Ambos temblaban, y Salomón, con su enorme miembr0 penetrándola profundamente, llenándola por completo, aún tenía una parte considerable de su longitud que no podía entrar, sobresaliendo entre ellos en aquel pequeño cubículo de baño, mientras sus respiraciones agitadas comenzaban lentamente a normalizarse. El sudor perlaba sus frentes, y el aroma de sus cuerpos mezclados con el olor a desinfectante barato y orines, creaba una atmósfera embriagadora que los mantenía en una burbuja ajena al mundo exterior.
Nina, con la espalda aún presionada contra la pared fría de azulejos manchados, sentía el calor abrumador de Salomón invadiendo cada rincón de su ser. Sus piernas seguían envolviendo la cintura de él, aferrándose con fuerza para no romper aquella conexión que los unía más allá de lo físico
