Capítulo 2

1505 Words
Emelie cruzó las piernas y se pasó una mano por su larga cabellera rubia platino, su orgullo físico. Miró el reloj unos instantes y finalmente suspiró con impaciencia. Ella levantó la mano y se aclaró la garganta tímidamente. —Eh, ¿Señor Carlisle? ¿Cuándo puedo irme? —preguntó. El severo profesor levantó la vista de los exámenes que estaba calificando, con una mirada fría en sus ojos. —Llevas aquí solo dos minutos, Emelie —respondió, con un tono ligeramente molesto. Emelie se mordió el labio inferior. "Lo sé, pero señor... tengo práctica de porristas", dijo Emelie. Carlisle parpadeó lentamente. "¿Práctica de porristas?", repitió, hablando como si ella tuviera alguna discapacidad mental. Emelie suspiró y asintió. "Bueno, sí. Tenemos el partido de bienvenida la semana que viene, y tengo una rutina en solitario muy difícil. Si falto al entrenamiento, tendrán que buscar a alguien que me reemplace", se quejó Emelie rápidamente. Carlisle simplemente la miró fijamente, y Emelie empezó a sonrojarse de vergüenza. Así que realmente no tenía corazón. Creyó ver su boca dura agrietarse en lo que casi parecía una sonrisa, lo que la hizo sentir aún peor. Sin decir una palabra más, volvió a centrarse en los exámenes que estaba calificando. Emelie supo que la conversación había terminado. Emelie cruzaba y descruzaba las piernas mientras estaba sentada en la sala de espera, muerta de aburrimiento. Jugó un rato con su pelo, pero incluso eso empezó a irritarla. Emelie metió la mano en su bolso, el Valentino con tachuelas que su madre le había regalado por su decimoctavo cumpleaños un mes antes. Sacó un tubo de su brillo labial favorito y un pequeño espejo, y comenzó a aplicarlo lentamente, prestando atención a la curva de sus labios, disfrutando del sabor afrutado y el brillo. —Esto no es una clase de belleza, Emelie. Guarda eso —dijo Carlisle. Emelie suspiró y guardó los artículos en su bolso. —Entonces, ¿de verdad se supone que debo quedarme aquí sentada sin hacer nada? —preguntó Emelie. Vio a su profesor poner los ojos en blanco. "Hablas como si nunca hubieras estado detenido antes", respondió Carlisle. "Bueno, no lo he hecho", admitió Emelie, mirándolo con inocencia. Su profesor la miró con una expresión que nunca antes le había visto. No parecía tan imponente como de costumbre. Despertó su curiosidad. ¿En serio? ¿Te tomó hasta el último año conseguir un castigo? —preguntó. Parecía asombrado, y su expresión de desconcierto la hizo reír levemente. Había estado a punto de ser castigada antes, pero siempre se las arreglaba para librarse del castigo con encanto. Hasta ahora. "Bueno, a la mayoría de mis profesores les gusto", respondió ella con sinceridad. Entonces sonrió, y Emelie se quedó sin palabras por un momento. No creía que fuera capaz de sonreír. Parecía mucho más joven sin esa mueca permanente. Compartieron un breve momento de humor, pero luego volvió a concentrarse en los papeles de su escritorio. "Necesito terminar esto. Solo quédate callado y te dejaré ir a la hora", dijo Carlisle, con toda su atención puesta en la calificación. Emelie observó con curiosidad a su profesor mientras calificaba los exámenes. Se dio cuenta de que nunca se había fijado mucho en su aspecto. Sin esa expresión fría, era realmente muy guapo, con su cabello castaño claro ondulado y sus ojos azul pálido. Su rostro era muy masculino, sorprendente para un profesor de Historia del Arte, con su mandíbula fuerte y angulosa y sus pómulos pronunciados. Su piel, ligeramente bronceada y muy suave, solo se veía realzada por la ligera barba que notó. Tenía algunas arrugas leves alrededor de los ojos, la boca y la frente, especialmente en la punta de sus elegantes gafas de lectura, pero no parecían indicar edad, solo años de experiencia y sabiduría. Emelie bajó la mirada, fijándose en sus anchos hombros, apenas ocultos por el jersey gris que vestía. Lo observó mientras escribía comentarios en los papeles, fijándose en lo grandes y musculosos que eran sus brazos, en cómo flexionaba el antebrazo al escribir, en el tamaño de sus manos... Emelie negó rápidamente con la cabeza y apartó la mirada. No podía creer que hubiera estado mirando a Carlisle, el profesor más cruel de la escuela. Quien de repente le pareció muy atractivo. Empezó a preguntarse cómo sería su vida fuera de la escuela. No vio ningún anillo en su dedo, así que supuso que no estaba casado. Se preguntó con qué tipo de mujeres salía. Probablemente académicas atractivas, supuso. Pero luego se rió entre