Capítulo 1
—No sucederá —me dice la psicóloga—, Lissy, sólo son pesadillas.
Mis manos juegan entre sí, estresadas, ansiosas y sudorosas. Mis labios se aprietan y debo respirar profundamente para calmarme.
—¿Cómo es posible que el chico que veo en mis sueños exista en la vida real? —pregunto con los ojos llenos de lágrimas.
La psicóloga nota mi ansiedad y lleva una mano hasta el extremo del escritorio para alcanzar mis manos que reposan sobre él.
—Tranquila —me dice con su voz suave—. ¿Recuerdas lo que hablamos sobre los Déjá Vu?
Asiento con la cabeza dos veces de forma ligera. Ella aleja su mano después de darle dos palmaditas a las mías.
—Tu mente ha tomado imágenes de cosas que ha visto y las ha relacionado, te hace creer que no las has visto, pero están allí, en tu subconsciente —deja salir un suspiro y me sonríe—. Esta universidad es gigante, de seguro ya lo habías visto, por eso se te hizo tan familiar.
Quería decirle que estaba completamente equivocada, que conocía a ese joven desde que tenía quince años, desde esa noche en que tuve por primera vez el sueño; que no era posible que él existiera y mucho menos que estudiara en la misma universidad que yo. Pero decidí callar, ella no creería ni la más mínima palabra de lo que yo dijera, como siempre lo hacía.
Para la psicóloga, el que yo pueda ver los destinos de las personas es simplemente un trastorno mental, es sólo mi cerebro tratando de apoderarse de mí.
Al acabarse la sesión, tomo mi bolso y me despido amablemente; abro la puerta del consultorio y me encuentro con el largo pasillo del tercer piso del bloque sur de la universidad. Al cerrar la puerta a mis espaldas, cierro por unos segundos mis ojos, trato de decirle a mi mente que debo calmarme, no puedo volver a tener un ataque de pánico; el día anterior tuve uno en medio de la cafetería, cuando vi a ese joven a unas mesas de distancia de la mía.
Realmente creí que me iba a dar un paro cardiaco, que me iba a desmayar allí. Tuve que correr al baño y encerrarme en una cabina, llorar hasta calmarme y perder la clase.
Ruego a Dios que no me vuelva a topar con ese chico, que haya sido un delirio, una alucinación como dice la psicóloga. Mientras tomo fuerzas para caminar, abro mis ojos y analizo el lugar, los grandes árboles que dan un delicioso frescor de verano, los estudiantes caminando por todo el campus, el pasillo poco concurrido en el que me encuentro y esto me trae tranquilidad.
Camino a paso apresurado al recordar que dentro de unos minutos comenzará mi primera clase del día. Me encuentro comenzando mi tercer semestre de literatura, estoy orgullosa porque intenté cinco veces ingresar en una universidad a estudiar esta carrera y por fin pude hacer mi sueño realidad.
Bajo las escaleras en forma de caracol algo afanada y pronto el claro de un pequeño parque con bancas de concreto y árboles gigantes aparecen frente a mí.
Todo va a estar bien.
Respiro profundo al detenerme frente al parque, debo cruzarlo, pasar por la cafetería que ahora me produce un gran miedo e ir al bloque B. Es fácil, es fácil. Puedo hacerlo.
Musito una maldición. Me siento frustrada. Si no fuera porque vi a ese chico, todo sería perfecto. Había logrado crear una gran estabilidad en mi vida, una rutina hermosa de una estudiante de universidad, pero llegó él, lo vi en la cafetería, nuestras miradas se cruzaron, él me sonrió y yo entré en pánico.
Era él. El joven de mi pesadilla. El que está bañado en sangre a mi lado, inconsciente. El mismo que aparece en otros sueños llamándome y yo huyo de él. Es ese mismo rostro que veo donde todas mis visiones acaban, porque he muerto por su culpa.
Es él. Lo encontré.
Es el joven que también morirá a mi lado. Él es mi muerte y yo soy su final.
Con estos pensamientos en mi mente, comienzo a cruzar el pequeño parque, sus bancas pálidas y frías. Tengo la mirada clavada en el piso, apretando con fuerza las cortas tiras de mi bolso, mis cabellos engajados que caen en mis hombros revolotean con la tranquila brisa.
Comienzo a caminar cerca de la cafetería y mis ojos no soportan voltear a mirar hacia la mesa donde el día anterior estaba sentada tomándome un refresco. Instantáneamente mis ojos me llevan a ver a la mesa de enfrente, justo donde aquel chico estaba sentado con su grupo de amigos y me sonrió; ahora allí hay tres chicas comiendo algunas bolsas de papas y refrescos mientras leen unos papeles.
Ver aquello me tranquiliza, respiro hondo mientras siento el temor en mi pecho desvanecerse. Tal vez… todo fue un delirio.
Sin pensarlo, en mi rostro se dibuja una sonrisa, vuelvo a respirar hondo y sigo caminando, ahora con la cabeza en alto, orgullosa de vencer un miedo que parecía querer tornarse en una nueva pesadilla para mi vida.
Me dirijo al bloque B con paso apresurado. Al llegar, subo las escaleras con rapidez hasta poder encontrarme con el largo pasillo del segundo piso y mis ojos se pasean por las puertas de color marrón claro buscando el salón trescientos cuatro, al encontrarlo, empujo la puerta doble de madera y el frío producido por el aire acondicionado me golpea el rostro.
El bullicio de mis compañeros de clase llena mis oídos. No pasan muchos segundos cuando veo en las mesas del centro a mi mejor amiga Caty haciéndome señas con una mano.
Con mucha rapidez me dirijo a ella y le muestro una sonrisa al ver que me ha guardado un puesto.
—¿Y cómo te fue? —me pregunta con rostro ansioso.
—Bien, bien. —Acentúo con la cabeza y acomodo mi bolso encima de la mesa—. ¿Con quién harás en taller de lingüística?
—Contigo, ¿con quién más? —Caty respinga las cejas y me mira extrañada.
—Pero, sabes que yo falté a esa clase.
—Sí, lo sé, por eso lo haré contigo —responde con tono obvio—, ¿qué te pasó?, ¿por qué faltaste?
—Me sentí mal del estómago. —Aparto la mirada de su rostro, si la veo, descubrirá que estoy mintiendo.
—¿Habrá sido el batido de mora? —inquiere—, ay, pero yo no tengo la culpa, te dije que no te lo tomaras.
—Quién sabe.
—¡Ah!, se me olvidó decirte.
Volteo a verla con un rostro aburrido. A Caty siempre se le olvida decirme las cosas importantes y termino llevándome sorpresas.
—Haremos el trabajo de lingüística con un chico, se llama Liam. —Su voz comienza a sonar emocionada—. Se transfirió a la universidad, si lo vieras, está guapísimo y su acento, ¡ah!, habla tan lindo. Estudiaba en la universidad Nacional, lleva un mes viviendo en la ciudad…
Un presentimiento comenzó a abarcar mi pecho y produce que deje de prestarle atención. No, debo dejar de pensar en cosas negativas, Caty no puede estar refiriéndose a ese chico, claro que no. Ni siquiera existe, sólo fue un delirio.
—Lissy, ¿me estás prestando atención? —pregunta mi amiga al ver que estoy dispersa en mis pensamientos.
Parpadeo dos veces y vuelvo al mundo real. La voz del profesor nos hace mirar al frente y sabemos que la conversación murió por completo.