Trago saliva con dificultad; aún tengo el susto en el cuerpo y el corazón me da un vuelco.
«¿Qué hace aquí? ¿Por qué me ha defendido?»
Rápidamente, llevo mi vista de regreso a Ioan. Ya se ha levantado del suelo y ha montado en cólera, se le eriza el vello de los brazos, aprieta la mandíbula y en sus hombros se observa la rabia contenida. El marrón de sus ojos arde de la ira cuando enfrenta al desconocido.
—¿Quién diablos eres tú y por qué te metes en lo que no te importa? —le ruge con ferocidad, pero el desconocido ni siquiera se inmuta.
Lo agarra por el cuello cuando se le acerca y quiere devolverle el golpe. Sonríe con petulancia y con empujón lo devuelve atrás, provocando que casi vuelva a caer al suelo.
—¿Golpeando y humillando a una indefensa mujer es como te sientes más hombre? —le reprocha con tono burlón.
Ioan se limpia con el dorso de la mano el hilo de sangre que brota de su labio partido. Le muestra los dientes con un gruñido e intenta irse encima de él otra vez, pero en un movimiento ágil el desconocido lo esquiva y se hace de su muñeca en un agarre doloroso. Luego le gira el brazo lo suficiente como para obligarlo a darse la vuelta antes de que se rompa el codo. Mueve su brazo hasta que la muñeca de Ioan toca sus omóplatos y hace una mueca de dolor.
—¡Suéltame o te vas a arrepentir! —le exige Ioan, pero entre más exige, más presión ejerce el desconocido en su brazo.
—¿Tu madre no te enseñó a respetar a una mujer? —le replica—. ¿No te enseño que a ellas no se les toca ni con el pétalo de una rosa?
—¡He dicho que me sueltes! —brama Ioan.
Yo estoy congelada, ni siquiera puedo pensar con claridad y oprimo mi espalda contra la pared. El escándalo que ha generado la discusión ha provocado que varias personas se amontonen alrededor para saber qué está pasando.
Si no fuera por la intervención de algunos hombres del personal de seguridad del castillo, probablemente hubiera habido más golpes o se habrían terminado matando. No lo sé y quizá nunca lo sabré, y eso es lo mejor.
Los dos hombres se miran con ganas de matarse, pero no hay más nada que puedan hacer para lograrlo, porque son separados con firmeza.
Antes de ser llevado a otro lugar, Ioan mira en mi dirección con los ojos endurecidos. Lo miro fijamente. Me tiembla el cuerpo, la cabeza y el alma, pues sé que todo esto traerá repercusiones, tanto para mí, como para él, sea que yo vaya con los de la Junta y diga algo de lo que ha pasado o no.
Se ha ido a golpes con un turista... un cliente. Ya de por sí eso es malo para la reputación del castillo y mucho peor para él, siendo el jefe de todos nosotros y quien debe imponer el ejemplo de la templanza.
«¿Qué irá a pasar?». No tengo ni la menor idea.
Las personas comienzan a dispersarse, aunque lanzan miradas curiosas en mi dirección antes de marcharse. Yo todavía estoy temblando y a lo lejos escucho al desconocido dándoles una ligera explicación a los de la seguridad sobre lo que ha pasado.
Dirijo mi atención a él en el mismo momento en que da pasos dirigiéndose adonde estoy. Se para frente a mí y me mira, agachando un poco la cabeza y paseando la mirada por mi rostro, como si me inspeccionara.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —pregunta.
Su voz profunda y varonil me causa un escalofrío que derrite mi columna vertebral. El olor de su colonia inunda el aire a mi alrededor y golpea mis fosas nasales, embriagándome.
Trago saliva e incapaz de verlo a los ojos, agacho la mirada hasta el suelo y asiento moviendo la cabeza.
—¿Segura? ¿No le hizo daño? —insiste.
Vuelvo a tragar y hablo.
—Estoy bien. No se preocupe. Le agradezco por ayudarme. —Mi voz es un susurro apenas audible y el rubor me quema las mejillas y toda la cara como si la tuviera frente a brasas ardientes.
Me obligo a separar la espalda de la pared y antes de que él pueda decir otra cosa, me marcho aprisa, casi huyendo de su presencia.
Con mis pasos resonando sobre el piso de piedra, camino por uno de los pasadizos que llevan hacia el área de las oficinas administrativas para tantear la situación.
«¿Qué tal si me ha echado toda la culpa a mí y me ha metido en problemas para terminar de hacer mi vida más difícil de lo que ya lo hace?»
Cuando llego, abro la puerta y entro. Algunos compañeros están allí adentro, murmurando, y al verme guardan silencio y me miran furtivamente, con la curiosidad trenzándose en sus semblantes.
—¿Dónde está Ioan? —indago.
—Está adentro —responde Andreea, señalando con un movimiento de su cabeza la oficina del Gerente, o sea, la oficina de Ioan—. No sé cómo, pero el presidente de la Junta Directiva se ha enterado de lo que ha pasado y está teniendo una videollamada con él.
—¿Qué? ¿Tan pronto? —exclamo, perpleja.
Es que, «¿cómo puede ser eso posible?» No han pasado ni cinco minutos.
—Ni idea, Mirena —dice Andreea con un encogimiento de hombros. Se acerca a mí y moviendo sus ojos dentro de sus cuencas, mira a los lados y luego fija la mirada en mí para preguntar en voz baja—: ¿Y qué es lo que ha pasado? Dice Matei que se ha ido a los golpes con otro hombre... Un cliente.
Abro la boca para decir algo, pero en eso María entra y se acerca.
—Mirena, ¿podemos hablar? —me dice, sumamente preocupada. Mira a Andreea—. ¿Puedes darnos privacidad, por favor?
Andreea me mira, con la interrogante en su cara. Con un cabeceo le pido que nos deje. Cuando se va, levanto la barbilla y cruzando los brazos sobre el pecho, miro a María.
—¿Qué quieres?
—Quiero pedirte que no le cuentes a nadie lo que viste entre Ioan y yo, por favor. Sabes muy bien que si los de la Junta se enteran, mi trabajo peligraría y no hay otro lugar donde pueda ir a trabajar.
Me da rabia que me pida eso y aprieto los dientes y endurezco la mirada.
—No puedo prometerte nada. Quizá ellos ya lo sepan —digo—. Andreea dice que el presidente ya sabe que se fue a golpes con ese hombre...
—¡¿Qué?! —exclama, tan sorprendida como yo lo estaba.
Encojo los hombros, porque ni yo tengo idea de lo que ha pasado.
La conversación llega hasta allí, cuando Ioan sale de su oficina con el semblante decaído y nos mira a todos.
—Me han despedido —anuncia.