Hay más palabras de su parte, me da la bienvenida, en nombre propio y en el de la servidumbre, con un discurso ceremonioso y casi ensayado, pero realmente casi no le presto atención, por lo que no podría recordar lo que ha dicho. Cuando termina se queda como en espera de mi contestación, y enrojezco y tartamudeo al dar las gracias, al mismo tiempo que dejo caer, descuidada, mi bolso al suelo. Se inclina ella para recogerlo, y cuando me lo da veo una ligera sonrisa despectiva en sus labios, y adivino al punto que me ha juzgado mediocre e idiota. Un no sé qué en su cara me da una sensación de intranquilidad, y hasta cuando vuelve a ocupar su lugar cerca de los demás, veo aquella figura negra, de pie, sola, aislada, distinta, y aunque ya calla, sé que no me quita los ojos de encima. Deian me

