¡Es un error!

2670 Words
Para Nayla Drake dar el paso de mudarse a Michfield fue un reto muy grande, sobre todo porque ella provenía de Canadá y no estaba acostumbrada a los climas cálidos. Lo que la motivó a dar ese paso fue anhelar tener cercanía con su padre y la ausencia constante de su madre que, si bien siempre trataba de estar al tanto de ella, sentía que no era suficiente. Una mañana como cualquier otra, la chica de veinte años que había decidido independizarse, llegó muy contenta al edificio Gary’s Home. Estaba emocionada y feliz por esa nueva aventura. Llegó sin problemas al cuarto y último piso observando con entusiasmo la vista que tenía a su costado izquierdo; podía verse la playa desde ahí. Buscó el apartamento 402 y buscó sus llaves dentro del bolsillo de su chaqueta. En su cabeza idealizaba tantos planes y sueños que deseaba poder cumplir en esa nueva etapa de su vida. Si alguien le hubiese dicho que, al abrir esa puerta iba a dar un vuelco su vida convirtiéndola en un caos con obstáculos y trampas en su recorrido hacia las metas que se propuso, probablemente habría rebobinado cada minuto de su vida hasta el momento en que decidió abordar el avión y, dar marcha atrás. El apartamento en sí no era ostentoso, sino muy por el contrario, era algo tan básico como cómodo para un par de estudiantes; estancia, comedor, baño compartido y un par de habitaciones. Nayla se preguntaba qué clase de chica sería con la que le tocaría convivir, pero eso lo sabría según ella, hasta una semana después; la otra persona había agendado su llegada para una semana después que Nayla. Tras dejar su equipaje en la estancia, se dispuso a conocer el apartamento comenzando por la cocina donde notó la presencia de un chico que se encontraba con casi la mitad de su cuerpo dentro del refrigerador. ―¿Hola? ―saludó dudosa sin quitarle la mirada de encima en cuanto él se incorporó para girarse hacia ella. Fue muy rápido al disimular que ella lo había deslumbrado. —Hola —saludó Hank Lee muy animado—, ¿eres la administradora? ―cuestionó pensativo―. Eres bastante joven para serlo. Nayla sintió un balde de agua fría; no literalmente. Su primer pensamiento fue: «¿Qué hay de malo en que una persona joven pueda ser administrador de algún sitio?» Parecía ser un patán. Muy guapo, pero patán a fin de cuentas. ―N-no, yo… ―intentó explicar. —Como sea —continuó interrumpiéndola con fingido desinterés—. No hay agua caliente, ¿con quién debo reportarlo? —Espera, no soy la administradora —aclaró—, soy la inquilina de este lugar. Él sonrió confundido pues no creía en las palabras que Nayla soltó. «¿Una chica hermosa será mi roomie?» Se preguntó, pero obviamente no se lo iba a decir. —Niña, creo que te has equivocado de apartamento entonces ―supuso esperando estar equivocado. —¿Qué? ¡No! ¡Imposible! —mofó ofendida por haberla llamado niña. ―Entonces no sé qué ha pasado. Me dijeron que mi roomie era otro chico ―mintió en su explicación, pues realmente a ninguno de los dos se les especificó. —¡No! A ver, primero que nada, no soy una niña ―replicó molesta―. ¿Qué edad tienes para llamarme así? —¡Oh!, te he ofendido. Discúlpeme señora —mencionó con énfasis haciéndola enfadar más. Su rabieta la hacía ver graciosa y tierna a la vez; eso le gustaba. —¿Quién demonios eres y qué haces en mi apartamento? —cuestionó colocándose frente a él con los brazos cruzados. —¿Tu apartamento? —inquirió con burla ante la osadía de la chica y acortó la distancia entre ambos. Era más alto que ella saltándole un par de cabezas. ―Eso dije. ―¿A caso no