Pasaron dos años hasta sentirme lo bastante recuperado como para abordar un barco con destino a Louisiana. Aún estaba terriblemente tullido y lleno de cicatrices, pero tenía que abandonar Europa, donde no me había llegado la menor noticia sobre mi perdida Gabrielle ni sobre el grande y poderoso Marius, quien seguramente había emitido su juicio sobre mí. Tenía que volver a casa. Y la casa era Nueva Orleans, donde había calor, donde las flores no dejaban de florecer, donde todavía poseía —gracias a mi suministro inagotable de «moneda del reino»— una decena de viejas mansiones vacías de blancas columnas echadas a perder y porches hundidos por las que aún podía vagar. Así pasé los últimos años del siglo XIX en completo retiro en el viejo Garden District, a una calle del cementerio Laf
Download by scanning the QR code to get countless free stories and daily updated books


