Allegra
Había pasado toda la tarde encerrada en mi oficina, pensando en lo que mi amiga me había dicho. Sabía que ella tenía razón: cometí el peor error al no aceptar lo que siento por Mateo y lo que he sentido todo este tiempo. Pero precisamente por eso es que no quiero retenerlo a mi lado y que un día se dé cuenta de que fue un error, o que simplemente la ilusión de poder estar juntos se acabó. Tengo que pensar en mi hija, en el daño que eso podría ocasionarle. Soy madre, y para mí, primero que todo, está la felicidad de mi hija. Salgo de mis pensamientos cuando escucho pequeñas carcajadas fuera de mi oficina y reconozco esa risa. Así que, de inmediato, me pongo de pie y salgo de mi oficina. Cuando abro la puerta y veo la escena, me derrite el corazón.
—Tío Maty, tío Maty, te extrañé.
Él la carga en sus brazos y llena de besos su rostro. Yo me cruzo de brazos y miro a mi amiga molesta. La novia de Mateo solo voltea los ojos y suspira, y yo, por solo esa simple acción, quisiera dejarla pelona, pero es más que obvio que no puedo hacerlo, y menos delante de mi hija. Escucho pequeñas carcajadas de mi hija que me sacan de mis pensamientos.
—¡Basta, tío Maty! Me haces cosquillas, ¡basta!
Yo sonrío y suspiro. Me acerco a ellos con una sonrisa en mi rostro.
—Vamos, Lía, es momento de que comas algo. Además, tu tío Maty está muy ocupado.
Mateo voltea a verme como si me quisiera matar. La sonrisa de mi hija se borra y hace un puchero que derrite el corazón de Mateo.
—Está bien, mamá, pero tío, ¿me podrías llevar a comer un día? Te he extrañado mucho.
Mateo sonríe, la baja de sus brazos, se pone a su altura y toma su pequeño rostro en sus manos.
—Mejor, ¿qué te parece si ahora mismo te llevo a comer una deliciosa hamburguesa como a las que le gustan a la tía Nina?
Yo suspiro y me acerco más, pero la estúpida de Selene me interrumpe.
—Amor, lamento interrumpirte, pero habías quedado en llevarme a comer a un restaurante. La niña puede ir otro día a comer hamburguesas. Anda, ponte de pie, vámonos, porque perdemos nuestra reservación.
De escuchar su estúpida voz, me hierve la sangre. Tomo a mi hija de su manita, sin lastimarla. A ella nadie la va a hacer menos, porque aquí tiene a su madre para defenderla de cualquier persona que la quiera hacer sentir mal. Mateo ve mi acción, sonríe, se pone de pie y toma mi mano y la de Lía. Mira molesto a Selene y le dice:
—Lamento esto, Selene, pero la niña siempre será una prioridad para mí. Así que ahora mismo la llevaré a comer las hamburguesas que le prometí. Si lo puedes entender, qué bueno; y si no, lo lamento. Otro día te llevaré a comer.
Ella aprieta sus puños y Mateo no suelta mi mano ni la de Lía. Yo miro a mi amiga, apenada por esta escena, y ella solo lo ve divertido. La voy a matar. Nada de esto estuviera pasando si mi hija, en estos momentos, estuviera en casa. Selene me saca de mis pensamientos y, con una sonrisa más fingida que sus implantes, le dice:
—Está bien, entiendo. Yo los acompañaré.
Se acerca a Lía, toma su pequeño rostro entre sus manos y le sonríe, pero mi hija hace una mueca de disgusto.
—Cierto, cielo, que tú y yo nos vamos a conocer mejor.
Mi hija niega y le saca la lengua. Yo quiero soltar una carcajada, pero no lo hago; por el contrario, regaño a Lía, pues no debe ser grosera con ninguna persona.
—Lía, no hagas eso, es de mala educación. Además, Selene te quiere conocer mejor.
Me dio asco decir eso, pues ni yo me lo creo. Lía empieza a negar. Les había dicho que mi hija es muy inteligente, pero también ha adquirido algunas costumbres de mi amiga que algún día mataré.
—Entonces, ella es una persona maleducada.
Mi amiga suelta una carcajada y se acerca a Lía. Mateo está sorprendido y yo estoy igual. Selene se aleja nerviosa y suelta una risita. Yo la miro con los ojos entrecerrados. Mi amiga se pone a la altura de mi hija y le pregunta:
—¿Por qué dices eso, mi corazón? No debes de decir mentiras. ¿Sabes que a los niños que mienten vienen y se los lleva el hombre malo?
Mi hija abre los ojos muy grandes.
—¡No, tía Nina! Yo no miento. Ella es maleducada porque cuando mi tío Mateo no la ve, me saca la lengua y me hace caras feas.
Mi amiga se pone de pie y fulmina a Selene, pero Mateo se interpone entre ellas. Mi amiga está furiosa; lo puedo ver en sus puños cerrados y lo roja que se están poniendo sus mejillas. Yo tomo a Lía entre mis brazos y camino hacia mi oficina. Ahora entienden a lo que me refería. Yo la pongo en una silla frente a mi escritorio, me pongo a su altura y le sonrío.
—¿Por qué nunca me habías dicho lo que hacía Selene?
Ella agacha la cabeza y una pequeña lágrima sale de sus hermosos ojos. Yo levanto su pequeño rostro y no dejo de sonreír.
