17. Grave error.

1926 Words
“Cuando la verdad pesa en los labios y eliges guardarla, recuerda que el silencio no es vacío: es un territorio fértil donde germinan la duda, la desconfianza y las sombras. Decir la verdad a tiempo es un acto de sabiduría, porque nunca sabes quién acecha en las grietas del silencio, esperando convertirlo en tu mayor vulnerabilidad.” Nathalya no sabía lo que estaba por enfrentar. Ángel, siempre un paso adelante, había preparado una nueva forma de atormentarla. El siguiente anónimo llegó a sus manos sin que ella pudiera anticiparlo; un papel pequeño, doblado con precisión y con una caligrafía que ya reconocía demasiado bien. La amenaza era directa, sin rodeos, escrita con una frialdad que helaba la sangre: “Te observo. VOY POR TI. Si intentas algo en mi contra, lo sabré… y tu familia morirá. Estoy más cerca de lo que crees.” El corazón de Nathalya comenzó a golpearle el pecho con violencia. Las manos le temblaban; por un instante le faltó el aire. Un sudor helado recorrió su espalda mientras sus pupilas se dilataban de puro terror. No podía permitir que nada les pasara a los suyos, y ese pensamiento la desgarraba desde adentro. Sabía, con dolorosa claridad, que tendría que obedecer cada exigencia de Ángel… aunque eso significara entregar su vida, su dignidad o su libertad. Intentó dominar sus nervios; debía parecer otra persona. Por el bien de todos comenzó a comportarse de manera extraña, distante, incluso desagradable. Quería desilusionar a quienes la amaban para que dejaran de vigilarla, para que no preguntaran, para que la dejaran marcharse sin oponer resistencia. Cada sonrisa fingida le costaba, cada desplante la lastimaba, pero era la única manera de asegurar que no hubiera una tragedia. Nathalya estaba decidida a sacrificarse si era necesario… aun cuando el costo fuera perderse a sí misma. — Hija, ¿qué pasa? —preguntó don Emmanuel, preocupado por el evidente cambio de actitud de su hija. — No me llames así. —escupió Nathalya con frialdad—. Recuerda que me abandonaste por años sin importarte si estaba viva o muerta. Don Emmanuel palideció, herido. — Pero yo te expliqué… —balbuceó— que estuve en la cárcel… — Peor me lo pones. —interrumpió ella con desdén—. Resulta que mi padre es un exconvicto. ¡Qué orgullo!, ¿verdad? — ¡Nathalya! —Alex alzó la voz, sorprendido y dolido—. No tienes derecho a hablarle así a tu papá. — Y tú no tienes derecho a reprocharme nada a mí. —lo enfrentó sin pestañear—. Siempre creíste lo peor de mí, ¡siempre! Y jamás te importé de verdad. — Eso no es cierto —dijo Alex, conteniendo la rabia—. Tú sabes que no es verdad. — ¿Ah, no? —Nathalya rió amarga—. Te casaste con otra. — Me casé con tu mejor amiga —respondió él con calma tensa— porque tú me lo pediste. Por su embarazo. Porque querías protegerla. Nathalya caminó hacia Natasha con una mueca de burla en el rostro. — ¿Te refieres a esta “mejor amiga”? —preguntó con veneno—. Si a ella ni siquiera le importó casarse contigo sabiendo que ya estaba enamorada de tu hermano. — Nathalya… —susurró Natasha, herida—. No es justo… — Lo siento, amiga. —dijo Nathalya sin mirarla—. Pero no tengo ganas de escuchar a nadie. Se dio la vuelta y subió a su habitación, cerrando la puerta con un portazo que resonó en toda la casa. Don Emmanuel, avergonzado y confundido, respiró hondo. — Lo siento por su comportamiento —dijo a todos—. Está claro que algo le pasa… Intentaré hablar con ella en cuanto regrese. Pero no tuvo oportunidad. Una llamada urgente de la empresa lo obligó a salir de inmediato. Un