—¡Gracias! —gritó Omar, sintiendo una oleada de gratitud que lo abrumó completamente. El atacante que Bibi había golpeado se tambaleó, agarrándose la muñeca herida, mientras los otros, al ver que su emboscada había fallado completamente y que ahora enfrentaban a dos oponentes en lugar de uno, decidieron que la discreción era la mejor parte del valor. —¡Vámonos! —gritó el líder, y los cinco atacantes huyeron hacia la oscuridad como ratas abandonando un barco que se hunde, desapareciendo entre las estructuras industriales que rodeaban la estación. En la distancia, las sirenas de la policía comenzaron a sonar, creciendo en volumen a medida que se acercaban. Alguien, probablemente el empleado de la estación, había llamado a las autoridades al ver la pelea. Omar miró a Bibi, quien estaba pa

