2. "Sueños húmedos con el jefe"

2799 Words
  Al día siguiente, cuando me presenté en mi escritorio, el señor Garret ya me estaba esperando, a pie de la puerta de su oficina, sus brazos cruzados sobre su pecho, mirándome. Estaba sudada, el sudor transpiraba sobre mi blusa blanca de lino y mi pecho subía y bajaba con rapidez, haciendo que él desviara su atención a ellas. Había estado corriendo por toda la ciudad para tratar de llegar a tiempo, pero supongo que fallé por la forma en la que me estaba mirando, más enojado de lo normal.   Miró su Rolex como siempre y me miró a los ojos.  —Cinco minutos tarde, señorita Rivera —dijo, sentándose al borde del escritorio. — Ha sido una chica mala, creo que hay que castigarte.   Le di una sonrisa coqueta y batí mis pestañas hacia él. Extendió su mano y la tomé, dejando que me metiera en medio de sus piernas. Sus labios muy cerca de los míos, su rostro a centímetros del mío, nuestras respiraciones entrelazadas. Pasé la lengua a través de su labio inferior y lo sentí suspirar, pero antes de que pudiera tomar mi boca en un beso, me alejé y en cambio, susurré en su oído, como sabía que le gustaba.  —Castígueme, señor Garret, he sido muy mala —murmuré, y me eché hacia tras para que nuestros labios conectaran, como siempre me gust…  —¡Angela despierta! —gritó mi cuñada, trayéndome a la realidad de repente.   Parpadee sorprendida, para encontrarme a mi cuñada casi sobre mí, mirándome con una extraña mueca en el rostro.  —¿Qué demonios pasa? —pregunté, mal humorada y un poco caliente. Ella había interrumpido mi casi beso con el señor Garret ¿por qué me hacía esto?  —Estaba murmurando cosas sobre ser una chica mala y castigos —dijo, confundida. Colocó sus manos sobre sus caderas y me dio una mirada severa. — ¿Has estado teniendo sueños calientes otra vez con tu jefe?   Mi cara enrojeció, declarando mi vergüenza. Metí la cabeza dentro de la almohada y ahogué un gemido, consciente de que mi cuñada seguía viéndome. No quería que supiera que mis sueños mojados con mi jefe seguían, pero no podía evitarlos. Era un diablo, pero un diablo tan condenadamente sexy y atractivo, que de alguna manera tenía que suprimir mis sentimientos sexuales hacia él. mis sueños mayormente trataban de besos mojados, caricias rusticas y folladas fuertes sobre el escritorio o el ventanal.   Me senté en la cama, tratando de que el calor corporal bajara de temperatura y traté de serenarme.  —De todas formas, ¿qué es lo que quieres?  —Ya son las ocho, creo que, si no te mueves, vas a llegar tarde   Abrí los ojos como platos, antes de mirar el reloj de mi mesita de noche. ¡Diez para las ocho! Mierda, si no me movía, iba a llegar super mega tarde. Salté de la cama, mientras Delia me miraba como si de repente me hubiese vuelto loca, y comencé a buscar cualquier cosa decente para ponerme. No me daba tiempo de ducharme, buena suerte que lo hubiese hecho anoche, por lo que cepillarme los dientes y lavarme la cara tendrían que servir. Nueva York era una ciudad colapsada en un buen día, iba a tardar todavía más en llegar hasta las oficinas.   Hoy teníamos una reunión importante con un cliente, el señor Edwars. Un importante empresario, súper mega millonario quería construir la casa de sus sueños en el país y había contratado nuestra empresa para que se hiciera cargo de todo. La reunión de hoy era para conocerlo, entablar los detalles y saber que quería del proyecto, luego, el señor Garret y nuestro equipo tendría que trabajar día y noche para hacer que todo saliera perfecto.   Me puse una falda de tubo lápiz, una camisa blanca de lino, y mis tacones de diez centímetros. Amarré mi cabello desordenado en un moño, con algunas hebras sueltas, pero no me daba tiempo de fijarlas y apliqué un maquillaje suave y rápido, sin querer demorarme demasiado en ese paso.   