El chofer se apresuró a abrir la puerta del auto y la ayudó a subir. Mientras se alejaban rumbo al hotel, Nathalya respiró hondo, conteniendo las lágrimas que no quería dejar salir.
Natasha, por su parte, se quedó inmóvil, mirando por la ventana. Consternada por la actitud de su esposo, comenzó a discutir con él en cuanto Nathalya se fue. No entendía su dureza, ni su rencor. Recordó que, en el velorio de su padre, fue Nathalya quien la sostuvo cuando ella se derrumbó… y ahora ni siquiera había podido abrazarla para consolarla.
Nathalya lloraba silenciosamente durante el regreso a casa. El paisaje se desdibujaba a través de la ventana mientras el chofer, notando su tristeza, intentaba distraerla con una conversación amable.
—Es muy bonita su ciudad natal, señorita —comentó Francisco con una sonrisa.
—Gracias, Francisco… sí, lo es —respondió ella, limpiándose las lágrimas.
—Su padre me llamó hace unos momentos.
—¿Ocurrió algo? —preguntó con preocupación.
—Al contrario, él y su hijo estaban muy contentos en el cine.
—¿De verdad? —su voz se suavizó al imaginar a su pequeño riendo junto a su padre.
—Sí. Su padre es un hombre admirable, no entiendo cómo sigue soltero.
—Tienes razón —dijo ella con una leve sonrisa—, debería volver a enamorarse y casarse otra vez.
—Pero usted también debería ser feliz, señorita.
—No es necesario. Mi hijo es mi todo.
—Usted es muy joven. Si fuera mi hija, me gustaría que encontrara un buen hombre.
—No es fácil… —susurró Nathalya, mirando hacia la lluvia que comenzaba a caer.
—Su padre debe preocuparse por usted en ese aspecto.
—Nunca me lo ha dicho.
—No creo que lo haga —respondió él con tono comprensivo—, pero lo conozco bien.
—Lo sé, ustedes son buenos amigos —sonrió ella con agradecimiento—. Gracias por tus palabras, Francisco. Deberíamos cenar algo por aquí.
—¿Usted cree?
—Claro, debes tener hambre.
—Puedo esperar hasta llegar, no se preocupe.
—De ninguna manera. Recuerdo que por aquí había un lugar donde cocinaban delicioso. Espero que todavía exista.
Nathalya y Francisco se detuvieron a cenar en una pequeña fonda al borde de la carretera. Afuera, una gran tormenta amenazaba con caer sobre la ciudad, así que decidieron esperar a que pasara y regresaron al hotel.
Ya en su habitación, Nathalya se sentía más tranquila. Su miedo a enfrentarse con Natasha y con el amor de su vida había terminado, al menos por ahora. De Ángel seguía sin saberse nada, y por primera vez en mucho tiempo, sintió que ya no tenía motivos para huir.
Esa noche, su padre volvió a llamarla, preocupado por la tormenta. Le sugirió que no viajara bajo esas condiciones. Nathalya le aseguró que estaban a salvo en el hotel, y al oírla tan calmada, Don Emmanuel pudo finalmente respirar con alivio.
La tormenta había durado toda la noche, pero a la mañana siguiente el sol brillaba con fuerza, iluminando la ciudad como si quisiera darles un nuevo comienzo. Nathalya regresó a la que había sido su casa, decidida a recoger algunos recuerdos que echaba de menos, como su antiguo álbum de fotos.
Afueras de la casa, Natasha esperaba en su auto. Sabía que, tarde o temprano, su amiga volvería. La vio entrar y, sin pensarlo, la siguió de cerca.
Al cruzar el umbral, Nathalya se desplomó. La avalancha de recuerdos la golpeó sin piedad. Revivió la imagen de su madre tirada en el suelo, mal herida, y la impotencia que sintió al no poder ayudarla por culpa del ataque que había sufrido años atrás. La culpa la consumía, y las lágrimas brotaban sin control. Frente al retrato de su madre, que descansaba en la sala, suplicaba silenciosamente perdón por no haber podido salvarla.
Natasha, al escuchar sus sollozos, entró de inmediato y la rodeó con un abrazo. No comprendía todos los detalles de aquel dolor, pero conocía la magnitud de la pérdida de su amiga y sabía que aún no lo había superado. Con paciencia y ternura, trató de calmarla, dejando que Nathalya se apoyara en ella y compartiera por un momento su pena.
Alex no estaba de acuerdo con la visita de Natasha a Nathalya y la siguió, decidido a llevársela. El niño había quedado a cargo de su padre y él llegó solo. Se encontró con el chofer afuera y le preguntó por su esposa, quien le confirmó que sí la había visto entrar.
Alex entró también a la casa y, sin querer, alcanzó a escuchar la conversación de las dos amigas.
—Hacía tanto que no venía… no me sentía con valor para regresar, por eso no lo hice antes —dijo Nathalya, con la voz temblorosa.
—Amiga, siento mucho lo que has sufrido —respondió Natasha, con ternura.
—No… no lo entiendes —lloró Nathalya, dirigiéndose al retrato de su madre—. ¡Yo tuve la culpa de su muerte!
—Ella estaba enferma de cáncer…
—¡Pero todo iba bien!
—La enfermedad es así, uno nunca sabe…
—¡No! ¡Yo la maté! —exclamó, entre sollozos.
Alex intervino con tono frío:
—Si se siente culpable, es porque debe serlo.
—¡Cállate, Alex! ¡Tú no sabes nada! —se defendió Nathalya.
—Por favor, Alex, vete —pidió Natasha, tratando de calmar la situación.
—No, no me iré sin ti.
—Yo me quedaré con Nathalya.
—Ya no quiero que seas su amiga —dijo él, con actitud caprichosa.
