CAPÍTULO 5

2104 Words
Lo primero que se viene a la cabeza es que va a tomar represalias en mi contra; que me va a echar la culpa a mí y que se me va a venir encima otra vez, para atacarme. Pero nada de eso sucede. Lo único que hace es lanzarme una mirada llena de desprecio y odio. Algunos tratan de hablar con él, pero, airado, los aparta de su camino y sale del vestíbulo del área administrativa, dejando un mar de desconcierto y asombro entre los que están presentes. —Oh, Dios mío —gime María, angustiada, viéndole marchar. Se lleva una mano a la boca y reprime las ganas de llorar. Luego, regresa la vista a mí—. ¿Lo ves? ¿Ves lo que va a pasar si les cuentas a los de la Junta lo que estaba haciendo? La miro, molesta. —Por favor, Mirena. Por favor, no digas nada. Te lo suplico. —Me agarra una mano, pero tiro de ella y me suelto. —A mí no me pidas nada —espeto con firmeza—. Eres una mujer adulta y bien sabías lo que hacías y las consecuencias que eso podía traerle a tu trabajo, pero en ese momento no te importó ni un poco. A este paso, los de la Junta ya deben de saberlo. Sé adulta y afronta las consecuencias de tus actos. Con firmeza avanzo y me alejo de ella saliendo del vestíbulo porque lo único que quiero es tranquilidad y escapar de las miradas especulativas y minuciosas de cada uno de ellos, esperando obtener más información de lo que ha pasado. No tengo idea de hacia dónde ir, la verdad es que lo único que quiero es estar sola para pensar y aguardar lo que va a suceder conmigo. Salgo del castillo para tomar aire y me voy a una parte solitaria desde donde se puede contemplar las vistas panorámicas que él precipicio ofrece. El viento frío mece las copas de los árboles y congela mis mejillas. En mi cabeza se arremolina una maraña de preguntas, dudas y pensamientos. «¿Cómo fue que se enteraron con tanta rapidez de lo que pasó?» «¿Por qué tomaron esa decisión tan drástica y repentina de despedir a Ioan, sin siquiera haber hecho una reunión en la que se fueran a votación?» Chasqueo la lengua, ofuscada al no generar ninguna respuesta. «¿Qué va a pasar?» «¿Por qué se comunicaron solamente con Ioan y no conmigo que era la otra involucrada en la confrontación?» Envuelta en todas esas preguntas estoy, cuando el sonido de hojas secas siendo pisoteadas llama mi atención. Rápidamente y dando un respingo, me giro para ver de quién se trata y ahogo un gemido de susto cuando me encuentro con ese mismo hombre desconocido. Él alza las manos como para decir que todo estará bien y le frunzo el ceño, desconfiada. —¿Q-Qué hace aquí? ¿Qué es lo que quiere? —inquiero, entre balbuceos. —Tranquila —dice con voz serena y baja las manos, dejando caer los brazos a los costados—. Tan solo he venido a saber cómo se encuentra. Estrecho la mirada con duda. «¿Por qué le importa tanto?» —Estoy bien —respondo a secas, sin abandonar mi postura reticente. —Sé que no nos conocemos de nada y le parecerá extraño mi repentino interés —manifiesta, dando pasos lentos y cautelosos para acercarse a mi posición, como si yo fuera un animalito que se va a asustar para salir corriendo a asustarse, cosa que quizá sea cierta. —Sí, así es —le interrumpo—. No nos conocemos y desde que estaba limpiando en ese baño noté que me estaba mirando con sumo interés. ¿Por qué? Sonríe. Es una sonrisa un poco torcida que me molesta un poco. —¿Qué es lo divertido? —cuestiono, sin poder ocultar mi irritación. —Nada. Perdón. Es solo que quizá te parezca absurdo lo que voy a decir —manifiesta, tuteándome como si nos conociéramos desde hace mucho. —Hable, entonces —demando, frunciendo mucho más mi ceño. Su sonrisa se ensancha y suspira, antes de clavar su mirada en mí y hablar: —Es que me pareció interesante... —¿Qué? —murmuro, contrariada—. ¿Interesante? —Sí. Interesante