—Está bien. Me parece una estrategia excelente —asintió Emir con aprobación evidente—. Así ella puede hundirse más profundamente en su propia trampa. —Eso mismo —dijo Salomón, mirando a Emir fijamente con una pequeña sonrisa misteriosa que contenía secretos letales sobre el destino que tenía planeado para Soraya Al-Fayed. La sonrisa no llegaba completamente a sus ojos, y había algo en su expresión que habría aterrorizado a cualquier adulto que supiera leer las señales de peligro mortal. Pero Emir, a pesar de toda su inteligencia, aún era lo suficientemente inocente como para no reconocer la promesa de muerte que brillaba en la mirada de Salomón. Emir, quien había demostrado ser un muchacho prematuro para su edad en todos los aspectos importantes, le extendió la mano con la solemnidad de

