—Dos años señor —cada respuesta era medida, cuidadosa, como si estuviera caminando sobre un campo minado.
—¿Tienes hijos? —la pregunta sonaba casual, casi desinteresada, pero sus ojos se habían estrechado imperceptiblemente, atentos a cualquier cambio en su expresión.
—No señor. No tengo —respondió, sin saber que aquella simple negación había provocado un cálculo favorable en la mente de Salomón.
«Bien»― se dijo él mentalmente, satisfecho con aquella pieza del rompecabezas.
—¿De dónde es tu esposo? —cada pregunta parecía alejarse más del ámbito profesional, adentrándose en territorios personales que ninguna entrevista de trabajo convencional exploraría.
—Es de... Albania donde soy —un ligero temblor en su voz.
—¿Cuánto tiempo llevas aquí? —continuó, cerrando lentamente la carpeta com