Media hora después, cuando llegué a las oficinas del señor Garret, a la primera que saludé fue a la recepcionista. Candace era su nombre y siempre estaba sonriente y complaciente, me caía bastante bien, era divertida y disciplinada, aparte de que siempre soportaba la mierda de nuestro jefe sin quejarse, algo que no todos lograban. Era conocido que la mayoría de las renuncias de la empresa, se debían al estrés causado por el excesivo trabajo. Sí, la paga era fabulosa, eso no se podía negar, pero también exigían bastante de ti.   Si querías tener una vida social activa, entonces era mejor que no trabajaras para The Group Garret In. Iba a consumir tu tiempo, te daría un infierno de estrés, adelgazarías, tus relaciones se verían afectadas y tendrías que hacer casi magia algunas veces. Lo había aprendido con el tiempo, sobre todo porque al ser yo la asistente del presidente de la compañía, recaía en mí una responsabilidad enorme. Muchos habían creído cuando llegué, que no aguantaría más de dos semanas, sobre todo porque me veían menuda, delgada y con una sonrisa amable y dulce, pensaron que Evans Garret iba a masacrarme, inclusive supe que RRHH ya tenía una carta de renuncia hecha para mí, esperando a que fracasara.   No lo hice, llevaba seis meses en la empresa y por más crisis que pudieran ocurrir, no me había rendido. Sí, no era nada fácil y quería matar a mi jefe más veces de las que eran sanas, pero seguía en pie, demostrándole a todos que una carita bonita no era nada si no venía con una buena actitud y mucha personalidad.  —Buenos días, Candace, ¿ha llegado algo para el señor Garret? —pregunté, dándole una sonrisa a la recepcionista, aunque estuviera llegando tarde ya.   Asintió y me entregó al menos diez sobres sellados, a la espera de que fueran subidos a su despacho.  —Aquí tienes.  — ¿Ha llegado ya? —pregunté, esperando que ocurriera un milagro y me dijera que no.   Pero mis esperanzas se fueron por el caño cuando ella me dio una sonrisa triste, preguntándome con la mirada si hablaba en serio.  —¿Cuándo el señor Garret ha llegado después de las seis de la mañana? —preguntó, como si yo fuera tonta.   No dije nada más, me fui directo hacia los ascensores, batallando con los sobres, mi cartera y el café que había comprado de camino para mí. Mi jefe no bebía café de una cafetería normal, el suyo era fabricado por un barista que había contratado, se encontraba dentro de la cocina del edificio, y le preparaba café a todos los que quisieran. Sin embargo, no me gustaba aquello tan espeso y caliente, prefería mi café básico comprado en una cafetería normal y que no costaba una semana de mi sueldo.   Cuando llegué arriba, encontré el mismo desorden de siempre. Personas yendo de aquí para allá, todos angustiados y apurados por la reunión de hoy. Evans Garret volvía loca a la gente un día normal, imagínate cuando había una reunión importantísima con un futuro cliente, que además quería el proyecto del año. Debía estar con los nervios hecho mierda y yo llegando tarde no iba a ser divertido.  —Evans te está esperando en su oficina, y está furioso porque has legado tarde —dijo Serena, pasando junto a mí. Serena era una perra odiosa, también bastante bonita y la directora general de Marketing, una de las socias minoritarias de la empresa. La odiaba, me caí mal porque pensaba que tenía el poder de todo. — Así que muévete.   Fruncí el ceño ante su demanda, pero no tenía tiempo para quedarme aclararle que no recibía ordenes de ella, eso quedaría para después. En cambio, fui directa hacia la oficina de mi jefe, ni siquiera me detuve a tocar, demasiado concentrada en que no se me callera nada. Miré mi reloj, estaba llegando siete minutos tarde, dos más que en el sueño.   Lo encontré sentado sobre la oficina, escribiendo alfo furiosamente, mientras le gritaba algo a alguien por teléfono. Reprimí el impulso de saltar mientras lo escuchaba, no quería que pensara que le tenía miedo porque si n iba a ponerse peor. Dejé los sobre su escritorio en silencio y con lentitud, mientras sentía sus ojos en mí, sin parpadear, intensos y reales.   