Su amiga Paulette, una francesa que era vecina suya y la única persona que conocía la verdadera situación médica de Leila, se acercó con una sonrisa cómplice que brillaba bajo las luces de neón del club. Sus ojos azules destilaban esa picardía característica que había hecho que ambas se volvieran inseparables desde que Leila se mudó al edificio hace tres años: —Te dejo entonces, amiga. Estaré por allá en la barra si me necesitas —le susurró al oído antes de alejarse discretamente, guiñándole un ojo en una despedida que hablaba de años de complicidad femenina y aventuras compartidas. Hassan esa noche estaba completamente flechado por aquella mujer misteriosa que había captivado no solo su atención, sino la de medio club. A él le gustaban las mujeres en hijab porque, según sus estándares c

