Mi cabeza duele como si me estuvieran enterrando la filosa hoja de un cuchillo por el medio. Mi tobillo derecho también duele. Muevo los párpados, intentando abrir los ojos, pero me cuesta, sin embargo, logro escuchar un quejido que retumba en mi garganta. Una mano me acaricia dulcemente la frente y el cabello y escucho un ronroneo suave, como si esa persona quisiera calmarme. —¿Deian? —murmuro. Mi voz es apenas audible; ronca, áspera. —Tranquila. Todo estará bien —susurra la voz de una mujer con dulzura. Abro los ojos y entonces la encuentro, a la señora Weiss. Ella es quien está a mi lado, cuidándome. Intento levantarme, pero la cabeza me duele y me da mil vueltas, mareándome completamente. Todo el cuerpo me duele de hecho. No hay un solo músculo de mi cuerpo que no me duela gracias

