecho cumplidos, bromas, insinuaciones. Le había ofrecido una copa, un baile, una cena. Le había pedido su número, su dirección, una cita. Le había dicho que era la mujer más hermosa que había visto en su vida