Dos segundos después se despidió y colgó el teléfono, sin esperar una respuesta.  —Siete minutos tarde, señorita Rivera —dijo, y por mi mente pasó la imagen de mi sueño, donde me decía exactamente eso. — ¿Quiere que llame a recursos humanos y me queje de su impuntualidad?  —Lo siento, señor Garret, se me hizo un poco tarde hoy.  —Justamente cuando tenemos una reunión tan importante, usted decide llegar a la hora que se le da la gana, no sé si cree que esto es un juego, pero mi empresa se ha mantenido siendo la numero uno del mercado porque tengo trabajadores responsables y calificados.   Casi puse los ojos en blanco, antes de regañarme mentalmente, si lo hacía, entonces iba a enojarse más y quien sabe cuánto tiempo iba a tenerme dándome sermones. Dios, parecía un viejo, hablaba como una y muchas veces se comportaba como uno, pero seguía siendo tan increíblemente guapo. Mientras él seguía hablando, no podía dejar de mirar su barba de dos días, tan espesa y hermosa, o que sus ojos lucían increíbles y que a pesar de que pasaba horas trabajando, nunca tenía ojeras. ¿Usaba alguna crema? Necesitaba que me la recomendara, yo sobrevivía a punta de corrector.  —Señorita Riviera, ¿me está escuchando?   Parpadee, volviendo al presente.  —Por supuesto —mentí, como si aquello fuera una locura.  —Espero que todo esté listo para cuando el cliente venga, sabe bien que no tolero deficiencias, para eso le pido que llegue temprano todos los días.  —Ya he dejado todo listo, no falta nada.  Lo pensó durante un momento, buscando con qué más fastidiar.  — ¿Dónde está el pasante que te pedí?  —Ya lo llamé, pero creo que se le ha hecho tarde —dije, con una pequeña sonrisa. Sus ojos se entornaron al darse cuenta de que me estaba burlando, pero me daba un poco de risa. El pasante era necesario para la toma de notas y también servía como ayudante del señor Garret cuando yo estaba demasiado ocupada con otras cosas, necesitaba a alguien que estuviera preparado, pero estaba llegando tarde también y mi jefe iba a volverse loco.   Se acercó a mí, invadiendo mi espacio personal, por lo que presioné mis piernas, mi punto seguía sensible por el sueño de esta mañana.  —¿Estás burlándote de mí? —preguntó, tuteándome. Cuando hacia eso, sabía que significaba peligro, debía alejarme.  —No, por supuesto que no señor Garret —dije de vuelta, inocentemente. Di un paso hacia atrás, consciente de que estábamos demasiado cerca para ser saludable. — Le he dejado toda la información referente al cliente en un correo, se lo envié hace veinte minutos, sé que le gusta leerla antes de cada reunión. También he llamado a cafetería para que tengan listo el desayuno —abrió la boca para hablar, pero seguí hablando. — Y sí, les dije que nada de huevo porque su médico me llamó hace unos días y me dijo que tiene el colesterol alto, también he pedido que solo productos deslactosados, si ve en el informe, el cliente es intolerante a la lactosa. También he pedido que mientras está aquí, lleve su auto a lavar y me han dicho que en media hora vienen a buscarlos, me encargaré de darle las llaves.   Se quedó allí, mirándome fijamente, seguramente buscando alguna excusa, algo para ponerme hacer. No lo tenía, por supuesto, Garret sabía que hacia mi trabajo muy bien, una de las razones por las que dejaba que llegara siete minutos tarde algunos días, porque pasara lo que pasara, tendría mi trabajo listo y a tiempo.  —Ah, y mejor póngase la corbata roja, esa le queda fatal —dije, antes de darme la vuelta y salir de la oficina, con una sonrisa de suficiencia en mis labios.   Después de eso, me fui a mi propio escritorio y me quedé terminando de organizar el desayuno gourmet que iban a servir, para el cliente y para mi jefe. Serena en escogió ese momento para acercarse a mí, mientras revisaba unos documentos de mis estantes. Supe que era ella por el repiqueteo de sus tacones de agujas, pasos decididos, cortantes y seguros, justo como era ella. Una mujer hermosa, divorciada y sin hijos, era la favorita de la empresa para algunos y una perra sin alma para otros.   