dientes, al darse cuenta de que ninguna mujer tendría tanta paciencia con un hombre con tan mal carácter. Quizás se sentía solo entonces... "Puedes irte", dijo de repente, mientras empezaba a recoger su escritorio. Emelie saltó de su asiento y se puso la mochila, feliz de ser finalmente libre. "Gracias, señor Carlisle", dijo en voz baja, preparándose para irse. —Emelie —llamó. Emelie se giró, asustada de que hubiera cambiado de opinión. Sus pálidos ojos azules se encontraron con los de ella y Emelie inhaló profundamente, nerviosa. "Ya no se envían mensajes de texto en mi clase", dijo. Ella asintió rápidamente, aliviada. "Sí señor. Gracias señor", gritó ella, saliendo de su aula. ****** ****** Nicholas Carlisle estaba seguro de que Emelie Woods sería su muerte. La había visto por primera vez el primer día de clase de Historia del Arte de Colocación Avanzada. Era una clase que ya había impartido, pues estaba empezando su segundo año enseñando a estudiantes de último año en la preparatoria West View, pero ninguna estudiante le había llamado tanto la atención como Emelie. Con tan solo dieciocho años, Emelie parecía una modelo. Ligeramente más alta que la mayoría de las chicas, más en forma que la mayoría, y sin duda, mucho más hermosa y segura de sí misma. Sus grandes ojos eran de un verde vibrante y brillante, pero cerrados alrededor del iris, de un dorado deslumbrante, rodeados por unas largas pestañas que podían hacerla parecer infantil e inocente en un instante, y seductora y provocadora al siguiente. La suave pendiente de su pequeña nariz era suave y recta, y se arrugaba adorablemente cada vez que se aburría visiblemente durante sus clases. Sus labios, de un rosa oscuro, eran muy suaves, carnosos y curvados. Sus labios, con su eterno puchero, estaban hechos para besar, para chupar... Su deslumbrante rostro estaba enmarcado por una imponente mata de pelo largo, rubio pálido y brillante. Nicholas se había preguntado a menudo lo suave que sería su cabello al tacto. Probablemente tan suave como su cremosa piel dorada... Y si su rostro no fuera suficiente para atormentar a cualquier hombre, su cuerpo sin duda lo era. El cuerpo de Emelie era largo, esbelto y tonificado, la combinación perfecta de atletismo y feminidad. Sus pechos, grandes y redondos, se alzaban con orgullo en la parte superior de su pecho, realzados por la estrecha curva de su cintura tonificada. Sus caderas se ensanchaban suavemente, dando paso a unas piernas largas y atléticas. Mientras que todos los demás estudiantes parecían pertenecer a la escuela con sus uniformes, Emelie parecía estar siempre lista para posar en una revista masculina. Sí, Emelie era hermosa. Y sí, tenía la figura más sexy que jamás había visto. Sin embargo, lo que más le irritaba era que esta pequeña ninfa fuera plenamente consciente de lo atractiva que era. Ya había aprendido a usar su belleza a su favor, a usar su sexualidad para manipular a un hombre. ¿Por qué, si no, lo torturaría cruzando y descruzando las piernas con su minifalda? ¿Haciendo pucheros, atrayendo más la atención con brillo labial? Llevaba solo un año enseñando, pero Nicholas se había forjado rápidamente la reputación de ser el disciplinario más estricto del instituto West View. Desafiaba a sus alumnos y no daba excusas. Pero cuando se trataba de Emelie, se convertía en plastilina en sus manos. Bastaba con un puchero de su bonita boca y una mirada triste de sus llamativos ojos verdes para que la liberaran de la detención, después de solo quince minutos. No, no permitiría que una joven lo atropellara, por muy bonita que fuera. Le enseñaría que, para ser viable en un mundo hostil, necesitaba confiar en algo más que su apariencia. Nicholas exhaló mientras cerraba la puerta de su aula y se dirigía por el pasillo, esforzándose al máximo por calmar las palpitaciones automáticas y rápidas que le acometían cada vez que Emelie estaba cerca. Salió del edificio escolar y cruzó el extremo este del campus, en dirección al estacionamiento de la facultad. Notó el pálido brillo del cabello rubio de Emelie desde lejos. Estaba en el campo de fútbol con las demás animadoras, practicando para el partido de bienvenida. Llevaba una camiseta deportiva sin mangas y un par de pantalones cortos deportivos negros ajustados, enmarcando el trasero más bonito que había visto en su vida. Nicolás sintió que su ingle ardía de pasión y corrió hacia su coche antes de que nadie fuera testigo de su repentina perversión.
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