Tormenta de decepcion

1077 Words
Cal estaba desnudo en el balcón mientras miraba el estrellado cielo nocturno. Era todo muy hermoso e impresionante. De repente se sintió diminuto en comparación a lo que sus ojos veían. El cielo, el campo, el mar, las montañas... y más allá hasta donde sus ojos podían ver. Fue entonces cuando una voz femenina le llamo. - ¿Su alteza? - ¿Dijiste algo Gretta?. - Sí, le pregunté si todavía me necesita o ¿Ya me puedo marchar? La señora Berthebet me estará buscando. - En realidad, tu me debes obediencia a mí, no a la ama de llaves. ¿Entiendes?. Pero sí, puedes retirarte. - No fue mi intención ofenderle mi señor... - No importa, vete. - Sí alteza. La muchacha se vistió rápidamente y salió con discreción mirando a ambos lados del pasillo, para luego desaparecer en la penumbra de la noche sin hacer ruido. Todo el castillo dormía, todos menos Cal y los guardias en turno. Estaba abrumado por su inminente matrimonio, preocupado por qué su padre ya sabía de sus actividades sexuales, y ni si quiera el haber tenido sexo hace apenas quince minutos le hacía sentir más relajado. Estaba insatisfecho y sentía que había muchas cosas que no tenía, era un principe y no era dueño de nada. El príncipe de nada. Cal se vistió y salió al exterior del castillo, los guardias lo miraban con interés. Pasó toda la noche deambulando por todas partes hasta que salió el sol. El Rey estaba despierto cuando vió regresar a su hijo. Se acercó a un guardia y le preguntó. - ¿A qué hora salió mi hijo por la mañana? - Su alteza el príncipe salió desde la noche, no volvió si no hasta salir el alba. El rey fué en dirección a su hijo, Cal al verlo sintió una punzada de nostalgia. Cuando era niño se emocionaba mucho al ver a su padre. Deseaba con todas sus fuerzas que el rey volviese de cada batalla, mirando a través del balcón mientras subía sus pequeñas piernitas a bancos ya que no alcanzaba a ver. Podían pasar horas y noches enteras cuando el príncipe esperaba a su padre. Ahora solo sentía que el rey desea apartarlo del reino. Él estorbaba a su hermano y tampoco podía vivir en el castillo toda la vida. Una vez el rey estuvo frente a el joven, éste se limitó a mirar el horizonte con el entrecejo fruncido a causa del sol que se alzaba deslumbrante más allá de las montañas. Calisto hizo lo mismo, el silencio no era incómodo en lo absoluto, sin embargo se sentía bastante triste. - Eres infeliz. Dijo Karlf con voz monocorde. Cal notó que no era una pregunta. El rey estaba haciendo una afirmación. - Sí. Al sincerarse Cal sintió un peso menos de encima, el rey lo miraba fijamente como siempre. - Yo sé que es lo que entristece tus días y lo que perturba tu mente. Aseguró Karlf. Cal lo miró de una manera distinta. - Tu jamás serás rey. Eso era otra afirmación, una que le abofeteo la cara y como siempre le mostraba su realidad. Cal sintió como la rabia subía por su estómago hasta su boca, y se mordió la lengua hasta hacerse daño. El rey notó la mirada iracunda de su hijo así como que literalmente el muchacho se estaba mordiendo el músculo. - Lo que tengas que decir dilo, con total libertad. No habrá repercusión alguna. Aseguró el monarca. Cal no sabía si sincerarse le ayudaría o le terminaría por perjudicar aún más. Sin embargo el muchacho sonrió de medio lado y miró fijamente a su padre de manera petulante. Hacía ya mucho tiempo atrás que Calisto habia superado en altura a su padre y a sus hermanos, así que desde aquel ángulo tuvo que bajar la mirada hacía el Rey. - Las cosas pueden cambiar. Y tampoco nada está escrito definitivamente padre, eres un rey pero no eres Dios. Respondió con calma el muchacho. El rey se quedó sorprendido por aquella respuesta. Confundido ante aquel comentario se limitó a mirar a su hijo de hito en hito y preguntar. - ¿Y exactamente qué quieres decir con eso? - Que cualquier cosa puede pasar. La gente muere todo el tiempo. Dijo el muchacho encogiéndose de hombros. El rey se sorprendió aún más. - ¿Acaso matarías a tus hermanos por la corona? ¿Me matarías incluso a mí?. Preguntó este. Karlf sintió una punzada de dolor en el pecho. Jamás creyó que su propio hijo, su amado pequeño fuese capaz de desearle la muerte a sus hermanos o incluso a él. - Por supuesto que no. Sólo te recuerdo que hay otros reinos más allá de nuestras fronteras. Reinos que invaden otros reinos. Enfermedades y accidentes. Pero como tú dices, yo jamás seré rey así que no es algo de lo que deba preocuparme. Respondió el chico. El rey miró fijamente a su hijo. - Contestame una cosa. Calisto, ¿Tú me amas?. Le preguntó al cabo de una breve pausa. Aunque por fuera el hombre parecía inmutable por dentro estaba temblando. No quería perder a su hijo menor por culpa de la envidia, la avaricia y la sed de poder. Cal se dió cuenta de que estaba llendo muy lejos, diciendo cosas que en realidad no sentía. Claramente no deseaba la muerte de su padre ni de Fenhir. Pero de Artemis no podía decir lo mismo. - Claro que te amo padre. Con toda mi alma, yo jamás desearía mal alguno a tí o a Fen. El rey se calmó un poco. - Quiero que entiendas que no es bueno obsesionarse con lo que no se puede tener. Puedes caer en la locura, en una tormenta de decepción y peor aún, perder lo que más amas. Dijo Karlf con voz queda. Cal lo abrazó por primera vez en mucho tiempo, luego de unos instantes el muchacho se giró sobre sus talones y emprendió el camino de regreso al castillo. El rey lo dejó marcharse, aún pensando en lo que había pasado y de lo que habían hablado. Había algo que aún lo inquietaba en demasía y no podía dejar pasar por alto aquello que le respondió su hijo, Cal dijo que no le deseaba ningún mal a él o a Fen, pero no dijo nada de Artemis. Karlf se dió cuenta de algo, su hijo odiaba a Artemis y eso le preocupaba mucho.
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