—Escucha, mi amor, siempre que alguien te moleste o te diga algo, tú tienes que venir a decírmelo a mí. No quiero que te guardes nada, ¿me escuchaste? Siempre confía en mí.
Ella asiente y empieza a hablar.
—Es que pensé que si le decía al tío Maty, él se molestaría conmigo y no me creería. Pero ella siempre hace esas caras feas y raras; a mí no me gusta, mamá.
Yo suspiro. Obviamente, a mí tampoco, pero es algo en lo que no debo interferir. De pronto, se escucha la voz de mi amiga y con ella viene Mateo, que cuando escucha lo que dice su hermana, solo suspira y voltea los ojos.
—A mí tampoco, mi corazón, pero ya me encargaré de ella.
Yo reprendo a mi amiga; no le debe de decir esas cosas.
—Nina, no hagas eso. De hecho, tú y yo tenemos que hablar muy seriamente.
Ella solo voltea los ojos y me ignora. Ella es peor que una niña pequeña. Mateo se acerca a mi hija y le sonríe.
—Princesa, ¿qué te parece si vamos por esas deliciosas hamburguesas?
Mi hija sonríe y se lanza a sus brazos. Él se pone de pie con ella en brazos, se voltea y me mira.
—¿Vienes con nosotros?
Yo niego. Creo que no es correcto lo que él hace. Mierda, ¿qué parte no termina de entender este hombre? Que lo quiero lejos, que con estas acciones jamás lo podré olvidar.
—Mateo, no creo que esté bien lo que haces. Selene se puede...
Él se acerca demasiado a mi rostro y yo miro esos ojos que me encantan.
—Tú no te preocupes por eso. Ya arreglaré mis problemas con Selene después. Ahora llevaré a la princesa y a la reina por unas deliciosas hamburguesas. Anda, que sé que te encantan.
Yo suspiro y mi amiga nos saca de esta burbuja.
—A mí también me encantan. Yo voy con ustedes.
Mateo toma mi mano y, con Lía en sus brazos, salimos de mi oficina, pero no sin antes responderle a su hermana.
—Lo siento, hermanita. Te amo mucho, pero ahora no estás invitada.
Yo me sorprendo, pues Mateo adora a Nina, y que la deje cuando ella ha pedido venir me sorprende. Sigo caminando sin decir nada más; ni siquiera he tratado de retirar su mano. La verdad es que me mueve las mariposas en el estómago. Cuando llegamos a mi coche, él me pide mis llaves. Yo levanto una ceja, confundida. Él señala el asiento para niños de mi auto y ahora lo entiendo, pues él no tiene uno en su auto y siempre es muy cuidadoso con Lía desde que ella era un bebé. Abre mi puerta y yo me meto en el coche sin decir nada. Él acomoda a Lía en su asiento y sube al coche. Conduce hacia un pequeño restaurante que vende comida rápida y tiene juegos para niños. Cuando entramos, Lía corre hacia los juegos y él va a pedir nuestra comida. Yo voy hacia una de las mesas para tomar asiento y estar pendiente de mi pequeña. Después de un rato, él llega con tres hamburguesas y los refrescos. Lo pone delante de mí y yo agradezco.
—Gracias, Mateo, pero no quiero ocasionarte problemas. A eso es a lo que me refería con la plática que tuvimos hace un rato: algún día tú te casarás y formarás una familia, y no porque tú la ames quiere decir que la mujer que esté a tu lado también tiene que amarla de igual manera.
Él sonríe y niega.
—Pues entonces no me caso. Lía ha estado más tiempo a mi lado que cualquier mujer con la que pueda llegar a casarme. La amo, Allegra, y puede que tú no lo entiendas, pero yo siempre la pondré en primer lugar, no importa sobre quién sea.
Yo no digo nada más porque jamás lo haré cambiar de opinión; es tan terco como su hermana. Él se pone de pie y va por mi pequeña. La trae en los brazos y ella parlotea un montón de cosas; le plática prácticamente todo lo que pasa en nuestras vidas. Yo sonrío porque así me gusta verla feliz. Después de pasar toda la tarde jugando, Mateo nos lleva al departamento y carga en sus brazos a Lía, pues se ha quedado dormida. Cuando llegamos, abro la puerta y él se dirige directo a la recámara de mi hija. Yo voy tras él. Cuando abre la puerta de su recámara, él sonríe, se acerca a la cama, la acuesta, besa su frente y le susurra:
—Te amo, princesa, nunca lo olvides. Descansa.
Mi hija, como si escuchara lo que le dice, sonríe. Yo niego y suspiro. Dios, esto es tan complicado. Salimos de la recámara de Lía y empiezo a caminar hacia la sala, pero Mateo me detiene, me pega a la pared y acerca su cuerpo al mío. Dios, puedo sentir su respiración agitada. Acerca su rostro hasta rozar sus labios con los míos. Yo pongo mis manos en su pecho; mi respiración también se vuelve pesada.
—Mateo, esto está mal. Tú tienes...
No me deja continuar; une nuestros labios, me toma de la cintura y me levanta un poco. Yo envuelvo mis piernas en su cintura. Nos separamos por falta de aliento y él pega su frente a la mía.
—Lo hemos deseado por tanto tiempo. Lo puedo sentir. Por favor, no te resistas a lo que tu cuerpo te pide a gritos.
Yo no lo pienso más y lo vuelvo a besar. Tiene razón; he deseado tanto tiempo estar entre sus brazos que ya mañana me puedo arrepentir. Por ahora, solo me dejaré llevar.