que una chica tan bonita estuviera limpiando pisos asquerosos, cuando debería de estar siendo admirada en ese museo. Suelto un bufido nervioso y a la vez irónico. —¿Está jugando conmigo, verdad? —No. De ninguna manera —niega—. Es la verdad. ¿Acaso tú no lo crees así? Río ligeramente y niego, con esa misma actitud irónica y escéptica. —Será mejor que guarde esos “halagos" para alguien más. Yo tengo mucho trabajo por hacer. Pase feliz día. Intento pasar de largo y marcharme, pero me corta el paso interponiéndose en mi camino. No lo voy a negar, es un hombre bastante misterioso que me intriga y me perturba en demasía, pero que a la vez me cautiva y me atrae en partes iguales, como en este momento, en el que está demasiado cerca y todo de él me envuelve: Su olor, su presencia, su atractivo físico, su mirada y hasta el tacto de sus largos dedos que se enrollan en mi muñeca cuando intento moverme hacia otro lado para esquivarlo y avanzar. Tirando de mi mano con algo de brusquedad, me zafo de su agarre. —Apártese, por favor —suplico, casi sin aliento. —Solo quiero... —Por favor —insisto, interrumpiéndole. Suspira profundo y asiente, apartándose de mi camino. Con prisa, huyo de él. [...] Me parece de lo más extraño que ya ha pasado un día desde el altercado y que ya han despedido a Ioan y a María, y a mí ni siquiera me han llamado para preguntarme qué es lo que ha pasado. «¿No deberían de hacerlo?» «¿No necesitan mi testimonio?» «¿Cómo diablos se enteraron que ella estaba involucrada, si yo no dije nada?» «¿Será que alguien más los vio o Ioan confesó lo que hizo?» El bendito pueblo es un hervidero de chismes. Todos y cada uno ya saben lo que pasó y el día de ayer, cuando salí del castillo para regresar a mi casa, tuve que ir a dar una terrible vuelta para no tener que pasar por en medio del pueblo y ser atacada por los habitantes que me conocen, que seguramente me iban a abordar con sus chismes. No quiero hablar de Ioan, ni de nada de lo que pasó. No me importa si a diario tengo que caminar más de la cuenta para conseguirlo, no estoy dispuesta a cruzar por el pueblo, a menos que sea estrictamente necesario. Suspiro mientras acomodo un cuadro de manera que quede derecho en la pared. Doy un paso atrás, inclino un poco la cabeza hacia un lado, luego al otro, mientras lo miro e inspecciono que esté bien. Y sí lo está, por lo tanto, doy la vuelta sobre mis talones y me pongo a hacer otra cosa. Lo bueno de que Ioan ya no esté y ya no sea el jefe, es que todo ha vuelto a la normalidad, me dedico a realizar nada más que lo que le corresponde a mi puesto de trabajo y tengo paz. Paz y mucha calma. Cuando termino con los asuntos del museo, voy a realizar la primera ronda con un grupo de turistas que tengo a mi cargo. Agarro los folletines, el conjunto de micrófono y auriculares conectados a pequeños radios, con el que voy a hablar y con los que los turistas van a escuchar la cháchara explicativa que les voy a dar sobre el castillo, mientras recorremos cada pasadizo, cada torre, cada sala y el museo. Salgo y voy a buscarlos. Me esperan en la entrada del castillo. Me paro frente al grupo, les doy la bienvenida y le entrego a cada uno los folletines y los aparatos con auriculares que se sincronizan con mi micrófono. Una vez que les explico cada indicación, comienzo el recorrido. Voy al frente, dirigiéndolos y hablando y hablando, mientras señalo con mis manos cada cosa que voy explicando o de la que hablo, haciendo gestos con las manos y articulando, mientras ellos me siguen y escuchan atentamente cada palabra que voy diciendo. El recorrido comienza por la parte exterior, a los alrededores del castillo. —La fortaleza fue construida en el siglo XIV por orden de Luis I de Hungría. Su propósito inicial fue la