IV. Lo que tenía que pasar.

1705 Words
Faltaban pocas semanas para la boda y todo parecía marchar a la perfección. Los preparativos avanzaban sin contratiempos, las flores estaban elegidas, el vestido de Natasha era un sueño y el amor entre los novios, al menos en apariencia, era tan sólido como el día en que se comprometieron. La madre de Nathalya seguía su tratamiento; su salud era frágil, pero su espíritu aún se aferraba a la vida. Nathalya se esforzaba por sonreír, por mostrarse fuerte, por ser la dama de honor perfecta… aunque por dentro, sentía que su mundo se desmoronaba lentamente. Alex, mientras tanto, comenzaba a ahogarse en sus propias dudas. Cada vez que miraba a su prometida, una sombra se interponía entre ellos: la imagen de Nathalya. Su risa, su mirada, su bondad silenciosa. Intentaba apartarla de su mente, pero por las noches, en sus sueños, era ella quien aparecía. Y aunque se odiaba por sentirlo, sabía que lo que menos quería era lastimar a Natasha, pero ya no podía negar que algo en su corazón había cambiado. La tercera despedida de solteros fue un evento impecable. Un salón hermoso, música suave, luces doradas, risas sinceras. Nathalya había organizado todo con esmero: las fotos de los novios de niños, los videos con mensajes de amor y amistad, las lágrimas y las risas entre los invitados. Por unas horas, todo fue perfecto. Incluso Ángel, que parecía otro hombre, sonreía y bromeaba con todos; se mostraba atento, caballeroso, hasta mencionó con falsa ternura que pronto él también daría ese paso con su “bella novia”. Nadie sospechaba la tormenta que se gestaba detrás de su sonrisa. Cuando la fiesta terminó y las luces del salón se apagaron, Nathalya creyó que por fin podría descansar. Pero apenas subieron al auto, algo en los ojos de Ángel cambió. Esa dulzura falsa desapareció y dio paso a una oscuridad que le heló la sangre. Conducía sin rumbo, dando vueltas por la ciudad mientras ella le pedía volver a casa. Él no respondía. Su silencio era tan denso que Nathalya sentía el aire cortarse en su garganta. —Ángel, ya es tarde, por favor, llévame a casa. Él apretó el volante con fuerza, los nudillos blancos, la mandíbula tensa. —Siempre lo mismo, Nathalya. Siempre huyes. ¿De qué tienes miedo? —su voz sonaba extrañamente calma, casi susurrante, pero cargada de furia contenida. Ella apartó la mirada, notando cómo el auto se detenía lentamente en una calle desierta. El corazón le martillaba en el pecho. —No quiero hablar de esto, por favor, sólo llévame a casa. —No —respondió él, girando hacia ella—. Esta vez no vas a escaparte. Intentó tocarla, besarla, y al sentir su rechazo, la rabia lo transformó. La sujetó con fuerza, empujándola contra el asiento mientras ella forcejeaba, gritando su nombre entre lágrimas. —¡Suéltame, Ángel! ¡No! ¡Por favor, no! —su voz se quebraba, sus manos temblaban intentando defenderse. Pero él no escuchaba. Solo repetía una y otra vez que estaba cansado, que ella lo había provocado, que “era suya”. En medio del forcejeo, las luces de un auto se reflejaron en el parabrisas. Alex, que venía de dejar a Natasha, reconoció el vehículo de Ángel. Algo en su interior se contrajo; sin pensarlo dos veces, frenó en seco y corrió hacia ellos. La escena fue brutal: el grito ahogado de Nathalya, el rostro desencajado de Ángel. Alex lo arrancó del auto con furia, golpeándolo hasta hacerlo retroceder. —¡No vuelvas a tocarla! ¡La próxima te mato! —rugió Alex, con la voz cargada de ira y desesperación. Nathalya lloraba sin poder respirar, acurrucada, temblando, el vestido rasgado, el maquillaje corrido. Alex la ayudó a salir, la envolvió con su chaqueta y la condujo a su auto. —Gracias… gracias por salvarme, Alex… no sé qué habría pasado si no hubieras llegado. —No tienes que agradecerme —dijo él, mirándola con el corazón destrozado—. ¿Estás bien? —Sí —murmuró, aunque las lágrimas seguían cayendo. —¿Quieres un poco de agua? —No… sólo quiero irme, pero no a casa… no quiero que mi mamá me vea así. Alex asintió. —Está bien, iremos a mi casa. El camino fue un silencio pesado, interrumpido solo por el sonido de su llanto. Alex apretaba el volante, luchando por no mostrarse vulnerable, por no decir todo lo que sentía. Cuando llegaron, Nathalya, aún temblorosa, le pidió en voz baja: —Por favor, no le digas a Natasha… ni a nadie. Él la miró con una mezcla de tristeza y ternura. —Seré una tumba —susurró—. Pasa, te traeré un poco de agua. Ella asintió, cruzando el umbral de su casa sin imaginar que aquella noche, marcada por el miedo y la culpa, cambiaría para siempre el destino de los tres. Cuando el amor nace, es imposible ocultarlo. El corazón traiciona, los latidos se aceleran y la cordura parece sobrar frente a los impulsos que revelan lo que el alma guarda en silencio. El silencio entre ellos se volvía cada vez más pesado, incómodo. Trataban de