Llegamos al pueblo y Mari no hacía más que mostrarme todo lo que había y sonreír. Ella parecía feliz, y a mí me hacía feliz verla. Después de recorrer un par de calles, pude ver un lugar de taxis de sitio y, antes de pensar nada, recordé que no tenía dinero, así que lo dejé. Solo me dejé llevar por Mari quien brincoteaba frente a mí y me llevaba para todas partes. Visitamos varios lugares, vimos una película, comimos, vimos otra película, entramos a una heladería y yo no podía más. Estaba bastante cansada y a Mari parecía no terminársele la pila. Estaba cansada de todo, incluso de sonreír. Ni en mis fines de semana más ocupados había sonreído tanto. Me dolía tanto la cara que ya ni siquiera lo quería intentar. Alex acompañó a Mari a un trampolín y la dejó ahí. Volvió con los zapatos de

