capitulo 11
Draco sintió un alivio momentáneo, aunque sabía que el peligro seguía presente. Un paso en falso, una palabra equivocada, y lo perdería todo.
—Estoy listo para cumplir con la misión que me asignen. Haré lo que sea necesario para demostrar mi lealtad —dijo Draco, sorprendido por la seguridad de sus propias palabras.
El mortífago asintió.
—Tu primera tarea será asistir a Bellatrix Lestrange en una misión especial. Ella te guiará.
Draco sintió una punzada en el estómago al oír su nombre. Bellatrix era despiadada y cruel. Pero no podía rechazarlo.
—Entiendo. Haré todo lo que ella me pida —respondió, conteniendo el temblor de su voz.
Lucius lo observaba con una mezcla de orgullo y preocupación. Aunque su rostro era frío, Draco sabía que su padre temía por él. Pero Draco no tenía tiempo para miedos. Tenía que proteger a Davina y a los demás.
Mientras tanto, Davina yacía inmóvil. Liam se acercó y le quitó las cadenas de las muñecas y los tobillos. La sangre de vampiro fluía por su cuerpo, aún inerte. Liam la observaba con ansiedad.
—Sabías que esto podía pasar. ¿Por qué te negaste? —murmuró mientras la recostaba en la cama, arropándola con una sábana.
Mirándola en silencio, dejó una nota sobre la mesa. Luego cerró la puerta con llave. Tenía que encontrar otra maga: su impulso anterior había acabado con la que originalmente iba a usar en el ritual.
Rápidamente encontró a otra maga y la convenció de realizar el hechizo para llevarla al calabozo. Un lugar oculto hecho de acero que anulaba cualquier tipo de hechizo o magia.
—Veré si ya despertó —le dijo Liam a la maga Rosen.
—Yo me encargo del resto —respondió Rosen con serenidad.
—Cuento contigo —dijo Liam antes de irse.
Abrió la puerta con la llave. Dentro, Davina comenzaba a moverse. Sus ojos se abrieron lentamente, reflejando confusión y temor.
—¿Qué… qué me está pasando? —preguntó con voz quebrada.
—Tranquila, querida —susurró Liam, acercándose.
—Estás en transición. Pronto deberás decidir si completas el proceso y te conviertes en vampira… o mueres.
—¿Morir? ¿En cuánto tiempo? —la voz de Davina temblaba.
—Podrían ser unas horas… quizás un día —respondió Liam, su tono inquietante.
—¡¿Horas?! —exclamó Davina, sin poder creer lo que oía.
Se sentó en la cama, apretando con fuerza la carta que Liam le había dejado. Su mente se nublaba con pensamientos de miedo, frustración y dolor.
—No puedo creer que esté en transición... —susurró para sí misma.
Miró la carta arrugada entre sus dedos. El peso de su destino se volvía cada vez más insoportable. ¿Cómo podría sobrevivir a todo esto? ¿Y qué significaría convertirse en vampira cuando su corazón aún estaba atado a Draco?
Liam se acercó más, su mirada intensa y enigmática. —Puedo darte de mi sangre, Davina. Pero tendrás que pagar un precio por ello —murmuró, esbozando una sonrisa que no auguraba nada bueno.
—¿Qué precio? —preguntó ella, con desconfianza clavada en los ojos.
—Ya lo verás —respondió Liam, tomando su mano con suavidad perturbadora. Se cortó la palma y dejó que su sangre brotara lentamente.
Sin pensarlo demasiado, Davina se aferró a su mano y bebió. El sabor metálico y cálido la envolvió, y una oleada de sensaciones potentes recorrió su cuerpo. Era fuego, era frío, era muerte y renacimiento a la vez. La transformación se completó con un estremecimiento visceral.
Liam exhaló entre dientes, el momento cargado de tensión oscura. La sujetó con fuerza, casi como si quisiera detener el tiempo. El vínculo entre ellos acababa de sellarse.
Davina se apartó con violencia al recuperar el control, y miró sus manos: nuevas, pálidas, ligeramente marcadas por venas que ahora latían con otro ritmo.
—¿Qué es lo que has hecho? —susurró, la voz quebrada entre el miedo y la ira.
Mientras tanto, Draco avanzaba tras Bellatrix por un pasillo lúgubre. Sentía el peso de cada paso como una sentencia. Sabía que no había espacio para errores, y mucho menos para dudas.
—Es hora de que demuestres tu lealtad a los Mortífagos —dijo Bellatrix con una sonrisa torcida.
Draco tragó saliva, pero sostuvo la mirada. —Dime qué debo hacer, y lo haré.
Bellatrix rió de forma cruel. —Tu primera tarea será infiltrarte en Hogwarts y conseguir información valiosa. El Señor Tenebroso quiere detalles precisos. Tienes una semana. Si fallas, tus seres queridos pagarán el precio.
Draco asintió. Cada palabra le taladraba la conciencia. No podía permitir que nadie saliera herido. Fingiría, mentiría, incluso se arrastraría si era necesario, todo para protegerlos.
De regreso en Hogwarts, se mezcló entre los estudiantes usando la capa de invisibilidad. Sus ojos rastreaban rostros conocidos y oídos agudos recogían cada palabra útil. Aunque evitaba cruzarse con Harry, Ron o Hermione, no podía dejar de buscar a Davina. Pero ella no estaba por ninguna parte.
Tras conseguir información delicada sobre los planes de Dumbledore, Draco la envió por carta. Bellatrix respondió rápidamente, pero Voldemort exigió que fuera Draco quien entregara la información personalmente.
Mientras tanto, Davina observaba sus propias manos transformadas, con una mezcla de horror y rabia. Era vampira. Lo que más la hería no era solo perder su poder como maga de sangre pura, sino que su corazón aún anhelaba a Draco.
—¿Qué es lo que has hecho? —volvió a decir, la voz más firme, más cargada de resentimiento.
Liam se le acercó, acariciando su mejilla. —Te he dado la inmortalidad. Ahora eres parte de algo más grande. Parte de mí.
Davina retrocedió, sus ojos ardiendo de furia. —No soy de nadie. ¡Quiero ver a Draco! ¡Él es mi única verdad!
—Tú ya no eres quien eras. Y Draco jamás podrá amarte como antes —dijo Liam con una sonrisa venenosa—. Ahora te debes a una nueva vida, y a nuevas reglas. Las mías.