Apenas me vio, una mueca de desagrado apareció en su rostro. No era un secreto para nadie que me odiaba, le caía mal y no tenía idea de por qué. Algunas malas lenguas aseguraban que era porque pasaba mucho tiempo junto a mi jefe, y ella estaba un poco celosa, decían que había estado enamorada de él, pero que Garret no le prestaba ni un poco de atención. Un poco ilógico, tomando en cuenta que era preciosa, con el cabello rubio ceniza, corto por los hombres en un corte elegante y respingado, unos lindos ojos verdes y la piel como porcelana. Si hubiese sido hombre, no habría dejado escapar una mujer tan bonita.   Además de que era bastante inteligente también, era una de las socias de la empresa y se había sabido ganas su puesto como tal. Era respetada, envidiada y hasta odiada por las mismas razones, así que no podía entender cómo una mujer así podía sentirse en desventaja frente a mí. Mi jefe me odiaba, jamás en la vida se fijaría en mí, creo que ni siquiera me consideraba como una persona aceptable en su vida, sólo estaba para servirle, ya había dejado claro eso hacía mucho.  — ¿Se le ofrece algo, señorita Jones? —pregunté, en un tono bastante tenso. No se me había olvidado la manera de hablarme de hacia un momento, pero tampoco quería comenzar una discusión en estos momentos.   Unas carpetas fueron tiradas sobre mi escritorio, lo que me hizo sobresaltar. Miré a la culpable, fulminándola. ¿Qué demonios le pasaba conmigo?  —Ordéname las carpetas por colores, necesito entregárselas a Evans antes de la reunión.   Miré los informes, eran los mismos que le había enviado, pero cuando lo hice estaban ordenados y limpios. No podía ser una coincidencia, ella estaba tratando de molestarme, no era posible que una mujer como Serena hiciera un mierdero de unos simples documentos, simplemente quería que hiciera su trabajo y doblemente. Suspiré en resignación, decidiendo que hacer. Podía mandarla a la mierda, pero eso solo ocasionaría que hiciera un escándalo y ahora mismo Evans era lo que menos necesitaba. El cliente ya estaba por llegar, tampoco quería que hubiese ningún problema, mi jefe cortaría mi cabeza antes de preguntarme si había sido mi culpa o no.   En cambio, le di una dulce y falsa sonrisa a Serena, decidiendo llevar la fiesta en paz… por ahora. Eso no quería decir que iba a ser su jodido juguete cuando quisiera, era mejor que se metiera eso en la cabeza.  —Voy a hacerlo, no se preocupe —dije, tomando las carpetas para ordenarlas. — Pero le recuerdo que yo trabajo para el señor Garret, para nadie más.   Se inclinó, echando fuego. — Soy una de las socias, si te pido que recorras el jodido estado de Nueva York en bragas y sostén, tú lo haces ¿me has entendido?   Sonreí, pero no le di una respuesta. Justo en ese momento, Evans salió de su oficina, la mirada que nos dio nos hizo saber que le parecía extraño que estuviéramos tan cerca, matándonos con la mirada. Serena se echó hacia atrás y le dedicó una sonrisa tan brillante, que me pregunté si era posible que sus ojos comenzaran a brillar. Dios, era tan obvia que resultaba insultante mirarla, babeando sobre mi jefe.   Quiero decir, yo también babeaba por él, pero al menos era un poco menos evidente.  —Señorita Rivera, ¿ya está todo listo? —preguntó, parpadeando hacia mí, ignorando deliberadamente a Serena.   Asentí, terminando de organizar la carpeta y se la entregué. En cuanto estuvo firmada, fui hacia la sala de juntas y me percaté de que el desayuno estuviera siendo servido correctamente. Ya me habían avisado que el cliente estaba llegando, por lo que le avisé a mi jefe que estuviera listo y me quedé organizando las diapositivas, percatándome de que funcionara correctamente y todo fuera viento en popa.   Para cuando salieron dos horas después, ya teníamos el proyecto en manos y un infierno de trabajo por venir.      
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