3."Un jefe muy borracho"

4044 Words
  Arreglé mi cabello lo mejor que pude, el color nuevo me encantaba. Había ido a la peluquería, aprovechando que mi odioso jefe se había ido temprano del trabajo, una extrañeza y logré escaparme por unas horas. El color que antes había sido un castaño claro aburrido ahora estaba iluminado con unos hermosos reflejos dorados. Mis ojos, verdes y enormes, como me decía mi madre, brillaban. Me gustaba la imagen del reflejo frente a mí.    Mi teléfono celular sonó mientras maquillaba mi cara, tratando de no hacerlo en exceso, ya que no era muy buena maquillando. Lo mío eran los términos, las palabras y en un buen día los números. Me gustaba escribir también, pero en lo referente a la estética, era una gran inútil.    Sonreí al ver la sonrisa de mi novio en el identificador de llamada. Era una foto de los dos, en un viaje que hicimos a Disney en Orlando el año pasado. Estaba demás decir que fue el mejor viaje que tuve en mi vida.   —Cari sé que voy atrasada —murmuré al descolgar. — Sólo dame cinco minutos y estoy lista.    Cari el diminutivo de “cariño”, que usábamos frecuentemente cuando estábamos apurados.   —j***r ¿Ya estás arreglándote? —preguntó, lo que me hizo detener de inmediato. Su voz no sonaba como la de un hombre que estuviera emocionado por ver a su novia.    No, no iba hacerlo de nuevo.   —Sí, dijiste que ibas a pasar a las siete por mí —dije, mirándome frente al espejo fijamente. Ya no sonreía, ahora la chica que me devolvía la mirada estaba realmente enojada.   —Lo siento cari, pero me ha surgido algo y no voy a poder ir a recogerte.   —¿Qué quieres decir? ¿quieres que nos veamos en el restaurante? —dije, intentado hacerme la tonta.   —No, lo que quiero decir es que no voy a poder ir a cenar esta noche contigo. Papá me ha encargado revisar unas libretas de contaduría y se me va a hacer toda la noche aquí.    Esa era la tercera vez que escuchaba decir aquello. La primera fue hace tres semanas, cuando prometió llevarme a la inauguración del museo de arte contemporáneo, pero tuvo un percance con su coche y lo dejó botado en el camino, la segunda, una semana después, cuando dijo que iríamos al cine a ver la película de Star Wars que le encantaba, pero algo ocurrió con los ascensores y no pudo llegar a tiempo. La semana siguiente a esa simplemente ni siquiera se molestó en hacer planes, puesto que iba a estar de viaje con su padre.   —¡Dustin ya estoy lista! —exclamé enojada. — ¿No se te ocurrió decírmelo antes? ¡Y ésta es la tercera vez en el mes que me dejas plantada!    Yo también tenía bastante trabajo, no contaba con la suerte de tener a mi padre de jefe, pero siempre hacía tiempo para él. Después de todo, éramos novios desde hacía cuatro años, era lo menos que podía hacer.   —De verdad lo siento cariño, prometo que el sábado si saldremos. Sabes que acabado de convertirme en el gerente y...   —Sé que estás ocupado con la empresa, pero lo mínimo que puedes hacer es apartarte un tiempo para ver a tu novia. ¡Llevamos un mes que no nos vemos! —exclamé, realmente enojada con él.   —¿Qué te parece si la próxima semana pasamos la noche en mi casa? Papá me prometió que no me va a meter en ningún lio de nuevo, podemos ver películas, ya sabes, como en los viejos tiempos.    Suspiré y me senté en el taburete, dos horas arreglándome para nada. Ahora ni siquiera podría ver el bonito cambio de look que me había hecho para él.   —Está bien, pero es la última vez que te perdono que me canceles a última hora. Yo inclusive me había puesto el tanga que...   —¡Mierda! —exclamó—. Lo siento bebé tengo que irme, te llamaré mañana.    