te dijeron que, solamente los adultos podemos alquilar apartamentos? ―provocó con la intención de llevarla al límite―. ¿Con qué piensas pagar? ¿Con dulces? ―¡Pero, qué grosero! ―acusó ella. ―¿Grosero yo? Tú no eres para nada amable ―contraatacó. —¿Te parece que no soy amable? ¡Has sido tú quien me ha llamado niña! —Te comportas como una —acusó mirándola fijamente a los ojos. —Y tú te comportas como un patán, arrogante, ¡y engreído! —¡Más respeto, niña! —atacó colocando las manos en jarras, mirándola desde su alta perspectiva. —¡Más respeto tú! —reprendió Nayla imitando su posición, mirándolo desde su baja altura. —Solo hay una forma de solucionar esto —admitió el chico. —Pero por supuesto que únicamente hay una ―secundó Nayla y, se dio la media vuelta para ir a buscar al verdadero administrador del edificio. —¡Hey! No puedes dejar aquí tu maleta —señaló Hank deteniéndose a media estancia. —Bueno, no puedes sacarla hasta que se demuestre de quien es realmente el apartamento. —¡Claro que puedo! —aseguró con una sonrisa que, de no ser porque ya empezaba a declararlo su némesis, la adularia. El chico tomó la maleta y se encaminó a la puerta de salida. —¡No te atrevas! —amenazó Nayla colocándose en la puerta para evitar que saliera. —Te hago un favor, niña. No tendrás que arrastrarla tu sola. ―No necesito tus favores ―replicó ella y se acercó a tomar una parte de la maleta para quitársela, pero él se resistió y no la soltó. —¡Suéltala! —ordenó Nayla. —Suéltala tu primero —replicó Hank sin ceder. Pero ambos se encontraban en una lucha mutua por la maleta, ninguno tenía intención de dar su brazo a torcer. Obviamente, eso tendría consecuencias, pues la única en ceder fue la maleta que se soltó de ambos dañando el asa para caer al piso y, por la fuerza que ambos ejercían, también cayeron de sentón al piso. En la cara de Hank se vio por un momento arrepentimiento, pero ella no lo notó. Permaneció quieta por unos segundos respirando con agitación mientras su enojo ascendía a niveles muy elevados. Miró hacia todos lados buscando las pertenencias del chico, pues para ella, era lo justo. Se levantó y caminó seguida de Hank por el apartamento hasta dar con ellas. Estaban muy bien instaladas un par de maletas sobre la cama en una de las habitaciones y, también había una guitarra. Pero ella sabía que no podía atacar a la guitarra; tenía un hermano y sabía cuánto amaba su instrumento, eso sería muy cruel. —¿Qué se supone que haces, niña? ―cuestionó Hank con temor al verla acercándose a sus pertenencias ―Pagarás por eso que hiciste ―amenazó Nayla corriendo el zipper de una de las maletas —¡Oye! —exclamó indignado acercándose en un intento de evitar que ella tocara sus cosas, pero fue lento para cuando ella ya había vaciado sus pertenencias al piso e iba de camino hacia afuera. ―Eso te sucede por cretino ―masculló entre dientes. —¡Oye, espera! ¡No te saldrás con la tuya!¡¿A dónde vas?! ―exigió saber sujetándola del brazo al darle alcance. —¡Rompiste mi maleta! Debes pagarlo —bramó furiosa zafándose de su agarre para caminar hacia las escaleras―. ¡Voy a hacer que te echen! —¡¿Acaso estás loca?! —gritó corriendo detrás de ella. Pero en cuanto Nayla cayó en cuenta, se regresó al apartamento con una sola intención. No tardó en encontrarlas, pues las llaves estaban sobre una pequeña mesita que adornaba en medio de la estancia. Las tomó y regresó corriendo a las escaleras. Al pasar por un lado de Hank, este pudo notar que ella metió las llaves en el bolsillo trasero de sus jeans y, comprendió por lo que corrió a