29. En personaje

1913 Words
Después de tanto pensar, el cansancio terminó por vencerla durante la madrugada. A la mañana siguiente, Aldo ya estaba de vuelta en su puesto, vigilándola desde el pasillo. En cuanto Nathalya abrió los ojos, corrió a la ventana con el corazón acelerado para ver si él sería el guardia de ese día. Respiró hondo al confirmar que sí se trataba de él. Entonces intentó comunicarse como la vez anterior. —Buenos días —murmuró con voz suave—. Te eché de menos ayer… ¿descansaste? Aldo, que había permanecido inmóvil por un buen rato, sólo se rascó la oreja derecha. Nathalya entendió que era un “sí” y sonrió con alivio. —Me alegra que así sea. ¿Sabes si en casa están todos bien? Aldo repitió el mismo gesto en la oreja derecha. Nathalya sintió cómo algo cálido le recorría el pecho; por lo menos, sus seres queridos estaban a salvo. Siguió preguntando, con cautela y esperanza. —¿Estás aquí para rescatarme? Esta vez, Aldo estiró ligeramente su pie derecho. Ella tomó eso como un “sí, pero no aún”. —¿Mi padre te envió para ayudarme? Aldo se recargó en su brazo derecho, atento, sin perder su papel. No era un “sí”, pero tampoco un “no”… era algo intermedio que ella no lograba descifrar del todo. —Alex y Natasha deben estar muy preocupados por ti… y muy orgullosos también —agregó Nathalya, buscando una respuesta más clara. De pronto, Aldo tomó un cigarro con su mano izquierda. Nathalya sintió un vuelco en el estómago y preguntó con voz temblorosa: —¿Ellos no saben que estás aquí? Aldo acomodó el cigarro detrás de su oreja izquierda. La confirmación fue contundente. Ahora Nathalya entendía: sólo su padre estaba detrás de todo aquello. La revelación la estremeció. Parte de ella se sintió asustada: si Alex no sabía nada… quizá aún no la había perdonado. Pero al mismo tiempo sintió alivio, pues sabía que su padre jamás pondría en riesgo a Max ni a ella. Tenía mil preguntas más, pero Aldo volvió a cambiar de postura, colocándose como al inicio. Nathalya comprendió: alguien se acercaba. Corrió al baño para darse prisa; después del desayuno vendría su salida al patio, como cada mañana, y quería estar lista. La empleada entró como cada mañana, dejó el desayuno en la mesita y salió sin decir palabra. Nathalya apenas se arregló lo indispensable antes de sentarse a comer. No tenía hambre, pero sabía que cualquier falta llamaría la atención. Poco después, la misma empleada volvió para limpiar la habitación, y Ángel ya la esperaba afuera para su caminata matutina. Ella salió y caminó a su lado en silencio, con pasos que parecían medidos, como si perder el ritmo pudiera desatar algo en él. Fue Ángel quien decidió romper el hielo. —Mi padre vendrá mañana —anunció, sin mirarla—. Quiere que nos tomen fotos… como si fuera el día de la boda. Desea mandar hacer una pintura con una de ellas. Será uno de nuestros regalos. Espero que no tengas inconveniente. —Está bien —respondió Nathalya, tragándose su incomodidad. —Y seguramente preguntará la fecha de la boda —continuó—, pero no te preocupes. Yo me encargo. —Bien. ¿Hay algo en lo que debamos ponernos de acuerdo? —No. Sólo asegúrate de que mi padre permanezca impresionado… como hasta ahora. —Pierde cuidado —dijo ella, con una calma que no sentía. Ángel revisó su reloj, impaciente, como si cada segundo le perteneciera. —Ya casi se termina el tiempo —agregó—. Quiero saber si deseas algún otro libro de la biblioteca. —Por supuesto —respondió ella, aferrándose a esa mínima libertad—. ¿Me permitirás elegirlo? —Sí. La empleada irá por ti al