Fátima lucía impecable en su uniforme escolar femenino: una falda larga azul marino de lana virgen que llegaba hasta sus tobillos, blusa blanca de algodón egipcio de manga larga con el escudo de la academia bordado cerca del corazón, un blazer cortado específicamente para mantener la modestia femenina, y zapatos de cuero n£gro cerrados tanto elegantes como cómodos. Su hijab era particularmente hermoso: seda francesa azul marino con bordados dorados sutiles que hacían juego con los detalles del blazer, enmarcando perfectamente su rostro adolescente. Los pequeños aretes de perlas que se asomaban discretamente eran un regalo de su madre, combinando tradición y sofisticación. A pesar de su apariencia angelical, característica de las jóvenes musulmanas de familias prominentes, Fátima había he