darle alcance nuevamente. —¡Oye! —gritó corriendo tras ella. Al llegar al primer piso, Nayla buscó con desespero alguna oficina que indicara ser la administración. La única puerta que tenía pinta de ser administración, se encontraba al fondo de un pasillo. Ella tocó desesperada sin intención de tumbar la puerta, pero eso es lo que parecía. Se vio sorprendida de pronto por la mano de Hank que tomó su brazo para girarla hacia él dejando escaso espacio entre ambos. La piel bronceada de Nayla se puso colorada por la cercanía del chico con ella. —¡Eres un salvaje! —gritó zafándose de su agarre, al tiempo que lo apartó de un empujón. —¡Te llevaste mis llaves! —acusó ofendido. —¡Rompiste mi maleta! —justificó Nayla. —¿Qué sucede aquí? —inquirió una voz masculina. El hombre tenía un poco de sobrepeso y potaba unos anteojos de pasta gruesa color verde; una sonrisa muy agradable se dibujaba en su rostro. —Yo, lo siento —se disculpó Hank haciendo una ligera reverencia. —Buscamos al administrador del edificio —explicó Nayla. —A sus órdenes, ¿en qué puedo ayudarles? ―ofreció con amabilidad. —¿Es usted el administrador? —preguntó Hank. —Así es. Mi nombre es Roy ―dijo extendiendo su mano para saludar a ambos chicos. —Bueno, sucede que hay un error con el apartamento 402 —expuso Nayla—, yo he arrendado ese apartamento. Pero al llegar, encontré a este muchacho invadiendo mi refrigerador como un mono salvaje. —No es tuyo ―indicó molesto―. Y guardaba provisiones. —Gracias, pero no las necesito. Puedo comprar mis propias provisiones. —Es obvio que no eran para ti. —¡Ah! ―interrumpió intencionalmente―. Son los nuevos inquilinos: Nayla Drake y Hank Lee, ¿cierto? Ambos se miraron completamente absortos por la situación. —¿Los nuevos inquilinos? —inquirió Hank. —Sí. ¿Les ha gustado el apartamento? —Un momento —intervino Nayla—, ¿quiere decir que no hay una equivocación? Porque yo sí creo que aquí hay un error. —No hay ningún error —aseguró Roy sin borrar su sonrisa. —No, no, no. Sí hay un error —insistió el Hank—. Mi roomie es un chico, debe tratarse de un chico. —¿Me discriminas por ser mujer? —mencionó indignada. —No. Simplemente que eso de convivir con niños no es lo mío, no soy niñero ―remató. —¡Uy! Se me olvidaba que aquí tenemos a un super adulto muy maduro. ¿Cuántos años tienes?, ¿cuarenta? —¿Acaso parezco de cuarenta? ―Yo tengo cuarenta… ―murmuró Roy, pero los chicos no le prestaron atención. —Obvio no. Ni pareces maduro, algo que te vendría muy bien. —Soy lo suficiente maduro. Pasa que los niños no saben diferenciar eso. —Pff… Claro que no. Te hace falta empatía. —Y a ti crecer, niña. —Bueno, chicos, supongo que se llevarán bien —aseguró el administrador. —¡De ninguna manera! —objetaron ambos al unísono para después mirarse entre sí por la sincronización. ―No pienso vivir con una niña. ¿Dónde está el dueño? ―exigió saber Hank —Pero sus contratos no especifican el sexo del compañero —expuso el sujeto―. Y obviamente no se podría hacer un contrato con un menor de edad. —¡Quiero hablar con el dueño! Me siento estafada. Pagué cuatro meses adelantados ―señaló con los dedos de su mano. —Pues, me temo que tendrán que esperar. Mr. Gary se ha ido de vacaciones a Hawái y, no regresará hasta dentro de seis meses. No hay manera de comunicarme con él hasta que él decida hacerlo por sí mismo. Supongo que, no podemos hacer nada por el momento. —¿Podría revisar los contratos? —solicitó Hank un tanto desesperado—, estoy seguro de que ha habido un error. Nos han dado las llaves equivocadas. ¿Podría comprobar en los otros