romperlo con palabras triviales, risas nerviosas que apenas disimulaban lo que sentían. Y, en medio de esas conversaciones torpes, chocaban sus miradas. Era como si cada parpadeo dejara al descubierto su alma, dos almas que guardaban un amor tan profundo como secreto, un amor que, a cada instante, les costaba más contener. Nathalya no se había percatado de que su ropa estaba rasgada por la violencia de Ángel en el forcejeo, hasta que Alex, observándola mientras se dirigían a su casa, se dio cuenta. Con un gesto cuidadoso, le ofreció un suéter para cubrirse. Su caballerosidad la hizo sonrojar, y bajó la mirada mientras murmuraba: —Lo siento… —No tienes por qué disculparte —respondió él, con suavidad. —Te lo devolveré pronto —dijo, refiriéndose al suéter. —No importa, se te ve bien. —Gracias… —susurró ella, avergonzada. —Eres una reina, Nath, nunca bajes la mirada ante nadie —dijo mientras acariciaba suavemente su mejilla, acomodando su rostro para sostener su mirada. Ella apenas pudo responder: —Yo… te agradezco… Estaban tan cerca que el aire entre ellos se volvió eléctrico, y todo intento de mantener la cordura se desvaneció. Sus labios se encontraron en un beso largo, lento, cargado de años de emociones reprimidas. En ese instante, el mundo parecía reducirse a ellos, y cada roce, cada suspiro, llevaba consigo la intensidad de un amor que había sido silencioso demasiado tiempo. Fue un beso que desnudó sus emociones, sus miedos y sus deseos más profundos, y aunque la pasión los envolvía, lo que compartieron fue también la confianza y el respeto que habían cultivado en años de amistad y complicidad. Nathalya entregó su corazón, y Alex comprendió por completo cuánto la habían lastimado los prejuicios y rumores, y cuánto la había juzgado sin conocerla. Cuando finalmente se separaron, sus corazones seguían latiendo con fuerza, pero la realidad regresó con un peso silencioso: la lealtad hacia Natasha, la necesidad de proteger lo que era sagrado para su amiga. Por mutuo acuerdo, decidieron que aquello debía permanecer en secreto, enterrado para siempre en un pacto silencioso. —Esto debe quedar entre nosotros, en el olvido, por el bien de Natasha —susurró Nathalya. —Lo sé —respondió Alex—. Ella es una buena mujer. —Debes seguir como hasta ahora, no cambiar con ella… no tiene la culpa de nada. —No sé si pueda… —Por favor, Alex, tienes que jurarme que lo harás. —Solo quiero saber algo… ¿me has amado en secreto todo este tiempo? —Sí… pero eso no importa. —Y yo a ti. Entonces… ¿cómo continuaremos ahora? —Normal, como siempre —dijo ella, con determinación. —Pero lo que acaba de pasar entre nosotros… —Yo estaré bien —interrumpió él—. Siempre lo estoy, ¿ves? Alex la acompañó hasta su casa, consternado por la intensidad de emociones que habían compartido en tan poco tiempo. Comprendió, por fin, que Nathalya lo había amado en secreto desde hace años, y que él, sin saberlo, había sido parte de sus silencios y miedos. No podía traicionar la amistad de Natasha ni alterar la felicidad de los demás, aunque su corazón gritara otra cosa. Nathalya, fiel a sus principios, decidió también mantenerse firme, proteger a su amiga y guardar su amor secreto, aunque doliera en lo más profundo de su alma. Natasha estaba desbordante de emoción por su boda, hablando sin parar de los preparativos, los vestidos y los arreglos. Sin embargo, algo le inquietaba: notaba un aire de distancia en Alex, como si le ocultara algo importante. Preocupada, decidió comentárselo a Nathalya en busca de consejo. Nathalya sintió un nudo en el pecho. La incertidumbre de su amiga le dolía más que cualquier otra cosa, y decidió abrirse parcialmente: le contó que había terminado con Ángel para siempre y relató lo que él había intentado hacer. También le reveló que Alex la había rescatado aquella noche, aunque, por vergüenza, no quería que nadie más lo supiera. Incluso mencionó que debía devolverle el suéter que él le había prestado para cubrirse. —Estaré muy agradecida si le devuelves su suéter por mí —dijo Natasha, preocupada—. Me da mucha pena con él y no me atrevo ni a mirarlo a los ojos. —Amiga… ¡no puedo creer lo que me has contado! Ese tipo es un patán. —Perdón por no habértelo dicho antes, pero me moría de la vergüenza… y además, tenía el corazón destrozado. No quería salir ni hablar con nadie. —Debió ser muy difícil para ti… te entiendo. Con eso, la preocupación de Natasha quedó aliviada, y por un momento todo pareció volver a la normalidad. Pero en el fondo, Alex estaba en conflicto: sabía que Nathalya lo había amado en secreto todo este tiempo y, a partir de ese momento, no podía dejar de imaginar cómo sería su vida si ella, y no Natasha, fuera su prometida. Lo deseaba, pero no podía traicionar la confianza de Natasha. Sin embargo, la farsa se volvía insostenible.
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