Por alguna razón, Anabis cedió. Anael no sabía cómo ni por qué y agradecía a quién quiera que haya intervenido para que eso ocurriera. De ahí en más las cosas siguieron su cause. Y aunque el ángel se arrepentía incesantemente de haber aceptado irse con Anael luego de la reunión, podía excusarse con que fue el alcohol, pero eso no aplicaba en ella, por lo que decidió continuar sin más, sabiendo que luego de lo que Anael prometió, el sexo de un par de alcoholizados inmortales no afectaba tal pacto. Hicieron el amor, aunque ella no lo admitiera él sabía que así era. Y los cielos también, puesto que hacía horas llovía incontrolablemente. O también era porque estaban en Londres, donde llovían 116 de los 365 días del año. —Querida, tengo una sorpresa para ti— le sacó el edredón de la cabeza g