alquileres? Yo también pagué cuatro meses por adelantado y sin devoluciones. —Lo lamento, no hay alquileres disponibles. El 402 es el único que faltaba por habitar. —¿Quiere decir que tendré que convivir con esta niña Cabeza de ramen? —¡¿Disculpa?! —inquirió ofendida cuando Hank se refirió a ella de ese modo obviando los rizos bien definidos de su cabello. —Si no están conformes, podrían buscar otro sitio. ¿Tienen familiares radicando en Michfield? —¡No! —exclamaron ambos nuevamente al unísono y, por consiguiente, se miraron nuevamente. ―No puedo permitirme eso ―reveló Nayla―. No tiene idea de lo difícil que fue hacer que mi madre aceptara mi decisión. —¿La niña le pidió permiso a su mami? —burló Hank. —No me provoques Mono —amenazó acompañando con un insulto. —Cabeza de ramen. —No te metas con mi cabello. —No me digas Mono. —Yo les recomendaría —interrumpió Roy una vez más—, que no dejaran el apartamento. No encontrarán un alquiler mejor que este. —Por supuesto que no voy a irme —declaró Hank mirando fijamente a Nayla casi desafiándola. —Yo tampoco —replicó sosteniéndole la mirada. —Bien, chicos. Ya solucionadas sus indiferencias. Tengo una cita a ciegas. ¿Creen que luzco bien? ¿Creen que logre impresionarla? —inquirió un poco ilusionado palpando su camisa. Ambos dirigieron las miradas hacia el hombre rompiendo la tensión que, claramente, y sin exagerar, se podía sentir un pequeño destello de rayos que chocaban entre ellos. —Esa camisa es horrible —opinó Nayla con franqueza. —¿En serio? —preguntó Roy preocupado con sus cejas denotando dudas. —¡Claro que no! Te queda perfecto —aduló Hank dándole un par de palmadas en el hombro al tipo—. Estoy seguro de que la vas a enamorar. Le guiño el ojo, y le sonrió. —¿Lo crees? —¡Por supuesto! ―aseguró. —Genial —dijo recuperando la sonrisa. El sujeto caminó de regreso por donde llegó con las manos dentro de los bolsillos de su pantalón muy despreocupado silbando alguna canción. —¿Por qué le mentiste? ―regañó Nayla. —No le mentí. —Su camisa es horrible. —Al menos no está amargado como tú. Tiene una ilusión, no puedes ir por el mundo arrebatándolas. —Solamente fui sincera. Ambos se quedaron en silencio mirando hacia donde se había ido Roy. Pero fue Nayla quien dio un paso para andar. La mano de Hank sujetó el delgado brazo de Nayla haciéndola girar hacia él, para atraparla entre sus brazos como una serpiente a su presa y evitar que ella lo empujara para escapar. —¡Oye! —exclamó indignada tratando de zafarse del agarre, pero en esa ocasión, Hank no bajó la guardia. ―Tú y yo tenemos algo qué solucionar ―demandó intentando controlar sus nervios porque sí, ella y su cercanía se sentían tan exquisitas que, sentirla cerca le provocaba nervios que ni él mismo se explicaba. Los ojos color avellana de la chica y su piel bronceada era algo fascinante para él, mientras que para ella resultaba lo mismo, pero era tal su enojo que, le costaba admitir que las facciones orientales de Hank le causaban la misma fascinación. . . . . Historia en proceso de edición y corrección. Queda reservado el derecho de propiedad de esta obra y no se permite la reproducción total o parcial de la misma, ni su incorporación a un sistema informático, ni su locación o transmisión de cualquier forma o en cualquier medio, sin el consentimiento previo de su autor. La violación a este derecho hará posible a los infractores de persecución criminal por incursos en los delitos contenidos en la ley de Derechos de Autor. Primer borrador: 04/03/2019
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