Anael

1316 Words
Anabis  pestañeó afectada por aquel que ya había convertido en su enemigo número uno, e inmediatamente hizo aparecer un vestido nuevo al estilo romano sobre su cuerpo, el demonio la miró con una ceja levantada —¿Con que exhibicionista, no? Caramba angelita... Debo decir que me encantan tus fetiches. Pudiste tapar ese sexy cuerpo tuyo en cualquier momento y decidiste el peor... Debo decir que me gustas más al natural— Seguía comentando Anael mientras ella se iba acercando con los ojos puestos en su herida e ignorando intencionalmente sus palabras, no quería ponerse más nerviosa de lo que ya estaba... Nunca había conocido un desterrado o demonio como se les conocía humanamente hablando, y este en particular, la hacía sentir cosas extrañas en su cuerpo. Anael se vio obligado por la ángel a salir del cobijo de aquel árbol de fruto tropical que había tomado como aposento y se reclinó en una piedra que estaba cerca de la laguna en la que ella tomaba su baño. Quitó su camisa Tommy Hilfiger negra satinada y embarrada en sangre con un gran agujero a lo largo de su costilla y dejó ver los tatuajes que le habían obsequiado como despedida del Cielo. Anabis, nerviosa al ver el torso masculino desnudo no sabía a donde mirar y el demonio notó su nerviosismo —¿Ahora que te sucede? ¿Te comieron la lengua los arcángeles? —Déjame en paz y deja de insultar a mis hermanos—replicó alterada y haciendo aparecer un brillo de diversión en los ojos de aquel demonio que, dicho sean de paso, eran tan llamativos como dos piedras de jade, el verde que poseían nunca antes lo había visto y le quedaba tan extrañamente bien en aquel rostro rudo y con vellos faciales que mostraban no se había afeitado en un par de días—Nunca he... nunca he atendido a un desterrado, no sé cómo sanarte. —Deberías empezar dejando de llamarme desterrado, no es correcto hablarle a los demás de esa forma—la regañó como niña pequeña—Mi nombre es Anael, ya habrás escuchado de mí, y sáname como mejor te parezca, si sirve de algo te diré que fue una fleche enviada por uno de los tuyos. Anabis no sabía qué parte le sorprendía más: El hecho de que estaba ante Anael, el hijo preferido de Padre y que había sido condenado a manejar el Infierno. El asunto de cómo poseía aún sus alas si era el desterrado original? ¿Otros desterrados también tenían alas? ¿Debía de dejar de llamarle así? Y ¿Por qué uno de sus hermanos habría de herirle de tal forma? Anabis se controló y posó sus manos sobre el abdomen de Anael, él sintió como un extraño calor se extendía hacía su propio cuerpo mientras el toque se hacía más fuerte debido a la presión que ella aplicaba para sanar. Mientras ella se encontraba ocupada limpiando aquella herida tan infectada, Anael se dio el lujo de detallarla de cerca, no paso por alto el toque chispeante que había recibido cuando los suaves dedos femeninos tocaron su abdomen, tampoco evadió el creciente dentro de sus pantalones, tan sólo detalló cada detalle de aquella figura angelical. Su cabello azabache hasta más allá de las caderas, sus ojos tan celestes como un cielo limpio, sus largas pestañas y sus amplios labios rojizos que incitaban a besarla. Bajó la vista hasta sus senos y se saboreó los labios recordando como lo había encontrado ella a él: desnuda y mojada, con las cumbres brillando por el agua y los pezones rosados y apretados por el frío de la noche... —Oye! —Anabis tronó los dedos en su cara pero Anael nada que respondía. Se preguntó si sería algún efecto del veneno, pero por fin el demonio pestañeó. —¿Me haz dicho algo?—Preguntó aturdido —Pregunté si ya te sientes mejor— Ella habló con paciencia. La sensación punzante había desaparecido, no lo habría notado si ella no lo hubiera sacado de su ensoñamiento, pero se sentía gratamente aliviado. —Sí, gracias— murmuró. No solía agradecer, a nadie. —Bien...—Dijo Anabis levantándose y abriendo sus alas para emprender vuelo, cuando una tosca pero suave mano la tomó por el brazo. —Espera... Ya me curaste, es hora de charlar. Anabis se imaginó que sucedería, simplemente no esperó sentirse tan nerviosa cuando invitó a Anael a su cueva detrás de la cascada, ni cuando le preguntó su nombre y ella se lo dijo pero realmente no esperaba encontrarse en la misma cama que aquel demonio. Anael se situó en el extremo inferior dándole su espacio a la ángel que se sentó en el medio de la cama en posición de indio y de forma alejada a él, entendiendo sin palabras el nerviosismo que tenía ya que una ángel como ella seguramente nunca se había encontrado en una situación así con un hombre y aún menos, un demonio. —Así que Él te envió a hacer su trabajo ¿no? Típico—Dijo Anael en tono sarcástico y con mucho enojo en su voz —No te expreses así, Padre me premió con este trabajo y no lo defraudaré.—Tenía carácter pero no tanto como él, o eso es lo que pensaba Anael —¿Eso piensas? Entonces, según tú, ¿A mi también me premió con el mío? No seas ilusa, Anabis, eras su consentida y mira como te tiene: Escondida en la Tierra para que nadie te vea. Eres como un tesoro de cualquier codicioso, escondido en una pared o debajo de la cama, donde quiera que sea que no te de el sol y que nadie más te vea. Anael tenía un punto pero Anabis nunca le daría la razón, sabía lo que era: Un embaucador demonio, eso le habían dicho: Nunca le creas a un demonio. Decidió interceder un poco y cambiando de actitud se acerco a él, que se encontraba cerca de la cortina que formaba el agua de la cascada pensativo y con el ceño fruncido, no sintió la aproximación del ángel y por eso su corazón se aceleró al sentir su voz tan cercana y melodiosa. —Anael, ¿Por qué no dejas tu rencor, tu mal genio y vuelves a los brazos de Padre? Estoy segura de que te recibirá con amor...- Decía dulcemente como quien habla con un niño malcriado, y Anael explotó —¿Que no lo entiendes, tonta? Yo nunca me fui. El me expulsó. Me mandó a hacer su trabajo y yo cómo un tonto siervo lo seguí. Igual que esta haciendo contigo. Te maneja a su antojo...—Rojo de la ira, Anael caminó hasta el centro de la cueva, alejándose de la cascada y de esa angelucha que se creía en el derecho de interceder por él y su supuesto padre, ¿Quién carajos se creía esa malcriada del cielo? Bajando un poco la voz habló —No eres nadie para hablar sobre esto, no es tú problema y no te interesa, el destino esta marcado asi que... Sólo sigue siendo una ciervita tonta y ciega que yo me alejare de aquí—Todo esto fue dicho sin mirar a la mujer que no sabía qué sentir en el momento, si alegría porque tal venenoso saldría de sus tierras, curiosidad por las cosas que no le eran contadas, incredulidad por lo que Anael le decía, ya que realmente le había descrito él como adquirió ella ese trabajo, ¿Será verdad? ¿Es todo una vil mentira? Sin darse cuenta, las alas negras se abrieron a una magnitud tal que sobresalía por fuera de la cascada, tomó el brazo derecho del demonio y, mirándolo a los ojos le dijo: —Espera, Anael, no te vayas. Y si... Quiero escuchar tu versión de la historia, ¿Me la dirías?
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