mediodía para que comamos juntos y después podrás elegir el libro. —¿Y el vigilante ya lo sabe? —preguntó, bajando un poco la voz. —Será informado. —Él… me da miedo. Ángel finalmente la miró. No con comprensión, sino con una especie de superioridad indulgente. —Él sólo hace su trabajo. Después de la comida, Nathalya tuvo la oportunidad de regresar a la biblioteca acompañada de Aldo. Esta vez él se colocó cerca de la puerta, atento a cualquier ruido que anunciara la llegada de alguien. Gracias a eso, ella tuvo unos minutos para buscar las evidencias que necesitaba. No encontró nada… pero descubrió algo que la inquietó: una pequeña caja fuerte escondida detrás de los libros más viejos de uno de los estantes. Con cuidado, reacomodó todo para que pareciera intocado y tomó un libro al azar justo antes de que la empleada llegara. Para entonces, Nathalya ya se disponía a salir junto con su vigilante. De regreso en su habitación, volvió a sentarse en el espacio de siempre, entre la puerta y la ventana, y Aldo permaneció de espaldas a la entrada, escuchándola. —¿Tienes algún plan para escapar? —preguntó ella en voz baja. Aldo apoyó su brazo izquierdo contra la puerta, como si así pudiera responderle sin palabras. —¿Sabes que me obligará a casarme con él? —insistió. Esta vez, Aldo movió ligeramente el pie derecho. —Tengo miedo… mucho miedo —confesó con un hilo de voz. Aldo se sentó en el suelo, apoyando la espalda contra la puerta. A Nathalya le bastó ese gesto para sentir que no estaba completamente sola. Permanecieron así unos minutos, en un silencio que hablaba más que palabras. De pronto, Aldo se levantó. Esa era la señal: alguien venía. Nathalya corrió a recostarse en la cama, abrió su nuevo libro y fingió leer justo cuando la puerta se abrió. Era Ángel. Se quedó un momento hablando con Aldo, dándole instrucciones, mientras ella, sin mover un músculo, pasaba la mirada sobre las líneas del libro. —Aldo —ordenó Ángel—, mañana llegará mi padre muy temprano. Para él, mi prometida no es una cautiva, sino una señorita con poder y voto. Haga que eso parezca así, pero sin dejar de vigilarla. Y comuníqueme cualquier situación por mínima que parezca. —Así será, señor. Ángel entró entonces a la habitación. Por un instante se quedó observándola leer. Le vino a la mente la imagen de ella en la preparatoria, siempre cargando libros bajo el brazo. —No cambias, señorita libros. —No te escuché llegar —dijo ella sin levantar la mirada. —Disculpa, no quise interrumpir. Sólo vine a avisarte que mi padre vendrá mañana muy temprano. Obviamente no puede saber que el hombre afuera vigila que no escapes, así que tendrás que inventar algo. —Pensaré en algo. —Nathalya —dijo su nombre con suavidad calculada—, mañana desayunarás conmigo, como cualquier pareja. Te espero a las ocho en el comedor… como Ivania. —Bien. —Y por favor, evita hacer alguna tontería. El vigilante estará cerca de todas maneras. —Lo sé. —En un momento traerán tu cena, querida. —Gracias. Nathalya fingió seguir leyendo hasta que llegó la empleada con la cena. Mientras comía, su mente ya estaba maquinando: la mejor manera de tener a su vigilante siempre cerca era presentarlo como su guardaespaldas personal. Así se aseguraría de que Ángel no lo alejara y de que nadie más tomara ese lugar. Cuando terminó de cenar, la empleada apagó las luces, cerró la puerta y se retiró. Nathalya se acercó de inmediato a la ventana para comunicarle el plan a Aldo. Él asintió apenas, lo suficiente para que ella entendiera que lo había captado. Después, ambos