Siento cómo mis ojos se abren de par en par, como si fueran a salirse de sus orbes, y me tomo un tiempo para procesar la información que acabo de recibir, sintiendo que mis manos tiemblan ligeramente y que mis piernas flaquean. Voy a caer al suelo, así que me apoyo en el mostrador para sostenerme.
—Di-Disculpe, ¿qué ha dicho? —pregunto en voz baja y titubeante, porque apenas puedo hablar. Estoy como en shock.
—Que su cuenta ya ha sido cancelada, señorita. El señor Rosenzweig ha dejado un cheque para que pudiéramos realizar el cobro de todos los gastos que incurran en la hospitalización de su mamá.
Trago grueso, pero aún así me cuesta hablar porque el nudo que me aprieta la garganta casi me asfixia.
—Está... ¿Está usted segura de...de eso?
—Sí, señorita. Lo hizo anoche, después de que
