No supe a qué hora me quedé dormida, pero sabía exactamente la hora en que Alex me despertó con un flashazo en la cara.
Sentí un destello de luz y escuché la captura de una cámara, entonces le oí murmurar.
—Maldición... ¿cómo se quita el flash? —preguntó mirando fijamente el aparato entre sus manos. Miré el reloj que estaba en el buró a un lado de la cama y vi que era cerca de media noche, vi a Alex picándole a la cámara y le escuché renegar en voz baja—. El sonido, ¿cómo diablos le quito el sonido?
—¿Se puede saber qué estás haciendo? —pregunté sacándolo de sus investigaciones tecnológicas.
Alex me miró nervioso y respiró profundo escondiendo la cámara detrás de sí.
—Nada —dijo con una sonrisita nerviosa.
—Si ya terminaste de hacer nada, vete —pedí un tanto decepcionada por la reacción infantil del hombre que un par de horas atrás me había provocado tanto miedo.
—Claro que me voy, pero a dormir —señaló dejando la cámara junto al reloj que antes vi, quitándose la bata y subiendo a la cama—. Soñé con esto tanto tiempo —informó y sonrió recostándose al lado de Mari, dejándola intermedio a nosotros.
Yo no dije nada, no iba a discutir. Demasiados problemas tenía ya como para buscarme uno más.
Me arropé con la sábana y cerré los ojos escuchando el último comentario de la noche—: Sobre todo lo que pasa, ¿estás más tranquila?
—No hay manera que sea así —aseguré sin abrir los ojos.
Después de eso ninguno de los dos dijimos nada más.
Sentí como Alex arropaba a Mari, y como su mano buscaba la mía bajo esas sábanas. Le permití encontrarla, y le dejé que la sostuviera, estaba bastante cansada como para pelear.
Cerca de las seis de la mañana decidí dejar la cama. Debido a que el día anterior había dormido prácticamente todo el día, para esa hora tenía ya un par de horas despierta, pero no quería dejar esa cama en la que se encontraba mi familia. Una familia que no lograba recordar, pero que era mía.
«¿Quién diría que Alex podía verse tan indefenso?» Pensé al verlo dormir; y a Mari no podía hacer más que mirarla y sonreír. Ella era bastante hermosa, dormida se parecía a mí.
Suspiré. Era un incordio lo que ocurría, y una locura su historia, pero, sería cosa del shock, o que aún quería saber de Nadia, pero mis fuerzas de intentar salir corriendo de esa casa no aparecían ni por equivocación.
Dejé la habitación y caminé por un pasillo largo que tenía puertas a varias habitaciones del estilo como en la que yo estaba. Caminé hasta llegar a unas escaleras que conducían a la planta baja.
Desde arriba pude ver el comedor, un recibidor y otras grandes puertas. Bajé las escaleras y pude escuchar que alguien hacía algo en una habitación cercana. Me acerqué por curiosidad y me encontré a Sebastián, quien probablemente preparaba el desayuno, pues la habitación era la cocina.
—Buenos días —dije al tomar asiento en uno de los bancos que estaban cerca del desayunador de piedra.
—¿Señorita? —preguntó sorprendido y me reí, tal vez por su reacción, tal vez por nervios.
—Eres mi papá, ¿no? —pregunté recostando mi cabeza en el desayunador—, ¿por qué me dices señorita?
—No es digno el título de hija de mayordomo para la señora de casa —dijo Sebastián e, incorporándome, lo miré desganada.
—Eso es estúpido —refunfuñé—. Todo aquí lo es —resoplé y él acercó a mí una taza de café.
—Le tomará tiempo acostumbrarse —anunció sonriente.
Él parecía feliz de tenerme cerca.
—Más que acostumbrarme, incluso más que recordar, quisiera irme a mi casa.
—Esta es su casa.
—No es la casa que recuerdo.
—Pero es la verdadera.
—Es extraño. Sabe, antes de ayer todos mis recuerdos eran tan reales, y hoy peleo con mi memoria para que no dude de todo lo que recuerdo haber vivido... Es complicado pensar que mis padres no son mis padres, que mis hermanas no son mis hermanas, que tengo una hija —Suspiré de nuevo—, es casi imposible aceptar que mi pasado no es mío. Creo que no lo entiendo, porque esos recuerdos son lo que recuperé después de que sobreviviera el asalto.
—¿Un asalto? —preguntó bastante confundido.
—Eso me dijeron que pasó —expliqué—. Hace cinco años, cuando desperté sin memorias y sin conocer a nadie a mi alrededor, me dijeron que me asaltaron. Al parecer uno de los ladrones me disparó, por eso pasé todo un año asistiendo al psiquiatra y al neurólogo y al psicólogo y a terapias de rehabilitación, todo para recuperarme, para recuperar mis recuerdos, y ahora resulta que recuperé unos falsos recuerdos —Sonreí irónicamente—. Eso suena tan estúpido. No lo puedo creer aún... Aún pienso que ustedes son los que mienten, lo lamento.
—No se preocupe, señorita —dijo Sebastián—, claro que lo entendemos.
—Señorita… —repetí con un tono de amargura en la voz.
Me sabía mal que me llamara de esa forma, tal vez porque era mi supuesto padre quien lo hacía, o quizá porque nunca nadie en mi vida me llamó de esa manera. Los niños que iban a la papelería solían llamarme señora.
» Sebastián, usted sabe cómo me llamo, ¿verdad?
—¿Su verdadero nombre? —preguntó.
—¿Verdadero? —pregunté casi aterrada, yo solo quería que él dejara de llamarme señorita, y él salía con semejante y perturbadora pregunta—. ¿Quiere usted decir que no me llamo Melissa?
—No lo hace.
—Oh Dios.