Y con eso, colgó la llamada.    Tiré el teléfono en la cama y me quedé mirando la alfombra morada y felpuda de mi habitación, tratando de recordar cuando fue la última vez que tuve sexo con mi novio. Sólo llevábamos un mes sin vernos, pero llevábamos mucho más tiempo sin tener intimidad, puesto que nuestros anteriores encuentros sólo fueron por un par de horas en lugares públicos. Me hubieses gustado de decir que nuestro alejamiento se debía a su nuevo puesto como jefe en la empresa de su padre, una agencia de viajes. Pero no era así, inclusive antes, las cosas habían estado mal también.    Llevábamos cuatro años juntos, pero último año había sido el menos favorito de todos. Él siempre tenía algo que hacer y con mi nuevo y demandante trabajo como asistente de Evans Garret, todo era mucho peor. Nos distanciamos a tal punto que no sabíamos ya que era lo que se sentía hacer el amor con el otro.   —¡Pensé que ya estabas lista! —exclamó Dalia, al entrar en mi habitación.   —Lo ha cancelado, de nuevo —dije, dejando caer mis hombros en decepción. De verdad había querido verlo hoy, me había puesto ropa íntima provocativo solamente para reavivar la pasión que parecía estar perdida entre nosotros.   —Que extraño —murmuró con sarcasmo. Se apoyó sobre la cómoda y negó con la cabeza mientras me miraba. — Ésta es qué... ¿la tercera vez que lo hace?   —Sólo en el mes, el mes pasado me dejó plantada una vez también —gruñí.   —¿No has pensado que tal vez tenga a otra?    Abrí los ojos como platos.   —¡No!   —¿Por qué no? Dustin es hombre querida, no sería nada extraño.   —Él no es así —aseguré con nerviosismo.   —Tiene pene, por lo tanto, sí es así.    Fruncí el ceño ante el comentario de mi cuñada.   —Es el nuevo gerente de la empres....   —Eso es lo que él te dice —interrumpió, lucia extrañamente seria. — Averigua por tu lado.    Iba a responder, cuando el teléfono celular sonó de nuevo. Me levanté de golpe y corrí a la cama, con la esperanza de que fuera Dustin, diciéndome que había cambiado de opinión y que pasaba a recogerme. Eso haría que Dalia cerrara la boca y dejara de hacer suposiciones sobre mi novio que no eran ciertas.    Pero no era él, sino mi jefe.   —Por tu cara, supongo que no es él —asumió, dándome una sonrisa poco entusiasta.   Puse mala cara, lo que ella notó.   —Es mi jefe.   —j***r, ¿no sabe cuándo terminan las jornadas laborales? —preguntó, mientras me fruncia el ceño. Ella sabía bien lo insoportable que era mi jefe, se lo había contado todo para no terminar explotando.   —Voy a contestar antes de que vuelva loco —agregué, molesta e indignada. Él no sabía cuándo detenerse, era su empleada, su mano derecha, pero no su esclava. No podía respetar ni siquiera mis noches. Ya consumía bastante de mis fines de semana y ahora ni siquiera me dejaría dormir, porque cuando el señor Garret llamaba no era para una tontería, si no para algo largo y tedioso.   —Mándalo al infierno —pidió mi cuñada saliendo de mi habitación, pero la ignoré. Si lo hacía, entonces me quedaría sin trabajo, y a pesar de todo, me gustaba mucho la empresa donde trabajaba, también me gustaba mucho la paga.    Descolgué el teléfono, antes de poder arrepentirme.   —Buenas noches, Señor Garret —saludé, mi tono de voz era poco entusiasta.     Pero no fue mi jefe el que habló.   —¿Señora Angela? —preguntó un hombre, no le reconocía la voz de nada.   —Hmm señorita, sí.   —Soy el dueño del bar la Rivera, Evans está aquí, borracho como el infierno, y puesto que la tiene a usted como único contacto en favoritos, decidí llamar para que lo venga a buscar.   —Espere, ¿Evans Garret?   —¿Cuál más si no? Este tipo está loco, de verdad. Se ha bebido una botella de Whisky solo, lo que es casi imposible para la mayoría de la gente.   —Voy ya mismo para allá, no deje que se vaya solo.   —Ven deprisa dulzura, si no voy a tener que llamar a la policía, ha estado mirando a varios clientes mal y estoy seguro de que quiere comenzar una pelea.   —No se preocupe, ya estoy saliendo para allá, sólo reténgalo unos minutos.    Comencé a registrar el suelo, buscando mis zapatos sin tacón. Siempre me estorbaban, pero cuando los necesitaba con urgencia ellos decidían esconderse. j***r. Me metí debajo de la cama, allí encontré uno, seguí buscando, hasta que recordé que mi sobrina le gustaba jugar con los zapatos de los adultos. Me dirigí a su habitación, pero los encontré a mitad de camino, tirados en el pasillo.    Me los coloqué, tomé mis llaves y mi bolso y salí corriendo de mi casa. Ni siquiera le avisé a mi madre o alguien más que me iría, simplemente salí de allí como si tuviera un cohete en el trasero. Cuando llegué a la calle, detuve a taxi, puesto que no contaba con un auto propio, y le indiqué la dirección que el hombre me había dicho por teléfono.    No se encontraba en un buen lugar de Nueva York, lo que era extraño. Evans siempre iba a los mejores lugares, reservaba en los más exclusivos restaurantes, sus habitaciones de hotel siempre eran una suite, nunca iba a algún concierto o evento a menos que fuera VIP. ¿Por qué se había ido a beber a un bar de mala muerte en pleno Brooklyn? ¿de quién se estaba escondiendo?    Estaba demás decir que era sumamente triste que yo, de todos, fuera la única que estaba en sus contactos favoritos. En el camino al bar, mientras miraba la ciudad pasar a mi alrededor, me di cuenta de que tenía que ser la única persona constante en la vida de mi jefe. Nunca lo había visto con nadie, ni a su madre, ni a su padre, ni siquiera una hermana, o algún otro familiar. Tampoco tenía amigos, pero eso también podía ser porque era se la pasaba trabajando todo el tiempo.    Era la única que estaba allí cuando necesitaba ayuda, y él me trataba como la mierda que era lo peor. No me extraña que estuviera tan solo si a todos nos trataba así.    El coche se detuvo minutos después frente al bar. Le pagué, lo que no fue nada barato, y me bajé de auto con rapidez. El bar tenía un cartel de neón que decía “Rivera”, lo que se me hizo gracioso, él había terminado en un bar con mi apellido. Al entrar, me di cuenta de que el lugar era muy diferente a los que mi jefe iba.    Había varios hombres bebiendo alcohol, las mesas eran de madera vieja, ni siquiera había un mantel para cubrirlas. El olor era pesado y el ambiente tenso, no me gustaba para nada aquel sitio.    Un hombre corpulento se acercó a mí en cuanto me vio entrar. Sólo vestía vaqueros y una camiseta verde oliva, con un paño de cocina apoyado en su hombro, por lo que supuse era el bartender.   —¿Angela? —preguntó, mirándome de arriba abajo.    Asentí incomoda.   —Soy el que llamó, está al fondo, no quiere dejar de beber y no tengo idea de cómo detenerlo sin incluir puñetazos —aseguró, señalándome el final del bar, en una esquina, donde casi no daba la luz, estaba mi jefe.   —Gracias por llamar, yo me hago cargo —dije, dejando al hombre de pie en la entrada después de darme el teléfono y dirigiéndome hacia donde mi jefe estaba.    La vista de él así, tan vulnerable, solo y borracho me impactó por un momento. Tuve que dejar de caminar para asegurarme que era él y que no estaba confundiéndolo con otro Evans Garret, porque eran como dos tipos diferentes. Mi jefe jamás se hubiese comportado así, era grosero y gruñón la mayoría de las veces, pero también muy elegante y primoroso. A decir verdad, la ordinaria de los dos siempre había sido yo.    