En su mente, la beca prometida por Salomón flotaba como un espejismo tentador en el horizonte: una oportunidad para que Emir, por fin, pudiera ser simplemente un estudiante, sin la carga de trabajos precarios ni preocupaciones adultas sobre sus jóvenes hombros por siquiera un tiempo. El sueño más preciado de Nina siempre había sido verlo libre para aprender, para crecer, para soñar sin el peso constante de la supervivencia. —Entonces, los veré pronto —dijo Leila con una sonrisa radiante. —Sí —asintió Nina, correspondiendo a su calidez. —Nina, ¿no? —confirmó Leila, como quien quiere asegurarse de recordar correctamente un nombre importante. —Así es, y tú... ¿Leila? —respondió Nina, sorprendida por el interés genuino que esta mujer mostraba hacia ella. —Sí, Leila —confirmó la profesora