enorme desfalco había sido descubierto y debía actuar de inmediato para salvar la compañía… y los empleos de todos los que dependían de ella. Alex empezó a pensar que su esposa estaba atravesando por alguna crisis nerviosa, pero justo en ese momento recibió un anónimo que llegó mezclado con la correspondencia. El sobre no tenía remitente. El papel estaba doblado con demasiada precisión. Algo en su interior se tensó. Al abrirlo, el aire pareció escapársele del pecho. Eran fotografías. Fotografías de Nathalya. Desnuda. Inconsciente. Al lado de Ángel. El mundo de Alex se redujo a un zumbido insoportable. Sus manos temblaban, la vista se le nublaba por la rabia y la traición. Sintió cómo algo dentro de él se rompía de una manera irreparable. —¡Nathalya! —gritó con una voz que retumbó por toda la casa, cargada de desesperación. Ella bajó las escaleras con pasos débiles, sin imaginar lo que la esperaba. Al ver las fotos, sus labios se abrieron pero ninguna palabra logró salir. Todo su cuerpo se quedó helado, como si la sangre la hubiera abandonado por completo. —¿Qué significa esto, Nathalya? —La voz de Alex era un filo. Un filo que cortaba, que acusaba—. ¡Explícame! ¡¿Desde cuándo me has estado viendo la cara de imbécil con ese delincuente?! Nathalya retrocedió un paso. El nudo en su garganta era tan grande que apenas podía respirar. En ese instante, uno de los guardias irrumpió en la sala, pálido, tembloroso. —Señor Alex… hay alguien… alguien que quiere hablar con usted. Pero no hizo falta que terminara la frase. Una sombra cruzó el umbral. —Desde siempre, mi querido Alex. La voz. Esa voz. El aire se volvió espeso. Ángel apareció con una sonrisa de serpiente, disfrutando cada segundo del caos que había provocado. Alex sintió que el estómago se le hundía. —Nathalya y yo siempre hemos estado juntos —continuó con descaro, acercándose a ella como si le perteneciera—. Tanto así, que en este preciso momento… nos iremos juntos. ¿Verdad, amor? Nathalya no pudo moverse. Los ojos fijos en el vacío. El terror le oprimía el pecho. —¿Nathalya? —Alex buscó su mirada, desesperado por una respuesta, por cualquier señal que lo salvara del abismo—. Dime que esto no es lo que parece… Pero ella seguía petrificada. Prisionera del miedo. Ángel soltó una carcajada suave, venenosa. —No hace falta que te conteste —dijo él, disfrutando de la escena—. Porque ya nos vamos. Y por favor… cuida bien de mi hijo. Alex sintió que la realidad se le quebraba entre los dedos. —¿Tu hijo…? Ángel levantó una ceja, victorioso. —Claro, ¿de quién más? ¿O acaso pensabas que Emmanuel era tuyo? Nathalya se fue con Ángel sin oponer resistencia y sin pronunciar palabra. Parecía un espectro, una sombra arrastrada por un destino que no podía controlar. Alex y Natasha permanecieron inmóviles durante varios segundos, incapaces de comprender lo que acababa de ocurrir. La imagen de Nathalya yéndose al lado de aquel hombre los golpeó con una fuerza brutal. Alex sentía el corazón hecho pedazos; Natasha, incrédula, no lograba encajar cómo su mejor amiga había podido jugar de esa forma con el hombre que amaba. Natasha, como la amiga leal que siempre fue, se acercó a Alex cuando él se desplomó en el sofá, asfixiado por la impotencia. Le ofreció apoyo, palabras torpes, una mano temblorosa sobre el hombro. Matilde, con su dulzura de abuela, se hizo cargo de los niños, que seguían ajenos a la tormenta que golpeaba la casa. Su presencia tranquila daba un respiro en medio del caos. Alex necesitaba escapar de sí mismo, de las imágenes, de las