defensa fronteriza, especialmente contra el Imperio Otomano. Posteriormente, sirvió como punto aduanero y, tras restauraciones, como residencia de la reina María de Rumanía —explico—. Los encargados de su construcción fueron los sajones de Transilvania entre 1377 y 1388... Me quedo a media frase cuando mi mirada se posa en una de las bancas que hay esparcidas por el extenso jardín de arboledas, para que los visitantes puedan sentarse, descansar y contemplar las vistas. Él está allí, sentado despreocupadamente, observándome atentamente, como si me acechara, como si disfrutara de mirarme y ponerme nerviosa. La saliva y la respiración se me atascan a media garganta, y los nervios me anudan el estómago. «¿Qué hace aquí? Pensé que nunca jamás lo iba a volver a ver». Rápidamente, desvío mi mirada de él y la regreso al grupo que está esperando que siga hablando. Lo intento, pero apenas gesticulo algunos balbuceos ininteligibles. «¿Por qué parece como sí me buscara?» Como puedo, me fuerzo a seguir con la explicación, a avanzar y a no volver a voltear en su dirección. Me cuesta un gran esfuerzo, porque como un pequeño objeto de metal, atraído por una fuerza magnética inmensa, me siento tentada de mirar en su dirección una vez más, para saber si continúa viéndome. Aunque no es necesario que lo haga para saberlo; siento su mirada en mí, abrasando mi piel, quemándome, traspasándome... «Dios... ¿Quién es y qué es lo que quiere de mí?» Por suerte, ya queda poco trayecto para terminar el recorrido de afuera y empezar con el de adentro. Así que, una vez que entro con todo el grupo, suspiro con alivio porque ya no tendré que verlo más. O al menos eso es lo que espero. [...] Durante el resto de la jornada no lo he vuelto a ver, ni siquiera en los otros tres recorridos que me tocó llevar a cabo. Cuando la hora de salir llega, voy a marcar mi tarjeta de salida, me despido de los compañeros que me encuentro y salgo. Con normalidad cruzo el trayecto desde la puerta del castillo hasta el enorme portón que da acceso a la propiedad. Apenas atravieso el umbral de dicho portón, cuando se me aparece por el costado, como el diablo acechando a un alma que quiere devorar. Del susto que me causa doy un respingo y se ríe. Su risa es hermosa, perfecta, varonil, contagiosa; dientes perfectamente alineados y tan blancos que deslumbran. —¿Te doy miedo, pequeña? —se burla, todavía riendo. Pero, a pesar del dejo burlón, su voz es tan suave como el coñac y noto un revoloteo en mi estómago. Trato de encontrar las palabras adecuadas en la maraña emocional que se ha convertido mi cabeza. —Si alguien me acecha y me acosa como usted lo hace, por supuesto que sí, me da miedo —manifiesto, seria y hasta un poco molesta. Pienso que mi comentario le va a molestar, pero solo alimenta su risa. —Lo siento —dice, haciendo un movimiento grácil, como el de un felino, para pararse frente a mí—. No era mi intención hacerlo. Solamente no quería que te me escaparas. —¿Que no me escapara? —murmuro, enarcando una ceja, irónica—. Eso es justamente lo que diría un acosador. ¿Qué es lo que quieres? ¿Por qué últimamente te me apareces por todos lados? Ríe con algo de suficiencia y el revoloteo de mi estómago aumenta cuando reparo en que nada más esa sonrisa debe de ser capaz de hacerle conseguir todo lo que quiere... Que incontables mujeres se han bajado las bragas con solo sonreírles. Y a diario. —Solo quiero dos cosas —dice y hace una leve pausa, clavando esa mirada que destella algo que no puedo descifrar en mis ojos—, primero, conocerte. —En sus comisuras se esconde una sonrisa—. Segundo, que seas la madre de mis futuros hijos.
Free reading for new users
Scan code to download app
Facebookexpand_more
  • author-avatar
    Writer
  • chap_listContents
  • likeADD