—¿Qué pasa, papá? —preguntó Nathalya, con el ceño fruncido y la voz cargada de preocupación.
—Nada, hija… solo que hoy durante el día me mareé un poco, eso es todo —respondió él, esbozando una leve sonrisa que no llegó a sus ojos.
—¿Papá, por qué no me lo dijiste antes?
—No quería preocuparte, hija.
—Ya vamos de regreso. En poco tiempo estaremos allí. Por favor, si te vuelves a sentir mal, avísame de inmediato —insistió Nathalya, con una mezcla de cariño y firmeza que hacía difícil contradecirla.
Mientras tanto, Natasha y Alex compartían un espacio distinto, donde los silencios pesaban tanto como las palabras. Entre secretos largamente guardados y recuerdos que creían olvidados, comenzaron a surgir verdades capaces de cambiarlo todo. Porque nada era realmente como parecía, y cada revelación los empujaba hacia un futuro incierto que jamás habían imaginado.
Habían pasado varios días desde la muerte de su madre, y Natasha parecía más tranquila, aunque seguía ocultando algo que le aterraba revelar. Cada palabra que guardaba era un peso que la alejaba de la verdad que debía enfrentar.
Alex, por su parte, cargaba ahora con una culpa doble: por lastimar a Natasha y por haber herido a la mujer que amaba. Pero cuando miraba a su hijo, sentía una paz inesperada; sabía que todas sus decisiones, por dolorosas que hubieran sido, habían sido por el bienestar del pequeño. Y, en el fondo, eso le daba sentido a todo.
Natasha conocía el tormento de Alex y lo último que quería era agravar su sufrimiento. No estaba enojada por su amor hacia Nathalya; al contrario, le pediría que luchara por su perdón. Su ira estaba dirigida únicamente hacia sí misma, por no haber hablado con la verdad desde el principio. Si lo hubiera hecho, muchas desgracias —sobre todo para su amiga— se habrían evitado.
Con un suspiro profundo, Natasha decidió armarse de valor. Era hora de enfrentar la verdad y hablar con su esposo.
El día marchaba según lo planeado. Natasha había pedido a su suegro que se encargara de su hijo para poder preparar una comida especial, un momento en el que esperaba hablar con Alex y revelar la verdad que tanto le pesaba. Pero, como suele ocurrir, las cosas nunca suceden exactamente como uno quiere.
Al llegar a casa de su suegro, se encontró con Maximiliano, el hermano mayor de Alex. Él había estado viviendo en Estados Unidos desde la boda, pero su padre le había contado sobre los problemas que Natasha y Alex enfrentaban, y Max había decidido regresar para quedarse.
Natasha y Max tenían mucho de qué hablar, así que se dirigieron a su casa mientras esperaban la llegada de Alex. Había pasado mucho tiempo desde que su relación había comenzado en secreto, cuando Alex la había presentado a su familia y la convivencia había dado lugar a sentimientos que ambos intentaron ocultar. Cuando Alex y Natasha se comprometieron, ella había decidido terminarlo todo para estar con Max, pero la vida le había jugado en contra.
Su padre, orgulloso de su hija y de su compromiso con Alex, jamás habría aceptado su ruptura. Tras su fallecimiento, la presión de su madre y la manipulación emocional la obligaron a continuar con la boda. Poco después, Natasha descubrió que estaba embarazada, y Max, decepcionado, ya se había alejado. Nadie en su familia la apoyaría si decidía ser madre soltera o cambiar a Alex por su hermano, y mucho menos si quería hacerlo sin que todos hablaran de ello. Ese había sido su secreto durante años: el hijo que Alex había criado con tanto amor no era suyo, sino de Max. Y ahora, Natasha debía decir la verdad.
Pero no hubo tiempo de confesiones. Alex llegó de repente y los encontró besándose apasionadamente. La incredulidad lo paralizó. Todo el tiempo que había guardado sus sentimientos, todos los sacrificios que había hecho, parecían desmoronarse en un instante ante la escena que tenía frente a sus ojos. Se negaba a escuchar, a creer, a aceptar que su esposa hubiera mantenido un amorío con su propio hermano.
—¡Alex, por favor, escucha! —suplicó Natasha, con la voz quebrada.
—No es necesario. Ya vi todo lo que tenía que ver. Tu amiga se sacrificó por ti todo este tiempo… ¡y tú la abofeteaste! —respondió él, con furia contenida.
—Lo sé, no debí… soy una mala amiga, pero, así como ustedes se enamoraron, nosotros también… —murmuró Natasha, tratando de explicar lo inexplicable.
—Hermano, de verdad nunca hubiera querido lastimarte y mucho menos de esta manera —intervino Max con voz grave.
—No quiero saber por cuánto tiempo me han estado engañando —dijo Alex, apretando los puños.
—Llegué hoy… —empezó Max.
—¿Acaso mi papá te dijo que tenía problemas en mi matrimonio? —preguntó Alex, con incredulidad.
—Sí.
—¿Y decidiste venir a consolarla de inmediato? ¿O al fin se decidieron a decirme la verdad y continuar con su fantástica historia de amor? —su sarcasmo dolía más que cualquier golpe.
—Por favor, escucha… —rogó Natasha.
—¿Dónde está mi hijo? —cortó él, sin darle tiempo a responder.
—En casa de tu papá —contestó Natasha.
—Iré por él.
