Entré a la sala de intensivos y allí estaba Peter, con los ojos cerrados. Las lágrimas corrían por mis mejillas; no podía creer que Peter estuviera en ese estado. —Peter, mi amor, eres un hombre fuerte. Tú tienes que luchar por tu vida y más ahora. Despierta, por favor. No me importa si caminas o no, yo te amo tal como eres —le dije con la voz quebrada. —Amada mía, yo también te amo —murmuró Peter. —¡Peter, despertaste! —exclamé, sorprendida. Salí corriendo y gritando que Peter había despertado. El doctor me impidió la entrada nuevamente a su habitación. Me dirigí a la sala de espera para estar con Lourdes y Elizabeth. —Amiga, tranquila. Todo va a estar bien —me consoló Lourdes. —Eso espero, eso espero —dije, tratando de calmarme. —Mi nieto es muy fuerte. Sé que algún día podrá cami