Me acerqué despacio a él, pero no me vio por unos segundos porque estaba muy concentrado gruñéndole al tipo de a mesa de al lado, que también lo miraba mal de vuelta. Si no intervenía pronto, mi jefe iba a comenzar una pelea y en su estado y tomando en cuenta la figura corpulenta del otro tipo, no iba a ganar.    Me senté a su lado en la mesa y lo escuché gruñir apenas me vio. Sus ojos se quedaron un largo rato en mí, parpadeando para ver su estaba viendo bien. Oh sí, estaba viendo perfectamente bien.   —Señorita Patterson —saludó, arrastrando las palabras. — ¿Qué estás haciendo aquí?   —Vine a buscarlo —aseguré, intentando quitarle el vaso de Whisky que mantenía en su mano, pero tenía un fuerte agarre.— No puede seguir bebiendo de esa forma.   —¿Quién lo dice?   —Yo...   —¿Tú? ¿Una secretaria de clase baja me va a decir lo que puedo hacer? —preguntó, bufando. — ¡Soy el rey del jodido estado! Puedo beber lo que me dé la gana.     Con rabia, logré quitarle el vaso de las manos.   —Por favor, vamos a su casa para que pueda dormir y comer un poco.   —¿Sabes una cosa Angela? Eres la mejor secretaria que he tenido, eres pulcra, inteligente, astuta, pero te falta carácter —murmuró borracho.    Mis cejas se alzaron en evidente enfado. No sabía si sentirme halagada porque por primera vez estaba diciendo cosas buenas sobre mí, o molesta porque pensaba que no tenía carácter. Era una mujer adulta ¡por supuesto que tenía carácter!   —¿Ah sí?   —Nunca me has contestado, y eso que soy un hijo de puta contigo —rio, pero no le encontré el humor. — A veces me gustaría que dejaras de ser tan linda, sería más divertido si no me hicieras un puchero después de regañarte.    Tragué el nudo en mi garganta al escucharlo hablar así sobre mí. Más allá de estar dolida, también estaba muy enfurecida con él. Había ido su asistente por seis largos meses, había hecho más trabajo en ese tiempo que toda la compañía junta, compraba su almuerzo, llevaba a lavar su ropa y auto, hacia las cosas que a le parecían “vergonzosas” por él, guardaba sus secretos, soportaba a sus amantes molestas y soportaba los gritos de lujuria y enfado de sus amantes. Sin contar que también había corrido para buscarlo en un bar de mala muerte cuando estaba ahogando sus penas.    Y él nunca decía gracias, “por favor” o siquiera un “disculpa por ser tan hijo de puta” lo más amable que escuché salir de su boca hacia mí fue ahora, cuando estaba diciendo que era una buena secretaria, pero que le daba lastima tratarme mal. ¿Qué clase de hijo de puta era? ¿y por qué no lo dejaba tirado aquí y me iba a casa a dormir? Después de todo, no estaba en mis horas laborales, no tenía que servirle como una esclava.    Pero era una buena persona, mis padres me habían criado para ser paciente y no rencorosa.   —Usted está muy borracho y no sabe lo que dice —argumenté, tratado de calmar la situación. Discutir con un borracho, más si era mi jefe, no iba a levarme a nada bueno.   —Sé muy bien lo que digo —sonrió, y tuve que resistir el impulso de suspirar. Su mano fue hacia mi nuca y me atrajo hacia él tomándome por sorpresa, su boca quedó a centímetros de la mía. — Si no parecieras un cachorrito abandonado y no lucieras esas ropas aburridas, de verdad estaría interesado en follarte.    Me soltó después de eso, y tuve que tomar aire para poder calmar mi respiración. ¿Qué había sido eso? Estaba dividida entre sentirme humillada, dolida o un poco emocionada porque a pesar de todo, él sí ha pensado en follarme. Sin embargo, era claro que no le gustaba, al menos no mi carácter ni cómo me visto.    ¿Qué tiene de malo el cómo me visto? De todas formas, no es como si fuera a trabajar en pantalones de yoga y camisetas. Vestía lo que todas las secretarias lucían, una falda de tubo y camisa de botones cerrada. No era la chica más sexy del mundo, nunca me había considerado una mujer fea tampoco, pero de cierta forma, que un hombre como Evans Garret dijera eso sobre mí, dolía en lo más profundo.    Respiré profundo y me levanté de la mesa, antes de hacer algo estúpido, como llorar o confesarle que, a pesar de todo, tenía fantasías con él sobre sexo. —Voy a traerle un poco de agua para quitarle esa borrachera. —abrió la boca para quejarse, pero no se lo permití. — Y no va a negarse, porque no estoy de humor para aguantar más sus comentarios. ¿Quieres una secretaria con carácter? ¡Bien! Va a mantener la jodida boca callada mientras le busco agua y lo saco como el infierno de aquí.    Una lenta y encantadora sonrisa de borracho apareció en su rostro, iluminando sus ojos. Alisé mi ropa y traté de recomponerme. No había querido hablarle así, pero siendo sincera, ya me tenía harta. No cualquier secretaria dejaba todo tirado para ir a buscar a su jefe a un bar de mala muerte, lo menos que merecía eran sus insultos o críticas sobre mi personalidad. ¡Qué se fuera al infierno!    Alzó las manos en aceptación, por lo que me dirigí hacia el barman para pedirle un poco de agua. Estaba al final del bar, sirviéndole una cerveza a otro cliente, era increíble que siguiera vendiéndole alcohol a hombres que ya estaban bastante ebrios.    A mitad de camino, un hombre se acercó, interponiéndose en mi camino y deteniéndome. Era el mismo de la mesa de al lado, el que parecía tener muchas ganas de pelear con mi jefe. Una sonrisa borracha iluminaba su rostro, supe de inmediato que sería problemas.   —¿Buscas algo princesa? —preguntó con morbosa amabilidad. No era exactamente feo, pero de aspecto descuidado, con la cara grasienta y una chiva muy larga y sucia.   —No en lo que puedas ayudarme, pero gracias —respondí, con una débil sonrisa falsa.    Su sonrisa de dientes amarillos me hizo saber que no se había dado cuenta de mi incomodidad. También estaba bastante borracho, ni siquiera podía mantenerse de pie sin tambalearse.    ¿En qué clase de bar me metió mi jefe?   —Puedo buscarte lo que desees —dijo, e invadió mi espacio personal. — ¿Un polvo rápido en el callón te apetece?    Solté una risa, sorprendida e incrédula de su propuesta. ¿Hablaba en serio o sólo estaba bromeando? Me di cuenta de que no en ese mismo momento, en cuanto posó su mano en mi cintura. Me aparté como pude, ya no estaba riéndome de la situación, mucho menos con ese idiota tocándome.    Choqué con un duro pecho detrás de mí, pero no tuve que darme la vuelta para darme cuenta de quién era. Reconocía ese perfume, yo lo había comprado un par de veces por él.    —¡Mantente malditamente alejado de ella! —ordenó con voz dura, dirigiéndose al hombre frente a mí.    El hombre corpulento dejó de mirarme para prestarle atención a mi jefe, que lucía bastante enojado.   —¿Es tu mujer?   —No es tu maldito problema quien sea —respondió, y me encontré sorprendida de su poder para maldecir estando tan borracho. — Si no te alejas de ella, voy a partirte la cara.    Rio, como si se tratara de una broma. Pude sentir la tensión y la testosterona en el ambiente, incomodándome mucho más. Nunca nadie se había peleado por mí, tampoco había presenciado muchas peleas en mi vida y no tenía ganas de presencia una. Pero Evans lucia tan molesto, temblaba de la ira y eso no era nada bueno, porque el hombre frente a mí tampoco era una santa paloma. Desde que llegué, ambos dejaron claro que no se agradaban, yo sólo era la excusa perfecta para pelear.   —Jodete.    Fui echada hacia un lado por mi jefe, lo que me molestó bastante. Sin embargo, no tuve el valor para decirle nada, él estaba demasiado ocupado en un duelo de miradas contra su oponente, como para prestarme atención.   —No me van los hombres —respondió Evans, burlón—. Pero si eso es lo que te gusta a ti, hay bastantes hombres por escoger.   —Señor Garret, por favor...   —¿Qué has dicho pedazo de mierda? —gritó el de chiva, interrumpiéndome.    No pude decir nada más, porque ambos se enfrascaron en una discusión a gritos que llamó la atención de todo el bar. Miré al barman por ayuda, pero éste ya estaba dirigiéndose hacia nosotros con un puto bate de beisbol consigo. Quise advertir a Evans de lo que pasaba, pero mi jefe estaba a punto de golpear a su oponente, ignorando todo a su al rededor.   —En mi bar no quiero peleas —gruñó obstinado. — SI quieren golpearse, par de idiotas, será fuera de aquí. ¡Y no se olviden de pagar la cuenta!    Evans asintió y el otro también, lo que me sorprendió, después de todo, sólo estaban ignorándome a mí. Mi jefe hurgó entre sus bolsillos y me entregó su billetera junto con sus llaves. Luego, se quitó la chaqueta y me la entregó también. — Cuida esto y paga la cuenta, esto va a ser rápido.   —No vaya a pelear, por favor...   —Shhh —pidió, colocando su dedo índice sobre mis labios. — Este imbécil se metió con quien no debía, hay que darle una lección.    No me permitió decir nada más, los dos salieron del bar, junto con un grupo de clientes, ansiosos por ver la pelea. Me dirigí hacia afuera también, pero el barman me detuvo porque Evans aún no había pagado la botella. Mientras pasaba la tarjeta de crédito de mi jefe, miré hacia afuera, los gritos de euforia se escuchaban.   ¡Porqué tardaba tanto!   —Si me permites darte un consejo, no te metas en la pelea —dijo el barman, mientras me cobraba. — Son sólo dos idiotas desahogándose.    No respondí, simplemente esperé la tarjeta de vuelta y salí como alma que lleva el diablo a la calle. Evans y el chiva se golpeaban mutuamente, ambos con furia, como si fueran enemigos de toda la vida.    Todo pasó rápido, Evans fue muy ágil y el otro hombre demasiado lento. Mi jefe estaba demasiado interesado en aniquilarlo, por lo que le lanzó un puñetazo directo en el rostro. Conectó en su nariz con un feo sonido, no hizo falta ver el chorro de sangre que salió para darme cuenta de que le había roto la nariz. No cayó hacia atrás por lo corpulento de su cuerpo, en cambio, devolvió el golpe con fuerza también.    Su golpe conecto en el estómago de Evans, haciendo que se doblara de dolor. Había que ser muy fuerte para recibir un golpe tan fuerte en la nariz y arreglárselas para devolverlo con más fuerza. Me acerqué para intervenir, pero una de las pocas mujeres afuera me retuvo de hacerlo. Sin poder hacer nada más, grité el nombre de Evans, una y otra vez, pidiéndole que se detuviera, pero él no me hacía caso.   Cuando me levanté esta mañana, fui al trabajo y soporté la maravillosa y encantadora personalidad de mi jefe, nunca pensé que terminaría de esta forma. En medio de la calle a las doce de la noche, mirando a mi jefe pelearse con un asqueroso borracho por mí. Era tan orgulloso y elegante, que esto estaba más allá de mi comprensión.    Evans logró conectar un golpe en la mejilla del tipo, tuvo que haber sido muy fuerte, porque el hombre cayó al suelo, noqueado.    Mierda.     
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