—¡Escúchame, Alexander, te lo suplico! —insistió ella.
—¡No, Natasha! ¡Y no me esperes porque no volveré! —su voz temblaba entre la rabia y el dolor.
—¡Conseguí la dirección de Nathalya! —anunció Max.
—Ya es demasiado tarde… ya la perdí.
—Estoy segura de que ella te perdonará, hablaré con ella para aclarar todo —dijo Natasha, decidida.
—¿Y seremos felices los cuatro? —replicó Alex con sarcasmo.
—¡No seas idiota, Alexander! —contestó Max—. Tú también puedes ser feliz, por favor, escúchanos. Luego te vas, si quieres.
Alex se sentó, finalmente dispuesto a escuchar, y Max comenzó a contar:
—Cuando la llevaste a casa para presentárnosla, no podía dejar de mirarla. Me pareció la mujer más hermosa del mundo, pero sabía que no tenía derecho a mirarla siquiera por respeto a ti. Por eso fui grosero muchas veces, y tú me lo reclamaste, pero yo solo intentaba ocultar mis sentimientos.
—Luego, la vi llorando por sus peleas con Ángel y me acerqué, no podía dejarla así —continuó Natasha.
—Sigo escuchando —dijo Alex, sarcástico pero ahora atento.
—Me acerqué para calmarla y comenzamos a platicar… cuando menos pensé, estábamos hablando puras tonterías. Luego me fui. Pero cada vez que tú y Ángel discutían, Natasha lloraba por tu culpa, y yo tuve que consolarla muchas veces.
—Y luego, sin pensar, me enamoré de él. Quise decírtelo, pero no podía; no merecías que te rompiera el corazón. Me pediste matrimonio y menos me atreví. Después, mi padre… él te adoraba y mi relación con él había mejorado gracias a ti. Luego Max se decepcionó y se alejó, y yo simplemente continué contigo. Cuando mi padre murió, me sentí desesperada. Tú y Nathalya fueron mi único apoyo real. Mi madre sabía que yo no te amaba y me chantajeaba; cuando le dije que terminaría contigo casi le da un infarto… incluso tú me acompañaste al médico esa vez. Tenía mucho miedo. Y luego supe que estaba embarazada…
—Y aquí estamos —terminó Alex, más calmado que antes—. No puedo juzgarte.
—Lo siento mucho, hermano. Nunca fue mi intención ocultarte esto… yo tampoco debí callar —susurró Natasha.
—Lo hecho, hecho está. No se puede regresar el tiempo ni cambiar la historia —dijo Alex, ya sereno—. Ahora entiendo tu actitud hacia tu familia, Natasha. Prácticamente te obligaron a casarte conmigo; tú también debiste pasarla muy mal.
—No tanto como crees —respondió Natasha—. Has sido un buen marido, te has esforzado mucho y te tengo cariño.
—Y yo a ti. Tenemos un hijo en común, y por él debemos terminar esto de la mejor manera —Alex no sabía que la verdad sobre el niño aún no había salido a la luz.
—Ya después hablamos de eso —dijo Natasha, decidida a esperar un momento más seguro para revelar todo.
—Como tú quieras, pero yo quiero seguir viendo a mi hijo como hasta ahora. Por favor, déjame acompañarte en este proceso con Nathalya.
—Está bien, es lo menos que te mereces.
—Mañana mismo iré a buscarla y ustedes podrán tener el reencuentro esperado. Aprovechen el tiempo, porque cuando Nathalya me acepte, me la llevaré lejos, como de luna de miel —dijo Max, con una sonrisa apenas perceptible.
Natasha sabía que debía decirle la verdad completa, pero decidió esperar. Alex había recibido demasiadas emociones de golpe; no quería que esto repercutiera en su salud ni en su estado mental. Saldría de viaje al día siguiente, y planeaba alcanzarlo en la capital para hablar también con Nathalya y escuchar, de una vez por todas, la explicación de su amiga.
Alex estaba ansioso por el reencuentro con Nathalya. No sabía cómo recibiría su visita y, durante todo el camino, su mente no dejaba de dar vueltas. Cada instante lo pasaba imaginando la mejor manera de pedir perdón; estaba dispuesto incluso a arrodillarse frente a ella si fuera necesario.
Mientras tanto, Natasha estaba junto a Maximiliano, con la carga de un secreto que ahora debía conocer: ella tenía un hijo. La idea de enfrentarse a Alex nuevamente con esa verdad era aterradora, pero ambos sabían que no podían postergarlo por más tiempo.
Decidieron esperar la llamada de Alex, confiando en que les informara que Nathalya lo había recibido, para poder alcanzarlo allá y, por fin, aclarar todo lo que había quedado pendiente.
En casa de Nathalya pasaban cosas de las que nadie le había informado, y ella estaba visiblemente nerviosa. Su padre había salido muy temprano y aún no regresaba; le preocupaba que pudiera haberse sentido mal de salud y que nadie le hubiera avisado.
Al volver, don Emmanuel se encontró en la entrada con Alex, quien sostenía a su hijo en brazos. Con voz firme, Alex explicó que estaba buscando a Nathalya y pidió pasar.
Al observar cómo la servidumbre rendía cuentas a don Emmanuel, Alex comprendió de inmediato que aquel hombre era el verdadero protector de la mujer que amaba. Sin dudarlo, decidió advertirle con firmeza: no permitiría que nadie interfiriera entre él y Nathalya.