Salomón se quedó completamente inmóvil en el borde de la cama, mirando fijamente a Emir con una expresión que mezclaba asombro genuino y algo que se acercaba peligrosamente al respeto. Durante décadas había subestimado a personas que luego se convirtieron en enemigos formidables, pero jamás había imaginado que un adolescente de quince años sería capaz de desenmascarar una operación que había planificado “meticulosamente”. Sus ojos verdes estudiaron cada detalle del rostro de Emir, buscando señales de engaño o fanfarronería adolescente, pero lo que encontró fue una inteligencia fría y calculada que le recordó vívidamente a los estrategas más brillantes que había conocido en el mundo empresarial. Era desconcertante y, si era honesto consigo mismo, ligeramente intimidante. Este muchacho no e

