En la esquina de la calle Al-Meena, una escena inquietante comenzaba a desarrollarse. En la oscuridad, los rusos estaban reunidos ideando matar a aquel sujeto que apareció de la nada. ―Seguro quiere quitarnos plaza y por eso nos quitó a la mujer esa que nos debe el marido―sugirió uno de ellos, frotándose nerviosamente la cicatriz que le atravesaba la mejilla. El jefe escupió al suelo antes de responder: ―Es cierto… tal vez ese maldito le trabaja a otra banda que quiere venir a Al-Satwa. Debemos estar preparados para matarlos. El tintineo metálico de las navajas siendo abiertas resonó en el callejón, pero se detuvo abruptamente cuando cuatro hombres vestidos completamente de negr0 emergieron de las sombras como espectros. Sus rostros, parcialmente ocultos por pasamontañas, solo dejaban