se quedaron tranquilos y trataron de descansar. A la mañana siguiente, Aldo llegó muy temprano. Nathalya se preparó para ir a desayunar, obedeciendo las instrucciones de Ángel. No cruzaron palabra durante el trayecto hasta el comedor. El silencio se rompió sólo cuando Aldo, desde cierta distancia, les avisó con una seña que don Emeterio estaba entrando al recinto. Entonces, el teatro comenzó: eran una pareja “normal”. —Cariño, ¿te sirvo más café? —preguntó Ángel, transformándose de inmediato en el prometido atento. —Ivania—Nathalya—respondió sin titubear—: Mejor un poco de jugo, y quisiera fruta picada. —Desde luego. Ángel hizo sonar el pequeño timbre para llamar a la servidumbre. —Por favor, traiga a la señorita jugo y fruta picada. —Hay jugo de naranja, de uva y de manzana —dijo la empleada—. ¿Cuál desea la señorita? —De manzana, por favor. Amor, ¿tú quieres algo más? —Más café y pan tostado —pidió Ángel. —Enseguida, señor. —¿Segura que no deseas algo más? —insistió él, siguiendo el papel. —Sí, querido, o no me quedará el vestido de novia. Quiero estar hermosa ese día. Justo en ese momento, don Emeterio entró al comedor y alcanzó a escuchar la última frase. —Mi nuera siempre es hermosa —dijo con ese tono paternal que tanto esfuerzo le costaba a Nathalya soportar—. Y debes alimentarte bien, no te vayas a enfermar. —¡Suegro! ¡Qué alegría verlo! —respondió ella con una sonrisa perfecta. —A mí también me alegra verlos. ¿Ya te dijo mi hijo lo de la sesión de fotos? —¡Por supuesto! Y estoy muy emocionada. Las empleadas depositaron la fruta, el jugo, el café y el pan sobre la mesa. Ángel aprovechó el momento para preguntar: —Padre, ¿qué te apetece almorzar? Mientras comían, don Emeterio fruncía ligeramente el ceño cada vez que sus ojos se desviaban hacia Aldo, quien se mantenía firme, cercano pero silencioso. El hombre claramente no lo reconocía. —Ese muchacho… ¿es nuevo, verdad? —preguntó finalmente. —Sí, padre, perdón por no haberte informado antes, pero… —empezó Ángel. Nathalya lo interrumpió con sutileza. —Es mi culpa, suegro. Después de todo lo que le conté, he vivido con un poco de paranoia, pensando que mi vida también corre peligro. Ángel me ayudó a contratar un guardaespaldas para sentirme más segura. Pero si le incomoda, puedo… —Oh, hija, no. Lamento que te sientas así —respondió don Emeterio, suavizando su expresión—. No te preocupes, puedes conservar al guardaespaldas. Se ve rudo. —Sí —intervino Ángel—, ha sido un excelente elemento. Nathalya respiró internamente: se había salido con la suya. Aldo estaría a su lado mientras duraran las visitas del padre… y quizá más tiempo. —Y bien —preguntó don Emeterio, acomodándose la servilleta—, ¿ya tenemos fecha para la boda? —Sí, padre —respondió Ángel antes de que Nathalya pudiera reaccionar—. Hemos pensado que, siendo una boda sencilla, sólo tú serás invitado. Los empleados servirán de testigos. Lo único que nos detiene es el vestido de novia, que aún no está listo. Informaron que estará para este miércoles, así que podremos casarnos la próxima semana… si estás de acuerdo. Nathalya sintió un vuelco en el estómago. Una semana. Mucho antes de lo que imaginaba. Aun así, mantuvo la sonrisa amorosa. —Y aun así —añadió ella, interpretando a la perfección su papel—, una semana es demasiado tiempo, amor. —Lo sé, mi vida —respondió Ángel, tomándole la mano con una suavidad que heló a Nathalya por dentro. —¡Una semana es perfecto! —exclamó don Emeterio, completamente encantado.
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