Con lágrimas gruesas y amargas nublando mis ojos y un dolor horrible oprimiendo mi pecho, donde se ha instalado, pareciendo que jamás se va a esfumar de allí, me lanzo al pecho de mi madre y lloro, sacando ese dolor, hasta que el pecho me arde como si hubiera tragado brasas ardientes.
Es horrible. Yo sabía y estaba mentalizada que cuando mi madre muriera me iba a doler, pero estaba segura de que todavía faltaba mucho para eso y su muerte me ha tomado desprevenida. Totalmente desprevenida, pues no sé cómo pasó, si anoche estaba bien, feliz, alegre... ¡¿Cómo diablos pasó de eso a esto?!
—¿Ya te sentías mal, mami, y no quisiste revelármelo para no angustiarme? —le pregunto, aunque sé que no obtendré respuesta—. ¿Presentías tu muerte y esa sonrisa en tu rostro solo era una máscara para escon