—Jamás dejaré de ser su amiga y lo sabes. Así que vete.
—Ve con él, ya es hora de que regrese a la capital —intervino Nathalya, tratando de evitar una discusión.
—Nathalya, no estás bien todavía —advirtió Natasha.
—Claro que sí —se limpió las lágrimas—. Yo siempre estoy bien.
Al escuchar esas palabras, el corazón de Alex se partió. Recordó cómo ella siempre decía eso, y cuando descubrió que ella también lo había amado, comprendió que Nathalya sabía fingir felicidad a la perfección. Incluso aquellas fueron las últimas palabras que escuchó de ella antes de enterarse del embarazo de Natasha. Aun así, no podía consolarla ni preguntarle lo que deseaba saber. Su promesa de ser feliz al lado de su esposa lo atormentaba, y su furia se volvía ahora contra sí mismo.
Nathalya regresó a la capital junto a su padre y su pequeño hijo, mientras Natasha y Alex retomaron sus rutinas, pero evitando hablarse por el profundo desacuerdo que los separaba.
Natasha no sabía cómo hacer para que Alex recapacitara y le diera la oportunidad a Nathalya de explicar todo lo ocurrido. Pero él tenía miedo de escuchar, miedo de descubrir que la mujer que amaba había estado sufriendo todo este tiempo mientras él la juzgaba indebidamente, sin poder ayudarla, sin poder estar a su lado, sin poder gritarle al mundo que se amaban.
Sus pensamientos lo atacaban sin piedad. Ella había dicho que no estaba lista para ser madre, que no había nacido en cuna de oro… ¿cómo podría él esperar que tuviera un hijo que, además de traerle alegría, le traería dolor a su mejor amiga? Si todo ese tiempo Nathalya se había sacrificado por Natasha… ¿acaso él hubiera estado dispuesto a dejar todo para darle un lugar en su vida a Nathalya y al hijo que esperaba? Apenas empezaba a comprender la gravedad de la situación que su amada había tenido que enfrentar, y lo mucho que había sacrificado al tomar sus decisiones.
Mientras tanto, Natasha recibió la llamada de su hermana: su madre estaba hospitalizada, gravemente enferma. Su reacción fue inesperada: se negó a ir a verla. Alex no había notado que su esposa se había alejado de su familia desde que se casaron, pero al recordar los años que llevaban juntos, comprendió que su comportamiento hacia ellas no había sido justo.
Natasha se sentía culpable por razones que ni ella misma terminaba de comprender y, a menudo, se encerraba en el baño para llorar. Alex no lograba entenderla, y prefirió esperar a que se calmara antes de intentar hablar. La espera fue en vano; ella no quiso contarle nada, aunque su mirada delataba que algo la atormentaba.
Desafortunadamente, la madre de Natasha falleció. Ella no quiso despedirse de la mujer que le había dado la vida. En el velorio se mostró serena, con una calma que no había tenido ni siquiera en el funeral de su padre.
Nathalya se enteró de la mala noticia y regresó a la ciudad para acompañar a su amiga del alma. Alex, por su parte, no quería ni mirarla; aún sentía un coraje intenso. La actitud de Natasha había cambiado drásticamente con ambos, y cuando los tres quedaron a solas, hizo un reclamo inesperado.
—¡Dile por qué la odias, Alex! ¡Yo también quiero saber! —exigió Natasha.
—La odio porque me parece una persona falsa —respondió él con frialdad.
—¿Es eso? ¿O es acaso que el hijo que abortó era tuyo? —preguntó ella, con rabia contenida.
—No, Natasha… ¿de qué estás hablando? —preguntó Nathalya, sorprendida.
—¡Anda! Dime la verdad, porque ya me cansé de todo esto. ¡Me harté de que me estén tomando por idiota!
—Natasha, yo… —intentó explicarse Alex, sin atreverse a mirarla a los ojos.
—¿Lo ves, Nathalya? Él lo cree. ¿Será porque te metiste con él estando comprometido conmigo?
—¡Te juro que…! —comenzó Nathalya, pero Natasha la interrumpió de golpe, abofeteándola—.
—¡Deja de mentirme! ¡Eres una mujerzuela!
—¡Eso no es verdad! —gritó Nathalya, con lágrimas en los ojos—. No me embaracé de tu marido, y lamento que ni siquiera me des la oportunidad de explicarte. ¡Sí! ¡Hace mucho que me enamoré de él! Pero lo callé por ti, porque tú también te enamoraste de él, y él de ti… y yo siempre quise tu felicidad. No es mi culpa que hasta hoy no seas feliz. Si me fui, fue para no entorpecer tu vida.
—Nathalya, yo… —intentó decir Alex, pero no le dejaron hablar.
—¡Tú qué! ¿Tú la amas, Alex? —preguntó Natasha, con la voz entre cortada por la ira.
—¡Sí! Y ya estoy cansado de fingir que no —respondió él con sinceridad.
—¡No! —intervino Nathalya—. Él nunca me ha amado.
—Sí, Nathalya, y tú lo sabes —contestó Alex.
—¡Te mientes a ti mismo! Basta con ver cómo me has tratado desde el día en que te conocí para saber que no me amas —dijo ella, con voz firme—. Siempre he velado por tu felicidad y la de Natasha, y nunca he sentido respeto de tu parte; solo desprecio y creencia ciega en los rumores sobre mí. ¡Sinceramente, ya no me importa si me creen o no! No puedo seguir al lado de personas que no me conocen realmente, ¡que ni siquiera se dan la oportunidad de saber quién soy! ¡Adiós!
Nathalya subió al auto con su chofer y abandonó la ciudad, ofendida y desconsolada. Su padre la llamó inmediatamente, escuchándose angustiado al otro lado de la línea, rogándole que regresara de inmediato.