—Señorita, ¿está bien?
—Claro que no —dije arrastrando cada palabra.
—¿Qué piensa? —preguntó Sebastián después de un rato de solo mirarme.
—Que esto es increíble y no me lo creo —dije—. Quisiera despertar.
—Pero si ya está despierta —soltó el hombre sonriendo, casi riendo.
—Pues que mala onda, entonces —dije volviendo a dejar caer mi cuerpo sobre el desayunador. Entonces sí que se rio Sebastián—. ¿Fue gracioso? —pregunté un poco divertida por la expresión con que me miraba.
—Disculpe usted, es solo que, hace bastante que no escuchaba esa frase. Era casi muletilla tuya... perdón, de usted.
Sonreí al que sonreía y él volvió a sus deberes.
—Quiero irme a casa —repetí y escuché a Alex responder algo que no era pregunta y ni siquiera estaba dirigido a él.
—Ya estás en casa —dijo y sonrió tan idiota como lo conocía.
—Sabes a lo que me refiero —señalé girándome hacia él con molestia—. No puedes pretender que, después de todo lo que me contaste, yo solo sonría y diga "Ah, bueno, pues si soy esta dejaré a aquella atrás" —Le miré con odio—. Tengo una vida, Alex, una que me costó bastante trabajo obtener. No puedes esperar que renuncie a ella tan fácilmente.
—Tu vida fue una mentira —replicó Alex sin sonreír—, no la recuperarás porque no existe.
Sus palabras causaron un gran impacto en mí, por eso me levanté molesta de donde estaba y caminé hasta él.
—Pues tal vez tú no recuperes tu verdad —dije tal vez defendiéndome y salí de la cocina con menos esperanzas de salir de ese lugar, pero con muchas más ganas de hacerlo.
Atravesé la sala y, cuando pude darme cuenta, me encontraba parada en el jardín. Unos metros adelante se encontraba la playa.
Era realmente hermosa la vista, me devolvía un poco la calma que desde hacía días no conseguía. Caminé un poco más lejos y giré a ver la hermosa casa de la que había salido.
» ¡Increíble! —exclamé asombrada—. ¿En ese lugar pasé la noche? —pregunté, y es que ni en mis más alocados sueños me había visto en un lugar de tanto glamur—. Si de verdad fuera esta mi casa, no me habría olvidado de ella, ¿o sí?... ¿Qué está pasando aquí? —me pregunté y, de nuevo, no hubo ninguna respuesta.
Respiré profundo y me encaminé un poco más hacia la playa. Era curioso cómo, entre más me alejaba de esa casa, más libremente podía respirar. Pero eso a Alex no le hizo mucha gracia, me di cuenta cuando me tomó fuerte del brazo.
—Te dije que no podías alejarte de mi lado, ni lastimar de nuevo a Mari —dijo con voz potente.
—No es como si pudiera ir lejos en este estado —solté molesta—, incluso estoy en pijama, ¿ves? Además, ni siquiera sé dónde estoy. ¿Cómo podría irme de aquí si ni siquiera tengo dinero?... Y deja de presionarme con esa niña, me molesta bastante.
Lo último lo dije con toda la intención de herirle. Me había dado cuenta ya que esa niña era todo su mundo. A ella no le haría daño, pero si podía utilizarla para herir al imbécil que me mantenía cautiva y atrapada en tal incordio, no dudaría hacerlo.
La cara de Alex se tornó amargura pura. Me empujó dejando mi brazo libre de su agarre.
—No te alejes demasiado —repitió y, dándome la espalda, volvió a la casa.
Suspiré por milésima vez. No entendía nada la situación. Y lo que dije era verdad, era imposible que solo dijera "Ah sí, pues soy su esposa y la madre de su hija, al diablo con lo que sé que es mi vida." Simplemente no podía.
Llena de confusión me tiré en la arena y pude ver, al fin, el mar en ese vaivén que me arrullaba, que me llenaba de paz.
Abracé mis rodillas y puse mi barbilla en ellas, viendo como las olas iban y venían, sintiendo el aire fresco llenarme de vida, una vida que no sabía si quería.
Pasé bastante tiempo ahí sentada, solo mirando la nada, pérdida en un montón de cosas.
No entendía como cosas así podían suceder de repente. Me negaba a aceptar que era a mí a quien le ocurría. Me pregunté, por enésima vez, si era real, pero no hubo respuesta en esta ocasión tampoco.
—Mami, es hora de desayunar.
La voz de Mari me hizo salir de ese mar de pensamientos que me ahogaban. Levanté la cabeza y pude verla correr hacia mí, me incorporé y fui a su encuentro.
» Buenos días, mami —dijo abrazándose a mis piernas—. Cuando desperté no estabas en la cama, solo estaba papi mirando hacia acá, y cuando le pregunté dónde estabas dijo que saliste a dar un paseo... Mami, ¿te gustan los paseos?
—Me gustan bastante —respondí amable, mientras en mi mente maldecía al bastardo que me vigilaba.
Entré a la casa con Mari de la mano y nos dirigimos al comedor. Ahí estaba Alex esperándonos. Parecía molesto aún, pero eso era algo que no me molestaba.
«Es su hígado el que se pudre y mejor que sea así» pensé. Mari soltó mi mano y corrió hacia Alex gritando "Papito".
Sebastián entró con el desayuno en bandeja. Gracias a Dios era comida bastante común. De haber sido uno de esos extraños platos que desde días atrás no dejaba de conocer, no sé qué habría hecho. Por eso suspiré aliviada.
—Te alegra que sea comida conocida, ¿verdad? —preguntó Alex casi divertido.
—No tienes una idea —respondí de verdad contenta de que fuera así.
Ambos sonreímos en una extraña escena, una escena que probablemente no se repetiría jamás.