Hassan, con una chispa de deseo en su mirada, respondió sin titubear: —Como quieras—dijo con voz grave, mientras sus manos grandes y firmes se deslizaban por la espalda de Leila, atrayéndola hacia él con una fuerza posesiva pero tierna. Con un movimiento potente de sus caderas, empujó hacia arriba, hundiendo su gran pene erecto en ella con una profundidad que hacía temblar el cuerpo de Leila. Cada embestida era precisa, controlada, pero cargada de una intensidad que resonaba en cada rincón de su ser. Leila, con su clit0ris hinchado, montada sobre él, movía sus caderas con la gracia de una amazona experimentada, ondulando su cuerpo en un ritmo sádico. Sus senos, llenos y firmes, se mecían con cada movimiento, atrayendo la mirada de Hassan como un imán. Hassan, incapaz de resistirse,