preguntas. El alcohol se convirtió en esa salida desesperada. Uno, dos, tres vasos. Natasha lo acompañó, intentando evitar que se destruyera, pero la pena era tan profunda que él bebió hasta perder completamente el control. La noche se volvió más espesa. Las palabras se hicieron confusas, las lágrimas se mezclaron con el licor. Y cuando el agotamiento y la ebriedad los vencieron, ambos quedaron dormidos, sin darse cuenta de que habían quedado desnudos bajo las mismas sábanas, unidos solo por la vulnerabilidad y el dolor. Esa misma noche, Max regresó a casa sin imaginar lo que encontraría. Matilde, angustiada, lo puso al tanto de lo sucedido y él sintió el estómago encogerse. Buscó a Natasha por toda la casa, llamándola en voz baja, suplicando una explicación que calmara su mente. Al no hallarla, decidió ir a ver a Alex para ofrecerle su apoyo. Pero al abrir la puerta, lo que vio lo paralizó por completo. Ahí estaban. Su esposa. Su hermano. Juntos en la misma cama. Desnudos bajo las sábanas. El golpe de celos lo atravesó como un puñal ardiente. Su respiración se volvió entrecortada. Algo dentro de él estuvo a punto de romperse. —¡¿Qué hiciste, Natasha?! ¡Yo lo sabía! ¡Ustedes me estaban viendo la cara de idiota! —rugió Max, fuera de sí. —¡Max, no es lo que parece! —respondió ella con la voz rota, aún sin entender cómo habían terminado en ese estado. —¡Basta! ¡Ya no puedes negarlo! ¡Mírate! —escupió él mientras señalaba las sábanas. Solo entonces Natasha cayó en cuenta de que no llevaba ropa. La vergüenza y el pánico se le mezclaron, y rompió en llanto. —¿Qué hicimos, Alexander? —preguntó con un hilo de voz. —Natasha… yo… no lo sé. Estábamos bebiendo y… no lo sé. No recuerdo nada —balbuceó Alex, incapaz de sostenerle la mirada. En ese momento, don Emmanuel, que ya venía de regreso tras enterarse de lo ocurrido con su hija, escuchó el escándalo en el pasillo. Corrió hacia la habitación y, al abrir la puerta, se quedó petrificado: su yerno y Natasha desnudos en la misma cama. Max, consumido por los celos, tomó sus cosas sin pensar. —¡Max, por favor! —gritó Natasha, tratando de detenerlo. —Déjalo ir —intervino don Emmanuel con firmeza—. Lo mejor es que esperes a que se calme para hablar con él. Luego, mirándolos con decepción y cansancio, añadió: —Vístanse. Necesito hablar con ustedes dos. Los esperó en la sala, con el rostro endurecido por la preocupación. —Por favor… explíquenme qué fue exactamente lo que pasó con Nathalya —pidió, intentando mantener la calma. —Se fue con su amante —respondió Alex con amargura. —Sé más específico, Alexander —insistió don Emmanuel. —Recibí un anónimo con fotografías de Nathalya con Ángel… en la cama, desnudos. Cuando le pedí una explicación, ese hombre entró a la casa. Y ella se fue con él. —¿Ella dijo que se iba con él? —Sí —respondió Alex, aunque dudó. —¿Ella lo dijo con sus palabras? —repitió don Emmanuel, con los ojos clavados en él. —Bueno… no —admitió Alex, bajando la mirada—. Lo dijo él. —Ella no habló. Él dijo todo —añadió Natasha. —Incluso afirmó que Emmanuel es su hijo… —continuó Alex. Don Emmanuel respiró hondo, como si cargara un peso imposible. —Hay cosas que deben saber —dijo con cautela—, pero por ahora lo importante es que mi hija está en grave peligro a manos de ese infeliz. Tomó el teléfono decidido a llamar a la policía… pero antes de marcar, este sonó en su mano. Era su contador. La noticia cayó como un mazazo: el desfalco en la empresa… El responsable, según las pruebas, era Nathalya.
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