Nina avanzó con pasos medidos, consciente de su propia modestia en aquel entorno de lujo desmedido. La puerta se cerró silenciosamente tras ella, dejándola a solas con la mujer que sostenía en sus manos enjoyadas el futuro inmediato de su pequeña familia. —Señora Soraya, gracias por recibirme —comenzó Nina, manteniendo las manos unidas frente a ella en un gesto de deferencia. Soraya se giró entonces, estudiando a Nina con la mirada clínica de un tasador evaluando una joya de dudosa procedencia. Sus ojos, delineados con kohl en una tradición que se remontaba a milenios, no revelaban ninguna emoción genuina. —Tony me ha contado lo sucedido —dijo finalmente, con su voz modulada en un tono que imitaba la preocupación sin realmente contenerla—. Un incendio. Qué terrible tragedia. Nina bajó

